El NAFTA destruyó la manera en que comemos
Chicago– Hace unas semanas, mi tía vino de visita desde México por primera vez desde hace casi 20 años. Durante su estadía de un mes, mi familia y yo disfrutamos de sopes hechos a mano, de tortillas con frijoles, carne, queso y una salsa meticulosamente molida, además de pozole, elaborado con pollo y granos de maíz, cuya preparación es tan laboriosa que mi mamá sólo lo cocina en el Año Nuevo.
Ese tipo de comidas tan elaboradas son las que Alyshia Gálvez, una profesora del Departamento Latinoamericano y Estudios Latinos del Colegio Lehman de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, llama una cocina basada en la milpa, un término que se deriva de las palabras en español para referirse a un “sembradío de maíz”.
En su nuevo libro titulado “Comiendo NAFTA: Comercio, Políticas Alimenticias y la Destrucción de México”, Gálvez describe ese estilo de cocinar que se lleva a cabo en una amplia variedad de regiones de México.
Comparten un grupo de ingredientes básicos como el maíz y tipos de vegetales y plantas frescos (calabaza, frijoles, tomates, chile) que pueden ser cultivados en un pequeño predio cerca de casa para elaborar alimentos que están frescos inmediatamente antes de su consumo.
Esta manera de comer es lo opuesto a lo que generalmente se considera como “comida mexicana” en Estados Unidos, especialmente si uno se detiene a considerar una realidad aburrida sobre lo que encontró recientemente el sondeo Harris: que Taco Bell es el restaurante mexicano favorito de los estadounidenses. Y está en peligro de extinción.
Eso se debe al NAFTA y a otras políticas comerciales, que han incentivado a la gente de todo el mundo a migrar para conseguir trabajo o aceptar empleos en fábricas a cambio de un bajo salario, afectando su manera de vivir.
Eso lo ha convertido en una alternativa atractiva de comida súper barata y ultra procesada que para los fabricantes de comida industrializada es cada vez más difícil vendérsela a unos estadounidenses que están conscientes de la nutrición.
“Junto con sus contrapartes de otros países, los mexicanos que viven en zonas rurales y perciben bajos ingresos les han proporcionado un mercado a los productores de comida industrial para compensar el descenso en las ventas en Estados Unidos”, escribió Gálvez.
“Aunque las tendencias económicas y las decisiones políticas que han provocado que las maneras ancestrales de comer estén fuera del alcance de los ciudadanos mexicanos promedio, también están haciendo que la comida tradicional disponible sea un producto de alto valor y estatus “elevado” y haya sido reinterpretado por chefs de elite global”.
En una entrevista reciente, Gálvez me dijo que se enfocó en conectar los puntos entre el comercio, las políticas alimentarias, migración y salud, tanto en Estados Unidos como en México cuando empezó a ver que sus seres queridos mexicanos se estaban enfermando con el mismo tipo de enfermedades relacionadas con el peso corporal (obesidad, diabetes y enfermedades del corazón) que afligen a muchos estadounidenses, aun cuando esos parientes nunca han migrado.
“Yo no me había dado cuenta del todo de esa interconexión, el comercio no era algo en lo que yo estuviera particularmente interesada”, dijo Gálvez, “pero jalé un hilo y todos los demás quedaron al descubierto. La historia sobre la manera en que el NAFTA alteró el sistema alimentario en todo el continente y los efectos que ha tenido en la salud, nos afecta a todos nosotros”.
Gálvez toca temas como el surgimiento del aguacate, de la manera en que los impuestos a los refrescos fueron diluidos por los intereses corporativos y “la responsabilidad personal” sobre la manera en que comen las poblaciones , haciendo que las frutas y vegetales frescos sean más caros y difíciles de encontrar para que los pobres tengan que consumir comida barata y procesada.
Finalmente, quieren que la gente entienda las consecuencias involuntarias de un amplio rango de acuerdos comerciales, y lo hace apelando a nuestro egoísmo.
“Por supuesto, tenemos acceso a las frutas y vegetales frescos de México todo el año, pero el problema es fundamentalmente acerca de la democracia”, señala Gálvez.
“Cuando esos acuerdos son negociados a puerta cerrada por los ejecutivos, y el Congreso vota a favor o en contra, todos perdemos porque esas políticas afectan al 99 por ciento de la población de los tres países, y porque nosotros no estamos en la mesa de negociaciones”.
“Grupos de interés muy específicos y corporaciones son las que están en la mesa y ellos tienen una lista de deseos bien definidos. Si nos importara la democracia, entonces nos importaría nuestra representación y quién está siendo tomado en cuenta cuando se hacen esos acuerdos”.
“Mientras el presidente Trump renegociaba el acuerdo comercial, que al parecer se llamará Acuerdo Estados Unidos, México y Canadá, USMCA por sus siglas en inglés, yo me encontraba en una posición incómoda esperando que Trump no eche a perder negligentemente el NAFTA”.
Sería muy doloroso para todos los que estamos involucrados. No podemos darnos el lujo de desmoronar nuestro actual sistema alimentario. No nos hemos dado cuenta qué tan entrelazados e interdependientes somos.
“Los cambios drásticos podrían causar un increíble atolladero en los productos de los que dependemos diariamente. Veríamos costos increíblemente altos, las cosechas de los agricultores se echarían a perder y el hambre sería a una escala masiva”.
La evolución de la manera en que comemos es un hecho real. Pero negociar la herencia cultural gastronómica de todos los países (incluyendo el nuestro) en nombre de mejorar el comercio, no es un trato que muchos harían si estuvieran conscientes de lo que está en juego.