Atención médica, odio y mentiras
Hasta hace poco parecía que las elecciones intermedias podrían definirse mayormente por un debate sobre la atención médica. Sin embargo, en los últimos días los encabezados han estado dominados más bien por el odio: la histeria motivada por una caravana de migrantes que se encuentra a miles de kilómetros de la frontera estadounidense, y ahora el intento de asesinato de varios demócratas importantes.
No obstante, sin importar quién envió las bombas ni para qué, la histeria sobre la caravana no es ningún accidente: crear un clima de odio es la manera en la que los republicanos evitan hablar sobre la atención médica. Lo que estamos viendo en esta elección es un tipo de culminación de la estrategia que la derecha ha usado desde hace décadas: distraer a los electores pertenecientes a la clase trabajadora de las políticas que los dañan, mientras se ensalza la cultura bélica y, principalmente, de antagonismo racial.
Tratándose de sustancia, la agenda política conservadora moderna, que se centra en recortar impuestos y hacer pedazos la red de seguridad social, es uniformemente impopular. Los electores, por un amplio margen, quieren aumentar, no disminuir, los impuestos a las corporaciones y los ricos. Se oponen de manera abrumadora a los recortes en la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. Hasta aquellos que se identifican como republicanos están a favor de evitar que las aseguradoras discriminen a la gente con enfermedades preexistentes, así como lo estipula Obamacare, pero no las propuestas de servicios médicos hechas por los republicanos.
Así que ¿cómo planean los republicanos ganar las elecciones? En parte, la respuesta es que el fraude electoral, el Colegio Electoral y otros factores han amañado el sistema a su favor; los republicanos han conservado la Casa Blanca después de tres de las últimas seis elecciones presidenciales, a pesar de haber ganado el voto popular solo una vez. Además, probablemente se quedarán con la Cámara de Representantes, salvo que los demócratas ganen al menos por un seis por ciento.
No olvidemos la supresión de electores, que está inclinando fuertemente la balanza. A pesar de ello, dado lo impopulares que son las posturas en materia de políticas de los republicanos, ¿cómo es que se acercan lo suficiente para hacer trampa?
Una de las maneras en las que tradicionalmente han llegado ahí es mediante las acusaciones de comunismo: afirmar que todas las políticas progresistas son el siguiente paso hacia eso. Hace más de medio siglo Ronald Reagan advirtió que Medicare destruiría la libertad estadounidense (no sucedió). Hace unos cuantos días, el Gobierno de Trump emitió un informe que equiparaba a Medicare con caer de lleno en el maoísmo.
Otra táctica clave involucra mentir sobre sus propias posturas y aquellas de sus opositores. Durante el Gobierno de George W. Bush, las mentiras eran relativamente sutiles para los estándares actuales, ya que involucraban cosas como fingir que los recortes fiscales favorecedores a los ricos en realidad tenían como objetivo a la clase media. Ahora, las mentiras son totalmente descaradas, puesto que hay candidatos que han trabajado incansablemente para desmantelar las protecciones para las enfermedades preexistentes haciéndose pasar por sus defensores y acusando a los demócratas de ser quienes están tratando de destruir Medicare.
No obstante, aunque pueden confundir a algunos electores, las mentiras sobre las política públicas no son suficientes. El odio siempre ha sido parte del paquete.
No vamos a fantasear con el pasado. Cuando Reagan hablaba sobre las reinas del bienestar social que conducían Cadillacs, o el “corpulento joven negro” que usaba los cupones de alimentos para comprar cortes de res, sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Sin embargo, con Donald Trump la estrategia del odio ha alcanzado todo un nuevo nivel.
En primer lugar, tras décadas de ocultar su estrategia con eufemismos, el Partido Republicano ha vuelto a dejar que los racistas sean racistas. Difícilmente pasa una semana sin que nos enteremos de que algún funcionario de Trump o seguidor republicano importante es un intolerante y/o un nacionalista blanco.
Al mismo tiempo, el Partido Republicano convencional le ha apostado todo al tipo de teorías conspirativas –teñidas de antisemitismo– que solían estar restringidas a los radicales. Por ejemplo, no sólo Trump, sino senadores de alto rango como Charles Grassley, han aceptado como válida la afirmación falsa de que George Soros le pagó a la gente que protestaba contra Brett Kavanaugh.
Por último, las amenazas de represalias contra opositores políticos y críticos se han vuelto la norma entre la derecha, y no sólo en los gritos a coro de “enciérrenla”, que Trump encabezó el mismo día en que alguien le envió una bomba a Hillary Clinton. Ted Cruz puede haber estado bromeando cuando sugirió enviar a Beto O’Rourke a la cárcel, pero no hace mucho ese tipo de broma habría sido impensable.
Resulta difícil ver eso de llamar a los medios noticiosos “los enemigos del pueblo” como otra cosa que una incitación a la violencia.
Entonces ¿esta estrategia redoblada del odio funcionará? Podría ser, en parte porque esos mismos medios noticiosos todavía bailan al son de los resentidos. Pensemos en la historia de la caravana de migrantes. La histeria de la derecha es evidentemente falsa; está claro que están publicitando la historia para distraernos de los servicios médicos y otros temas sustantivos: ¡olvídense de las enfermedades preexistentes! ¡Miren a esas amenazadoras personas de piel morena!
No obstante, las principales cadenas de noticias le han dado a la caravana una cobertura de saturación, incluso más de la que le han dado jamás a la atención médica, a pesar de todo.
La cuestión es que, si esta estrategia del odio funciona en las elecciones intermedias, la derecha continuará por esa línea con mayor avidez. No esperen que alguno de los involucrados tenga cargos de conciencia. De hecho, después de que CNN y varios críticos importantes recibieron bombas por correo, Trump culpó... a los medios.
He visto el futuro y está cargado de peligro.