Beto O’Rourke vs. Ted Cruz
Austin— Todos los partidos políticos lo dicen una y otra vez: estas elecciones dependerán de la participación electoral en Texas.
Lo que eso significa, en números elementales, es que los demócratas se han mantenido a un millón de votos por detrás de los republicanos en las recientes elecciones estatales. La única manera de cerrar esa brecha es hacer que muchos de los votantes mayoritarios se queden dormidos o hacer que muchos de los votantes minoritarios despierten.
O ambas cosas.
Eso ya pone bajo relieve la gran pregunta detrás de las elecciones del 2018 en Texas, la respuesta a la cual comenzará a ser evidente el lunes, cuando arranquen las votaciones anticipadas: ¿Acaso alguna de las más vigorosas y costosas campañas políticas de alto perfil lograrán hacer un cambio en el tamaño o tendencias partidistas de la población votante en el estado?
Se requerirá de un gran cambio para hacer la diferencia. Las distancias entre los republicanos y los demócratas en las contiendas estatales por el transcurso de la última década son enormes y vastas. El republicano Greg Abbott consiguió una ventaja de alrededor de 960 mil votos sobre la demócrata Wendy Davis en el 2014. Ese mismo año, el republicano John Cornyn estaba en la cima de la boleta electoral en Texas, ganando la reelección al Senado de Estados Unidos con más de 1.2 millones de votos sobre el demócrata David Alameel.
La contienda por la gubernatura del 2010 estuvo mucho más reñida, pero el republicano Rick Perry aun así consiguió una ventaja de 631 mil votos sobre el demócrata Bill White ese año. En la siguiente contienda en la boleta, el republicano David Dewhurst ganó la reelección como vicegobernador con una ventaja de 1.3 millones de votos sobre la demócrata Linda Chávez-Thompson.
Los números son igual de abrumadores en los años de elecciones presidenciales. Donald Trump venció a Hillary Clinton en Texas hace dos años por más de 800 mil votos. La siguiente contienda en la boleta fue por un escaño en la Comisión de Ferrocarriles de Texas: el republicano Wayne Christian venció al demócrata Grady Yarbrough por casi 1.3 millones de votos.
Cuatro años antes, Mitt Romney terminó con casi 1.3 millones de votos de ventaja sobre Barack Obama, y Ted Cruz venció al demócrata Paul Sadler por un escañó en el Senado de Estados Unidos por casi la misma cantidad de votos.
Creo que ustedes ya pueden darse una idea.
Dichas cifras explican dos cosas que usted ya ha estado escuchando sobre los candidatos en contiendas competitivas. Comencemos desde arriba: el senador Cruz les está diciendo a los votantes republicanos que el exceso de confianza es su talón de Aquiles. “La más grande dificultad que enfrento en esta contienda… es la complacencia”, dijo Cruz en un mitin en Smithville en agosto. “la gente lo dice todo el tiempo, ‘Oh, vamos, es un reelecto de Texas. ¿Cómo sería posible que perdieras?’ Bueno, en un ciclo ordinario, quizás eso sea verdad. Pero este no es un ciclo ordinario. La extrema izquierda está llena de ira y nosotros podríamos subestimar dicha ira”.
Cuando Donald Trump Jr. hizo campaña en el estado a favor de Cruz a comienzos de este mes, hizo sonar la misma alarma. Es posible que ustedes lo vuelvan a escuchar la semana entrante en el mitin de presidente en Houston, el cual prometió realizar después de que los republicanos de Texas le pidieran que viniera al estado a dar su apoyo a la campaña de reelección de Cruz.
Eso debió haber sido algo digno de ver, ¿verdad?
Su estrategia es atraer a los republicanos que ya han votado antes. Por más de dos décadas, siempre ha habido suficientes de esos —por un buen margen— para hacer que sus candidatos ganen elecciones.
Los demócratas intentan algo mucho más difícil: hacer que la gente vote en una elección de mitad de término por primera vez.
Algunos de estos podrían ser votantes que sólo se presentan en años de elecciones presidenciales, cuando la participación electoral para ambos partidos registra un significativo repunte. Pero en las elecciones de mitad de término —los ciclos en los que los gobernadores de Texas y otros candidatos estatales son elegidos— la participación de los electores es menor, y los republicanos superan en número a los demócratas por casi tres votos a dos.
Texas es un estado con una baja participación electoral, conocido por si mediocre participación cívica. Los demócratas han recurrido a su esperanzado grito de guerra: “Texas no es un estado republicano —es un estado que no vota”. La teoría es que muchas personas que no votan en Texas son demócratas. Esa es la lógica detrás de los esfuerzos democráticos de hacer que los adultos se registren a votar, pero luego no acuden a las urnas. La categoría de los no votantes, en elecciones de mitad de término, abarca alrededor de dos tercios de los votantes registrados en el estado.
La brecha es enorme: para cambiar la bandera partidista de cualquier cargo estatal en Texas requerirá de una combinación de declives republicanos e incrementos demócratas para cubrir la mitad del abismo del millón de votos. En los actuales niveles de participación electoral, del 33.7 por ciento al 38 por ciento de los votantes registrados en las últimas cuatro elecciones gubernamentales, hordas de votantes —más de uno en cada diez— tendrían que cambiar de bando. O quedarse en casa. O acudir a las urnas por primera vez.