El ‘síndrome de la locura de Trump’ es un mito
N ueva York –La sabiduría popular dice que el término medio está desapareciendo de la política estadounidense: los republicanos ahora están en la extrema derecha, los demócratas en la extrema izquierda y hay congoja en todos los electores moderados en busca de políticos que representen sus puntos de vista.
Bueno, la sabiduría convencional está mal. Los demócratas en realidad no se han convertido en izquierdistas radicales ni nada por el estilo.
Se sigue escuchando esta historia en parte porque los republicanos tienen un interés evidente en promoverla y en parte porque a la mayor parte de los medios noticiosos les parece irresistible. Es un ángulo según el cual “ambos lados lo hacen” que permite a los periodistas parecer rudos y conocedores y quedar fuera de la trifulca partidista. Nos encanta esa imagen. Sin embargo, los hechos no sustentan la historia en este caso.
Para empezar, vean las elecciones primarias de este año, que se acabaron la semana pasada. En todo el país, un gran total de dos titulares demócratas en la Cámara de Representantes perdieron en las primarias. En el Senado ningún candidato perdió. En los estados conservadores con senadores demócratas moderados —Indiana, Dakota del Norte y Virginia Occidental— ninguno de ellos enfrentó siquiera un desafío serio.
La situación fue muy distinta en 2010 con el Partido del Té, que empujó al Partido Republicano a la derecha. Varios representantes en funciones perdieron aquel año, como Amy Walter hizo notar la semana pasada en el Cook Political Report. “Por favor, ya basta con el cuento de la ‘revolución’ del Partido Demócrata”, dijo. Este año la verdadera historia es la que las politólogas Lara Putnam y Theda Skocpol han tratado de comunicarnos: las actividades anti-Trump han adoptado un enfoque estratégico, ya que respaldan a candidatos moderados o más progresistas dependiendo del distrito.
Es cierto que unos cuantos demócratas que orgullosamente se inclinan hacia la izquierda ganaron las primarias para gubernaturas, como Stacey Abrams en Georgia y Andrew Gillum en Florida. No obstante, los invito a ver algunos de sus discursos. En primer lugar, ambos son candidatos fuertes. Segundo, distan de ser socialistas. Y la lista de insurgentes progresistas a los que les dieron una paliza es mucho más larga. En Nueva York, Cynthia Nixon no pasó del 35 por ciento.
Mientras tanto, en el Congreso, la reacción del partido hacia el presidente Donald Trump nos dice una historia similar. Los analistas políticos algunas veces hablan del “síndrome de locura de Trump”, una supuesta enfermedad que ha ocasionado que su presidencia haga enloquecer a los demócratas. Cosa que no ha sido así.
Tomemos un ejemplo: hay pruebas sólidas de que Trump ha violado la ley, tanto en lo que respecta a obstruir la justicia como a usar la presidencia para enriquecerse. A pesar de ello, los líderes demócratas se niegan a impulsar el juicio político. Dicen que el país debe esperar a que termine la investigación de Robert Mueller. Me parece que eso es sabio. De cualquier modo, ciertamente no es algo descabellado.
Por último, están las políticas públicas. Los demócratas realmente han virado un poco a la izquierda en las últimas décadas, tanto en los temas sociales como en los económicos. Como a Lawrence Summers, el exsecretario del Tesoro (que no es ningún revolucionario de izquierda), le gusta decir, los últimos quince años deberían haber empujado a la gente de mente abierta a la izquierda política: el libre mercado no está consiguiendo aumentos saludables en las condiciones de vida de la mayoría de los estadounidenses. En respuesta, los demócratas se están centrando menos en los viejos temas de Bill Clinton, como la responsabilidad personal y fiscal, y más en usar al gobierno para ayudar a la gente.
Piensen en cómo se vería una agenda que fuera verdaderamente de izquierda: tasas del 70 por ciento de impuestos para los que más ganan (que tuvimos apenas en 1980) o más elevadas. Un “ingreso básico universal” generoso. La eliminación de seguros médicos por parte del empleador, con un sistema más parecido al del Reino Unido. Estas ideas siguen limitadas a los márgenes. Ninguna tiene posibilidades de llevarse a cabo incluso si los demócratas arrasan en las elecciones de 2020.
No estoy sugiriendo que el Partido ha evitado por completo la reacción exagerada de Trump. En nuestra era polarizada, los demócratas algunas veces cofunden a su base progresista con el país en su totalidad. Están a la izquierda del pueblo estadounidense en materia migratoria, por ejemplo.
Sin embargo, en su mayor parte, la agenda demócrata sigue siendo decididamente de centroizquierda: aumentar los impuestos a los ricos y usar el dinero para ayudar a las clases medias y bajas; proteger los derechos civiles; expandir el acceso a la educación; regular Wall Street y luchar contra el cambio climático; expandir la seguridad médica con el sistema actual, y llegar a acuerdos con los republicanos cuando sea necesario.
La agenda radical es la republicana: empeorar el cambio climático, a diferencia de casi cualquier otro partido conservador del mundo; agravar la desigualdad; sabotear los mercados de seguridad médica; escalar el déficit; robar una magistratura de la Suprema Corte; evitar que los ciudadanos de piel morena voten, y proteger la ilegalidad de Trump.
Si ustedes se consideran moderados —ya sea que se inclinen ligeramente a la derecha o a la izquierda— su opción en las elecciones intermedias de este año es clara.
Y si se consideran de izquierda, entiendo que tal vez se sientan frustrados porque los demócratas no vayan más allá, pero miren el panorama completo. El Partido Demócrata puede no haberse movido tanto como ustedes querían, pero lo ha hecho: ha ajustado su agenda en respuesta a la desigualdad creciente y las condiciones de vida estancadas.
El único error que ningún elector puede cometer es suponer que los dos partidos son solo distintas versiones de la misma cosa.