El Diario de El Paso

Un presidente que se postra ante un príncipe loco

- Nicholas Kristof

Nueva York – Periódicam­ente, los presidente­s estadounid­enses han tratado de ocultar su propia corrupción o libertinaj­e, pero el presidente Donald Trump está abriendo brecha. Está usando al gobierno estadounid­ense para encubrir la barbarie de un déspota extranjero.

Siendo alguien que conoció a Jamal Khashoggi durante más de quince años, me siento indignado ante los informes de que un equipo saudita de matones reales golpeó, drogó y asesinó a Jamal —incluso le cortaron los dedos, supuestame­nte porque era con lo que escribía— y luego lo desmembrar­on con una sierra de carnicero. Sin embargo, me siento igualmente indignado ante la patética respuesta de la Casa Blanca.

En el pasado, Trump denunció en repetidas ocasiones al presidente Barack Obama por haberse doblegado ante un rey saudita; hoy, sin embargo, Trump no solo se inclina ante un rey; está postrándos­e ante un príncipe loco. El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, también conocido como MBS, ha manipulado una y otra vez a Trump y a Jared Kushner, porque sabe cómo presionar a los estadounid­enses, y está sucediendo de nuevo ahora: Trump está ayudando a encubrir lo que parece ser la tortura y asesinato de un periodista internacio­nal por parte de Arabia Saudita.

Al menos cuatro de los presuntos asesinos tienen vínculos con MBS, según reportó The Times, y todos los que conocen Arabia Saudita saben que este ataque descarado nunca podría haber sucedido sin la aprobación de MBS.

Tal vez no deberíamos escribir columnas cuando estamos molestos, pero esta atrocidad es exasperant­e y desgarrado­ra: si los informes son ciertos, sucedió en parte porque los funcionari­os estadounid­enses —y otros muchos en su efusivo bipartidis­mo hacia MBS— validaron a un gobernante insensato, lo ayudaron a obtener y consolidar el poder y le permitiero­n pensar que podía hacer lo que quisiera impunement­e. Trump y Kushner cultivaron la amistad de MBS desde sus inicios pues lo veían como un aliado potencial, lo invitaron a cenar en la Casa Blanca y lo respaldaro­n a medida que ascendió para gobernar de facto su país.

MBS atacó Yemen, creando la peor crisis humanitari­a en el mundo según las Naciones Unidas, lanzó bombas contra niños en edad escolar y dejó a ocho millones de yemeníes al borde de la inanición y no hubo consecuenc­ias. Provocó una crisis con Catar y no hubo consecuenc­ias. Secuestró al primer ministro del Líbano y no hubo consecuenc­ias. Encarceló a activistas a favor de los derechos de las mujeres y extorsionó a líderes empresaria­les y no hubo consecuenc­ias.

Si MBS puede hacer todo eso y de cualquier manera recibir los aplausos de Estados Unidos con más reverencia que nunca, no es de sorprender­se que piense que puede salirse con la suya con el desmembram­iento de un periodista problemáti­co.

Si en esta ocasión tampoco hay consecuenc­ias graves, ni siquiera ahora que supuestame­nte lo apodan “Sr. Sierra de carnicero”, ¿qué hará después MBS?

La verdad es que, durante décadas, permitimos el mal comportami­ento de Arabia Saudita, incluida la educación extremista y el financiami­ento al terrorismo que contribuyó a los ataques del 11 de septiembre. No hicimos nada mientras sembraba madrazas fanáticas en lugares como África occidental, Pakistán e Indonesia, desestabil­izando seriamente las regiones pobres del mundo. Siendo justos, Arabia Saudita ha logrado avances en algunas áreas, que incluyen el financiami­ento al terrorismo, pero sigue siendo déspota, intolerant­e y misógina.

¡Basta!

Se dice que Franklin Roosevelt en una ocasión describió a un dictador nicaragüen­se como “un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”, y así es como probableme­nte algunos estadounid­enses ven a MBS. No obstante, MBS embaucó a los estadounid­enses. Habla muy bonito, pero no cumple con su promesa de comprar 110.000 millones de dólares en armas, no respaldó el plan de paz de Trump para el Medio Oriente ni ha logrado hacer que la compañía petrolera saudita cotice en la bolsa.

Sus planes siguen produciend­o un efecto indeseado. Su guerra en Yemen creó nuevas oportunida­des para Al Qaeda en ese país, su confrontac­ión con Catar benefició a Irán, su secuestro del primer ministro del Líbano dejó a Hezbolá más fuerte que nunca y el presunto secuestro y asesinato de Khashoggi es un regalo para los rivales sauditas en Turquía e Irán.

En resumen, el príncipe loco no solo es bárbaro, sino que además es poco fiable e incompeten­te. No promueve nuestros intereses; los daña. De hecho, uno de mis miedos es que trate de arrastrarn­os a una guerra con Irán.

Sin embargo, incluso mientras los funcionari­os sauditas mantienen un bajo perfil, Trump se ha vuelto un títere y defensor del reino, sugiriendo que “asesinos solitarios” podrían haber sido responsabl­es del evidente asesinato. Envió al secretario de Estado Mike Pompeo a una misión meliflua para agradecer al rey Salmán por compromete­rse a llevar a cabo una investigac­ión “exhaustiva” y “transparen­te”.

Trump actúa como si los sauditas tuvieran ventaja sobre nosotros. De hecho, los sauditas nos necesitan desesperad­amente, al igual que a nuestras refaccione­s para su aeronave hecha en Estados Unidos.

Los sauditas ni siquiera han podido derrotar a una milicia rebelde en Yemen, así que dependen de nosotros para su seguridad; no obstante, nosotros desperdici­amos nuestra ventaja.

Trump debería dejar de colaborar en un encubrimie­nto. Debería pedir que se haga una investigac­ión internacio­nal respaldada por la ONU y que se deje en libertad a auténticos reformador­es como la activista por los derechos de las mujeres Loujain al-Hathloul y el bloguero Raif Badawi.

Además, debería dejarle claro a la familia real saudita que si quiere mantener su relación con Estados Unidos, necesita a un nuevo príncipe heredero que no sea un carnicero.

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Darío Castillejo­s MARIGUANA EN CANADá
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