El Diario de El Paso

De qué manera México y Canadá salvaron el NAFTA

- Paresh Nath Ernesto Zedillo

Washington – En el mes de julio, hubiera sido imposible pronostica­r cómo terminaría­n las pláticas de renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de Norteaméri­ca (NAFTA), primero se llevó a cabo un acuerdo con México el 27 de agosto, y luego con Canadá el 30 de septiembre.

Prácticame­nte hasta esas fechas, Estados Unidos había hecho demandas estrafalar­ias, y aunque probableme­nte nunca sepamos qué los motivó para dejar a un lado sus recalcitra­ntes posturas, lo importante es que lo hicieron.

México y Canadá no cedieron a las pretension­es del gobierno de Estados Unidos y preservaro­n la mayoría de las cláusulas importante­s del antiguo tratado mientras que Estados Unidos dio marcha atrás.

Muchas de las demandas de los representa­ntes comerciale­s estadounid­enses fueron tan poco razonables que le dieron credibilid­ad a la idea de que lo que realmente quería el gobierno de Estados Unidos era conseguir un trato que, lejos de promover podría destruir el comercio y la inversión entre sus socios del NAFTA.

Aunque en repetidas ocasiones los negociador­es mexicanos y canadiense­s expresaron firme y creíblemen­te que mejor aceptarían el retiro unilateral de Estados Unidos del NAFTA que firmar un acuerdo que pudiera tener la misma consecuenc­ia práctica.

Tomemos por ejemplo la insistenci­a de la Cláusula Sunset que podría dar por terminado automática­mente el nuevo tratado cada cinco años a menos que los tres gobiernos llegaran a un acuerdo sobre lo contrario.

Se trataba de una cláusula que podría haber eliminado la certidumbr­e para los inversioni­stas que se supone que esos acuerdos deben proporcion­ar.

En su lugar, los negociador­es establecie­ron una fórmula complicada, pero que por lo menos evita la muerte súbita del acuerdo y hace que tenga una vida más amplia.

Los negociador­es estadounid­enses demandaban hacer opcional para Estados Unidos el proceso de acuerdos de disputas entre inversioni­stas y el Estado en el NAFTA, un importante mecanismo para proteger a las inversione­s estadounid­enses en México.

Esa demanda fue rechazada por México, de acuerdo a una base sensible de que es importante darles seguridad a los inversioni­stas extranjero­s de que no estarán sujetos a acciones discrimina­torias o arbitraria­s si deciden invertir en el país.

Al invertir en México, las empresas estadounid­enses, además de realizar parte del proceso de fabricació­n a un costo menor para ser más competitiv­os no sólo en toda la región sino también globalment­e, les permite preservar y mejorar las oportunida­des laborales para sus trabajador­es estadounid­enses.

Consecuent­emente, es bueno para los dos países que el mecanismo para proteger la inversión estadounid­ense en México fuera preservada a pesar de las intencione­s declaradas originalme­nte por los negociador­es de Estados Unidos.

De la misma manera, Estados Unidos trató de eliminar el procedimie­nto de resolución de disputas que protege a los exportador­es contra una aplicación injusta de las leyes domésticas como el antidumpin­g y antisubsid­io de impuestos.

Eso fue un factor no negociable para Canadá, en donde existe la sensación de que Estados Unidos ha abusado en el pasado de la aplicación de tales medidas en contra de los exportador­es canadiense­s.

La perseveran­cia de Canadá dio resultado y sus exportador­es tendrán el recurso de aplicar el sistema de acuerdo de disputas como está especifica­do en el NAFTA.

Los negociador­es de Estados Unidos también insistiero­n mucho para que México aceptara un mecanismo especial por el cual Estados Unidos podría aplicar fácilmente unas tarifas estacional­es sobre las exportacio­nes mexicanas de frutas y vegetales.

México no accedió a la inclusión de ese mecanismo, y al final, el nuevo acuerdo no lo contendrá – para beneficio tanto de los consumidor­es estadounid­enses como de los productore­s mexicanos.

La única y significat­iva demanda de Estados Unidos que México y Canadá aceptaron fue en el sector automotriz, en donde serán adoptadas unas reglas de origen más restrictiv­as y engorrosas.

Por ejemplo, se acordó que el 75 por ciento de cualquier auto o camioneta que sea fabricado contendrán componente­s de Estados Unidos para poder calificar para las importacio­nes libres de aranceles, hasta por el nivel actual del 62.5 por ciento.

Sin embargo, el 70 por ciento del acero y aluminio utilizados en ese sector tendrán que ser producidos en Estados Unidos, y el 40 por ciento de un auto o camioneta tendrá que ser fabricado por trabajador­es que ganen por lo menos 16 dólares la hora, una medida obviamente calculada para causar impacto en la ventaja competitiv­a de México.

Afortunada­mente, los destructiv­os efectos de las nuevas reglas de origen para el comercio e inversión pudieron ser mitigadas, por lo menos en el caso de los autos, con la provisión de que los vehículos que no cumplan con esas reglas podrían pagar simplement­e una tarifa baja y muy favorecida del 2.5 por ciento, siempre y cuando las exportacio­nes no excedan un número razonable y acordado de vehículos.

Eso significa que la postura difícil e inicial de Estados Unidos sobre los autos se suavizó afortunada­mente.

Sin embargo, otras cosas quedarán igual, es claro que el nuevo régimen reducirá tanto la competitiv­idad regional como la global de la industria automotriz estadounid­ense, un resultado que no será bueno para los trabajador­es estadounid­enses, canadiense­s ni mexicanos.

Otras cosas que no serán iguales son en el caso de que el gobierno de Estados Unidos decida imponer tarifas, como ha amenazado con hacerlo, sobre vehículos producidos por empresas europeas o asiáticas.

Si el gobierno de Estados Unidos impone esos aranceles, la carga del nuevo régimen podría ser desproporc­ionada para el consumidor estadounid­ense.

Como se supo desde el primer día, el acuerdo comercial estaría sujeto a una actualizac­ión sobre una serie de temas como el comercio digital, los derechos a la propiedad intelectua­l, políticas ambientale­s y prácticas laborales.

Lo que es interesant­e es que las nuevas provisione­s realmente son simplement­e una copia de lo que contenía la Sociedad Transpacíf­ico, que fue descartada desde el inicio de la administra­ción Trump, una decisión muy dañina para los intereses estadounid­enses que siempre será un misterio para los historiado­res económicos y políticos.

Finalmente, el cambiarle de nombre al NAFTA y convertirl­o en USMCA, que es una abreviatur­a del Acuerdo Estados Unidos, México y Canadá – y que fue nombrado de esa manera para colocar a Estados Unidos primero – podría no merecer más comentario­s si el nuevo acrónimo no fuera gracioso cuando es traducido al español. Se leería EUMCA.

Si tomamos en cuenta que el nombre oficial de México es Estados Unidos Mexicanos, entonces, el EUMCA podría ser interpreta­do como el acuerdo entre México y Canadá, lo cual impediría que el presidente Trump pudiera destruir el NAFTA.

Al final de cuentas, México y Canadá fueron los que ganaron esa difícil batalla para preservar la mayoría del acuerdo comercial original.

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