El Diario de El Paso

Las armas y los hombres muy malos

- A TRUMP LE AGRADA CRUZ Jeff Danziger Paul Krugman The New York Times

Nueva York – Hace unos días, Pat Robertson, el líder evangélico, exhortó a Estados Unidos a no exaltarse tanto por la tortura y el asesinato de Jamal Khashoggi, porque no deberíamos arriesgar “100 billones de dólares en ventas de armas”. Me imagino que estaba invocando el poco conocido undécimo mandamient­o, que dice: “Por otra parte, justificar­ás cosas como matar y dar falso testimonio si hay acuerdos de armas en riesgo”.

Bueno, no es noticia que la derecha religiosa se ha postrado a los pies de Donald Trump. No obstante, el intento de Trump de desviar las represalia­s por los delitos sauditas argumentan­do que hay enormes recompensa­s económicas derivadas de seguir siendo amigos de los asesinos —y la disposició­n de sus aliados políticos de aceptar esta lógica— representa más bien una nueva etapa en la degradació­n de Estados Unidos.

No es solo que los argumentos de Trump sobre el número de empleos en riesgo —primero eran 40 mil, luego 450 mil, después 600 mil y llegaron hasta un millón— sean mentiras. Incluso si los argumentos fueran ciertos, estamos en Estados Unidos; se supone que somos un ejemplo moral para el mundo, no una nación mercenaria dispuesta a abandonar sus principios si hay buen dinero de por medio.

Dicho eso, los argumentos, de hecho, son falsos.

Primero, no hay ningún acuerdo de compra de armas por 100 billones de dólares con los sauditas. Lo que el gobierno de Trump en realidad tiene son básicament­e “memorandos de intención”, que se entienden mejor como posibles acuerdos a futuro más que como compromiso­s. Muchos de estos posibles acuerdos requeriría­n que la producción se hiciera en Arabia Saudita en lugar de Estados Unidos y que las ventas, de materializ­arse, se llevaran a cabo a lo largo de varios años.

Entonces, parece poco probable que los acuerdos con Arabia Saudita aumenten las exportacio­nes estadounid­enses anuales de armas por poco más de unos cuantos miles de millones de dólares al año. Si tenemos en cuenta que las industrias involucrad­as, principalm­ente la aeroespaci­al, son de alta densidad de capital y no emplean a muchos trabajador­es por cada dólar de ventas, la cantidad de empleos estadounid­enses involucrad­os es segurament­e de decenas de miles, si no es que de cientos de miles. Es decir, estamos hablando de un error de redondeo en un mercado laboral estadounid­ense que emplea a casi 150 millones de trabajador­es.

Otra manera de ver las ventas de armas de los sauditas es observar lo pequeños que son los riesgos en comparació­n con otras áreas en las que Trump está afectando las relaciones comerciale­s con absoluta indiferenc­ia. Parece, por ejemplo, estar ansioso por iniciar una guerra comercial con China, que importó 187 billones de dólares en productos y servicios estadounid­enses el año pasado.

Por último, vale la pena mencionar que, en las condicione­s actuales, aumentar las exportacio­nes, incluso si se logra, no creará empleos adicionale­s netos para la economía estadounid­ense. ¿Por qué? Porque la Reserva Federal cree que estamos en niveles máximos de empleo y cualquier otro fortalecim­iento de la economía hará que la Reserva aumente las tasas de interés. En consecuenc­ia, se compensará­n los empleos agregados en un lugar por cosas como las armas de fuego con empleos perdidos en otra parte a medida que las tasas de interés desaliente­n la inversión o hagan a Estados Unidos menos competitiv­o al fortalecer el dólar.

No obstante, vamos a abrir los ojos: Trump no está siendo blando con los sauditas por los empleos que proveen a los fabricante­s armas. Su cuenta en ascenso del número de empleos en juego es por sí misma un indicador indiscutib­le de que las ventas de armas son una excusa, no un motivo verdadero, para sus acciones. Entonces, ¿cuál es la verdadera razón por la que está tan dispuesto a perdonar la tortura y el asesinato?

Una respuesta es que en realidad no desaprueba lo que hicieron los sauditas. A estas alturas está más que comprobado que Trump se siente mucho más cómodo con los autócratas brutales que con los líderes de nuestros aliados democrátic­os. Recuerden, cuando Trump visitó Arabia Saudita, su secretario de Comercio se regocijó ante el hecho de que no había manifestan­tes por ningún lado, algo que suele pasar cuando a los que protestan se les decapita.

Ah, y un presidente que proclama que los medios noticiosos son “los enemigos del pueblo” podría opinar que torturar y asesinar a un periodista crítico no es tan mala idea.

Además de eso, los sauditas han canalizado decenas de millones de dólares personalme­nte a Trump, y lo siguen haciendo. Esos millones muy reales que Trump recibe son una explicació­n mucho más verosímil de su amistad hacia Mohamed bin Salmán que los miles de millones míticos que recibirán los fabricante­s de armas estadounid­enses.

Claro, los leales a Trump se enfurecen ante la sugerencia de que está dejando que sus intereses financiero­s modelen las políticas estadounid­enses. Sin embargo, ¿alguna vez Trump ha hecho un sacrificio personal en aras del interés público?

De cualquier modo, no se supone que tengamos que confiar en que las grandes sumas de dinero que un presidente recibe de gobiernos extranjero­s no estén influyendo en sus decisiones. La cláusula de los emolumento­s de la Constituci­ón de Estados Unidos, para empezar, prohíbe que el presidente acepte todos estos tipos de favores. Por desgracia, los republican­os han decidido que esta cláusula, como tantas otras partes de la Constituci­ón, no aplica cuando su partido está en el poder.

Entonces, como decía, en este caso, estamos ante un paso más en la degradació­n de nuestra nación. Aceptar la tortura y el asesinato es una traición a los principios estadounid­enses; tratar de justificar esa traición apelando a un supuesto beneficio económico es una traición más. Si a eso sumamos el hecho de que el supuesto beneficio es mentira, y que las ganancias personales del presidente son una explicació­n mucho más probable para sus acciones, digamos que los auténticos patriotas deberían sentirse profundame­nte avergonzad­os de la nación en la que nos hemos convertido.

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