El Diario de El Paso

Desaparece periodista turco en consulado Saudita en Estambul

Temen haya sido asesinado; demanda presidente Erdogan una explicació­n

- David D. Kirkpatric­k y Ben Hubbard The New York Times

Ankara, Turquía–Desde hace mucho, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se ha proclamado defensor de las protestas de la Primavera Árabe y de los islamistas políticos que alguna vez parecieron dispuestos a llevarlas al poder.

El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, apoya la postura contraria en un debate ideológico presente en todo Medio Oriente: la de los caudillos antislamis­tas que aplastaron las revueltas.

Hasta ahora, los dos líderes, ambos al frente de grandes potencias regionales, han sido cordiales en sus relaciones en aras de la estabilida­d. Sin embargo, en el transcurso de la semana pasada, las tensiones entre ellos se han desatado debido a la desaparici­ón de Jamal Khashoggi, un disidente saudita y columnista del Washington Post cuyo rastro se perdió después de que entró al Consulado Saudita en Estambul, hace nueve días.

Erdogan ha exigido en repetidas ocasiones a Arabia Saudita que dé una explicació­n sobre la desaparici­ón de Khashoggi, mientras que los funcionari­os turcos afirman que tienen pruebas en audio y video de que fue asesinado y han difundido filtracion­es que sugieren que la corte real ordenó el asesinato. El príncipe heredero y sus voceros han insistido, sin brindar evidencia, en que Khashoggi se fue del consulado voluntaria­mente, y han manifestad­o que también están preocupado­s por él.

La controvers­ia enfrenta a dos nacionalis­tas obstinados, ambos con ambiciones de transforma­r su región. También comparten una aversión a la crítica pública y un historial de rehusarse a ceder en una batalla.

“Estos dos individuos se consideran la persona más importante en el mundo musulmán”, dijo Steven Cook, un académico del Consejo de Relaciones Exteriores que realiza estudios sobre ambos países. “Hay ego en ambos bandos”, agrega.

El jueves, hubo señales de que los dos líderes buscaban una salida. La oficina de Erdogan anunció que el presidente había aceptado la solicitud saudita de formar un “equipo de trabajo” conjunto para investigar la desaparici­ón de Khashoggi.

Sin duda, ambos tienen mucho que perder.

Erdogan está luchando con la gestión de una economía tambaleant­e y su involucram­iento en Siria, devastada por la guerra. No podría permitirse el lujo de una nueva batalla con una potencia regional acaudalada como Arabia Saudita.

Para el príncipe heredero Mohamed, el asunto amenaza con manchar seriamente la imagen de reformador moderado que le ha costado años cultivar. Ansioso por diversific­ar la economía saudita antes de quedarse sin petróleo, ha cortejado a Washington, Wall Street, Silicon Valley y Hollywood con promesas de abrir y modernizar el reino.

El príncipe ya ha sido blanco de críticas occidental­es por encabezar una guerra destructiv­a en Yemen, retener temporalme­nte al primer ministro del Líbano y encerrar a cientos de empresario­s en un hotel de lujo por ser sospechoso­s de corrupción. Si se le señala como responsabl­e de la desaparici­ón –y posible muerte– de Khashoggi, eso podría darles armas a sus enemigos nacionales, resentidos por su raudo ascenso al poder.

A nivel internacio­nal, el conflicto ya ha minado su cortejo a visitantes e inversioni­stas occidental­es. El jueves, varios participan­tes dijeron que se retirarían de una conferenci­a de inversión conocida como “Davos en el desierto”, que el príncipe celebrará este mes en Riad.

“Su credibilid­ad en Occidente y en Estados Unidos está en riesgo”, comentó Kristian Coates Ulrichsen, miembro del Instituto Baker para Políticas Públicas de la Universida­d Rice. “La brecha de credibilid­ad será enorme, y va a ser sumamente difícil para los simpatizan­tes sauditas en Washington presentar una imagen que antes podían impulsar con bastante éxito en general”.

Luego de que legislador­es de ambos partidos en Washington amenazaron con buscar sanciones por el caso, los líderes sauditas parecen sorprendid­os por la magnitud de la reacción internacio­nal. El príncipe heredero Mohamed ha cancelado o postergado sus reuniones con diplomátic­os y otros visitantes extranjero­s, y el ministro de Relaciones Exteriores, Adel al-Jubeir, ha permanecid­o inusualmen­te callado.

Por su parte, Erdogan casi se ha burlado del príncipe heredero con preguntas para probar qué tanto puede acercarse a culpar a Arabia Saudita de la desaparici­ón de Khashoggi sin hacerlo de manera explícita.

“¿Es posible que no haya un sistema de cámaras de vigilancia en un consulado o en una embajada?”, comentó, según los informes noticiosos turcos. “¿Es posible que no hubiera un sistema de cámaras en el Consulado de Arabia Saudita donde ocurrió este incidente? Es decir, si aquí vuela un pájaro, o un mosquito, esos sistemas lo captarían. Y ellos tienen los más avanzados”.

“No nos es posible quedarnos callados ante tal suceso en nuestro país”, afirmó Erdogan.

La preocupaci­ón más grande de Erdogan no está en el extranjero sino en casa: las deudas que se adquiriero­n durante quince años de esfuerzos para fortalecer la economía turca han debilitado a su sector empresaria­l, que ha quedado enterrado bajo el peso de más de 200 billones de dólares en deuda externa. Esto ha provocado que caiga el valor de la moneda turca y se eleve la inflación.

A pesar de que Arabia Saudita no es para nada el mayor inversioni­sta de Turquía, los funcionari­os turcos han presumido que su país genera 8 billones de dólares al año en negocios con el reino. Los veraneante­s sauditas acaudalado­s son un elemento central de la industria turística de Estambul.

“Hay mucho en juego, y es por eso que Erdogan va a actuar con mucha moderación”, dijo Ozgur Unluhisarc­ikli, director de la oficina en Ankara del German Marshall Fund, de Estados Unidos. “Turquía está pasando por una época económica difícil, y Arabia Saudita y los países del Golfo tienen la capacidad de inclinar la balanza a favor de la economía turca”.

La desaparici­ón de Khashoggi también es una amenaza para algo menos tangible: el prestigio del que ha gozado la Turquía de Erdogan en la región como un refugio para los políticos y pensadores árabes bajo la presión de sus propios gobiernos.

“Dado que Turquía se ha convertido en una guarida tan preciada para los árabes que ya no se sienten a salvo en sus propios países, la reputación de Erdogan podría dañarse bastante”, opinó Tamara Cofman Wittes, académica del Instituto Brookings y ex funcionari­a del Departamen­to de Estado.

Varios analistas dijeron que ya han notado indicios de que Erdogan podría estar explorando una retirada que preserve la buena imagen de ambas partes, por ejemplo, permitiend­o que el príncipe heredero reconozca la muerte de Khashoggi, pero que culpe a un miembro rebelde de su gobierno.

El anuncio del equipo de trabajo conjunto para el caso aumentó las especulaci­ones. No obstante, la manera en que va a funcionar esa cooperació­n, dadas las acusacione­s de los turcos contra los sauditas, aún está por verse.

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Jamal Khashoggi es columnista del Washington Post, su rastro se perdió hace nueve días

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