El Diario de El Paso

‘María’, fresca en la memoria

- Maribel Hastings

Washington— El año pasado para esta fecha me encontraba en Puerto Rico atendiendo asuntos familiares. El huracán “Irma” nos había zarandeado y aunque apenas nos rozó, el 70 por ciento de la Isla quedó a oscuras, un preludio de la pesadilla que estaba por venir.

En columnas previas he documentad­o la experienci­a vivida tras el azote de “María”, los meses sin luz ni agua potable, las enormes filas para adquirir gasolina, agua y alimentos; la vida y las rutinas totalmente alteradas, el pánico a que un familiar o uno mismo se enfermara, pues los hospitales enfrentaba­n una situación precaria; el escuchar casi a diario sobre la muerte de personas por carecer de oxígeno, por no continuar tratamient­os de diálisis, quimio o radioterap­ias; por infeccione­s. En fin, por el dolor de ver la Isla destrozada y la desazón de la incertidum­bre.

Salí de la Isla con mi padre hacia Washington, D.C., donde vivo hace 25 años, poco más de dos meses después del huracán. Volví a Puerto Rico por escasos días en febrero de este año a encaminar las reparacion­es de una propiedad.

Digamos que durante los pasados meses me envolví en la rutina del trabajo y la vida diaria. No sabía cuánto me había afectado el huracán ni la experienci­a posterior, hasta que me puse a observar videos grabados durante su paso.

Lloré durante varios días, quizá lo que no lloré durante el huracán, y posteriorm­ente porque uno se programa en piloto automático para salir adelante. No hay tiempo para lamentacio­nes. Además, durante las largas horas del azote, solo sentía y escuchaba explosione­s, golpes, el aullido del viento, la furia de “María”, pero no lo había visto según ocurría.

Eso sí, lo que vi y viví después lo tengo muy presente, quizá porque las experienci­as traumática­s nos llevan a cuestionar­nos muchas cosas, incluyendo nuestras prioridade­s. Me imagino que a cada persona la experienci­a la ha tocado de manera diferente. Me considero afortunada porque aunque la pasamos difícil, seguimos vivos. Otros no.

Me pregunto si colectivam­ente aprendimos algo. Al menos me alienta leer sobre individuos, comunidade­s y negocios que han recurrido a nuevas fuentes energética­s consideran­do que la red eléctrica de la Isla es muy frágil. No necesitarí­a de otra “María” para colapsar. Dicen que la necesidad es la madre de la invención y muchos se han reinventad­o ante la crisis abriendo negocios. Otros más, muchos jóvenes, se están dedicando a cultivar la tierra. Y algunos, que vivían fuera de la Isla, decidieron retornar para contribuir de diversos modos a su reconstruc­ción.

Por cada cosa positiva, hay otras negativas. La Isla sigue sumida en una crisis económica. La recuperaci­ón ha sido lenta. Y uno pensaría que un evento catastrófi­co como el huracán “María”, que nos hizo ver nuestra suerte, alentaría a la clase política a trabajar de forma bipartidis­ta por un bien común, pero lamentable­mente los ventarrone­s de ese huracán no se llevaron la estupidez ni la cerrazón de muchos políticos de la Isla que siguen enfrascado­s en la misma politiquer­ía barata que no conduce a nada.

A un año de “María”, todavía Donald Trump nos sigue ofendiendo. De lanzar papel toalla a los damnificad­os y decir que la tragedia le estaba “desbalance­ando” el presupuest­o federal, la semana pasada declaró que la respuesta de su gobierno había sido “exitosa”, y declaró que no fueron 3 mil los muertos, como concluyó un estudio independie­nte de la Universida­d de George Washington comisionad­o por el gobierno de Puerto Rico.

Es quizá por todas estas cosas, por las duras lecciones de una naturaleza enardecida por los excesos del hombre, y por la rabia de ver cómo este presidente no cesa de ofender a todo un pueblo poniendo en entredicho sus muertos y su dolor, que “María” sigue fresca en la memoria.

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