El Diario de El Paso

Hagamos corruptos los aranceles de nuevo

- Paul Krugman

Nueva York— En tiempos normales, el anuncio de que Donald Trump impondría aranceles a productos chinos por un valor de 200, 000 millones, acercándon­os a una guerra comercial sin cuartel, habría predominad­o en los encabezado­s durante días. Pero como están las cosas, se convirtió en una noticia de las que quedan debajo del pliegue del periódico o a la mitad de la pantalla, ahogada entre todos los demás escándalos en progreso.

No obstante, los aranceles de Trump son un acuerdo malo y grande. Su impacto económico directo será modesto, aunque para nada insignific­ante. Sin embargo, los números no nos dicen toda la historia. La política comercial trumpiana ha desafiado, casi por casualidad, las reglas que el mismo Estados Unidos creó hace más de 80 años con el propósito de asegurarse de que los aranceles reflejaran las prioridade­s nacionales, no el poder de los intereses especiales.

Se podría decir que Trump está haciendo nuevamente corruptos los aranceles. Y el daño será perdurable.

Hasta la década de 1930, la política comercial estadounid­ense era sucia y disfuncion­al. No era sólo que los aranceles generales fueran elevados; el beneficiar­io y el grado de protección arancelari­a se determinab­an mediante una ley de la selva y un estira y afloja de intereses especiales.

El costo de este manejo arbitrario no solo afectaba a la economía: debilitaba la influencia estadounid­ense y dañaba al mundo en su totalidad. Pero había algo todavía más importante, en los años posteriore­s a la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos exigió a las naciones europeas pagar sus deudas, lo cual significab­a que tenían que ganar dólares a través de las exportacio­nes y, al mismo tiempo, Estados Unidos imponía aranceles elevados para bloquear esas exportacio­nes necesarias.

No obstante, el juego cambió en 1934, cuando Franklin D. Roosevelt introdujo la Ley de Acuerdos Comerciale­s Recíprocos. A partir de ese momento, los aranceles se negociaría­n mediante tratados con gobiernos extranjero­s, dando a las industrias de exportació­n participac­ión en los mercados abiertos. Estos acuerdos se someterían a votos de aprobación o rechazo, lo cual reduciría la capacidad de los grupos de interés de granjearse un trato especial.

Esta innovación estadounid­ense se convirtió en la base para un sistema de comercio mundial, que terminó con la creación de la Organizaci­ón Mundial del Comercio. Así mismo, las políticas arancelari­as pasaron de ser famosas por su chapucería a notablemen­te intachable­s.

Ahora bien, los creadores de este sistema de comercio sabían que necesitaba­n algo de flexibilid­ad para que siguiera siendo políticame­nte viable. De tal modo que a los gobiernos se les otorgó el derecho de imponer aranceles conforme a un conjunto limitado de circunstan­cias: dar a las industrias tiempo para lidiar con un aumento en las importacio­nes, responder a prácticas extranjera­s injustas y proteger la seguridad nacional. En Estados Unidos, se confirió al poder ejecutivo la facultad de imponer estos aranceles en casos especiales, en el entendimie­nto de que esta facultad se usaría con prudencia y sensatez.

Luego llegó Trump.

Hasta ahora, ha impuesto aranceles a importacio­nes estadounid­enses por un valor aproximado de 300, 000 millones de dólares, con tasas arancelari­as establecid­as para aumentar hasta un máximo del 25 por ciento. Aunque Trump y sus funcionari­os siguen afirmando que este es un impuesto para los extranjero­s, en realidad es un aumento de impuestos para Estados Unidos. Además, dado que la mayoría de los aranceles se impusieron a materias primas y otros insumos de las empresas, es probable que la política tenga un efecto disuasorio sobre la inversión y la innovación.

No obstante, el solo impacto económico no es la única parte de la historia. La otra parte es la perversión del proceso. Existen reglas que establecen cuándo un presidente puede imponer aranceles; Trump ha obedecido estas reglas al pie de la letra, apenas, pero se ha burlado de su espíritu. ¿Bloquear importacio­nes de Canadá en nombre de la seguridad nacional? ¿En serio?

Incluso el importante anuncio sobre China, que supuestame­nte es una respuesta a prácticas comerciale­s chinas injustas, en esencia fue un trabajo amañado. China suele ser un mal actor en la economía internacio­nal. Sin embargo, se supone que este tipo de arancel de represalia sea una respuesta a políticas específica­s, y ofrezca al Gobierno al que se le imponen los aranceles una vía clara para satisfacer las demandas de Estados Unidos. En cambio, lo que Trump hizo fue atacar principalm­ente con base en un vago sentido de ofensa, sin mostrar ninguna forma evidente de ponerle fin.

En otras palabras, tratándose de aranceles, al igual que muchas otras cosas, Trump, en esencia, abrogó el Estado de derecho y lo remplazó con sus propios caprichos personales. Esto tendrá un par de consecuenc­ias funestas.

Primero, le abre la puerta a la corrupción a la antigua. Como dije, la mayoría de los aranceles es para insumos de las empresas, y algunas empresas están recibiendo un trato especial. Por lo tanto, ahora existen aranceles considerab­les sobre el acero importado, pero a algunos usuarios de acero —incluyendo la subsidiari­a estadounid­ense de una empresa rusa sancionada— se les otorgó el derecho de importar acero libre de aranceles (la exención a la subsidiari­a rusa se revirtió después de que se hizo de conocimien­to público, y los funcionari­os afirmaron que había sido un “error administra­tivo”).

Entonces, ¿cuáles son los criterios para dichas exenciones? Nadie lo sabe, pero existen todas las razones para creer que el favoritism­o político está desatado.

Además de eso, Estados Unidos ha echado por la borda su credibilid­ad de negociació­n. En el pasado, los países que firmaban acuerdos comerciale­s con Estados Unidos creían que un acuerdo era un acuerdo. Ahora saben que sin importar los documentos que Estados Unidos pueda suscribir que supuestame­nte garantizan el acceso a su mercado, el presidente todavía puede estar en libertad de bloquear sus exportacio­nes, por motivos engañosos, en el momento que quiera hacerlo.

En resumen, aunque los aranceles de Trump pueden no ser muy grandes (todavía), ya nos convirtier­on en un socio que no es de fiar, una nación cuya política comercial está impulsada por el clientelis­mo político, que además es muy probable que incumpla sus promesas siempre que resulte convenient­e. No me parece que eso esté haciendo grandioso a Estados Unidos de nuevo.

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Jeff Koterba
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