Si no le gusta enseñar, déjelo
San Diego — Es el comienzo de un año escolar y la amargura ya se siente en el aire. Los maestros de Estados Unidos están muy enojados, y ya no lo van a soportar más.
Ese es el mensaje del más reciente reportaje en la portada de la revista Time que sin duda dejó a muchos lectores preguntándose por qué ninguna persona sensata se atreve a entrar a un salón de clases en estos días.
Considerando el artículo, la queja número uno de hoy, de ayer y de siempre son los salarios. No le pagamos lo suficiente a los maestros, de acuerdo con la mayoría de ellos. Así que, ¿qué otra novedad hay?
Cada triste historia era peor que la anterior.
Un maestro dijo: “Tengo un grado de maestría, 16 años de experiencia, tengo dos empleos extra y dono sangre y plasma para pagar mis recibos. Soy un maestro en Estados Unidos”.
Otro aseveró: “Mi hijo y yo compartimos una cama en un pequeño apartamento, gasté mil dólares en materiales escolares y he sido despedido en tres ocasiones debido a recortes de presupuesto. Soy un maestro en Estados Unidos”.
Otro compartió lo siguiente: “Tengo 20 años de experiencia, pero no es suficiente para arreglar mi auto, ver a un doctor para mis dolores de cabeza ni puedo ahorrar para el futuro de mi hijo. Soy un maestro en Estados Unidos”.
¿Ya se siente deprimido? Lo entiendo. Soy un periodista en una época en la que, a pesar del llamado “auge de Trump” que ha ayudado a que los medios sean más rentables en ciertas maneras, los periódicos siguen contrayéndose, las estaciones de radio siguen declarándose en bancarrota y los canales de televisión por cable aún siguen despidiendo empleados al mismo tiempo que intentan resolver los problemas de sus estrategias digitales.
¿Acaso usted cree que yo no sé lo que se siente querer más dinero? Pero el periodismo nunca se ha tratado de dinero. Lo mismo sucede con la enseñanza y la Policía, la agricultura, y cualquier número de otras profesiones que su contador le aconsejaría que no se dedicara a ellas, pero que aun así encuentran sus adeptos entre aquellos que consideran que tales trabajos son significativos y satisfactorios.
Cuando se habla con ciertos grupos sobre la inmigración, me ofrezco a mí mismo como parte de la razón por la que el país necesita de tantos inmigrantes. Siendo un típico estadounidense, le digo a mi público, tomo toda oportunidad de empleo y negociación de contrato con el mismo fin en mente: un salario más alto y más vacaciones. Claro que esta mentalidad deja mucho trabajo pendiente. Aun así, para mí, el sueño americano se trata sobre ganar más y trabajar menos para ganárselo. Cuento esta historia a manera de broma para romper el hielo con el público.
Pero los maestros no bromean. Eso es exactamente lo que quieren: menos semanas de clases, jornadas más cortas, salarios más altos, mejores pensiones, etc. El pavo, el relleno y el postre.
Y gracias a los duros sindicatos de maestros que siembran el miedo en los corazones de los cobardes políticos demócratas, los maestros tienden a conseguir más de lo que quieren, particularmente en los estados con fuertes tendencias demócratas como California y Nueva York.
A cierto nivel, puedo respetar eso. Nadie debería trabajar por menos de lo que sus capacidades, experiencia, talentos y capacidad de aceptación puedan darle. Y sólo debido a que la sociedad necesita maestros más de lo que necesita carniceros, panaderos y fabricantes de velas, eso no significa que debamos defraudar a estas personas y esperar que trabajen por menos de los que se merecen simplemente porque cumplen con un importante servicio público, el de educar a las futuras generaciones.
Pero esta es la cosa: ser maestro es muy difícil. Lo entiendo. Yo lo he hecho. Pasé cinco años frente a un salón de clases, en mi viejo distrito escolar para atender mi hábito de comer cuando intentaba convertirme en escritor, autor y periodista independiente.
Pero la buena noticia es que si a usted no le gusta este trabajo, usted no tiene por qué hacerlo. Claro que alguien tiene que hacer ese trabajo. Aun así, ese “alguien” no tiene por qué ser usted.
Renuncie. Retírese. Es un país libre. Si usted no disfruta de aquello a lo que se dedica en la vida, o si piensa de que se le debe pagar mejor por hacerlo, déjelo y váyase a otra parte. Después de todo, si usted cree que se le debe pagar más, entonces debe pensar que usted cuenta con la educación, la capacidad y la experiencia para merecerse ese incremento salarial.
Yo he dejado empleos. En otras ocasiones he tenido trabajos que me dejan a mí. Y he sobrevivido. Usted también lo hará. Reconfórmese a sí mismo, reinvéntese. Capacítese más. Lo más importante, aclare su mente.
Un buen maestro tiene empatía, compasión y la habilidad de comunicar. Pero también tiene la mente adecuada. Si a usted le falta esto último, sálgase del salón de clases antes de que llegue a dañar a sus estudiantes y dañar su profesión.
Esa es una lección que muchos maestros no aprenden.