El reto central de esta era
Nueva York – Hoy en día, la identidad nacional es la fuerza más poderosa en el mundo de la política. La mayoría de los dirigentes más impetuosos del mundo alcanzaron el poder gracias a que adoptaron una enérgica historia nacionalista y gobiernan conforme a esos principios. Algunos ejemplos son Rusia, China, India, Estados Unidos, Israel, Turquía, el Reino Unido y Brasil, entre muchos otros. Es difícil concebir que algún partido logre en la actualidad convencer a los electores o gobernar si no cuenta con el respaldo de una historia nacional vigorosa.
En Estados Unidos, casi lo único que tiene Donald Trump es una historia nacional, y se aferró a ella con más empeño durante los últimos días de campaña de este año. Se trata de una historia anquilosada, retrógrada y racial. De hecho, Trump define al país como una nación de raza blanca que está sufriendo una invasión extranjera: personas que no se parecen a nosotros, no comparten nuestros valores, amenazan nuestra seguridad y quieren quitarnos el trabajo.
El nacionalismo de Trump, que exalta la sangre y la tierra, es todo lo contrario al ideal histórico del nacionalismo estadounidense, que se distinguía por ser plural (nos une un credo, no la sangre, y compartimos una cultura común definida por el sueño estadounidense), propio de una nación de pioneros que llegaron a poblar Occidente, inmigrantes que cruzaron el océano en busca de oportunidades y afroestadounidenses liberados de la esclavitud para gozar de igualdad.
Los republicanos se han sumado al nacionalismo anquilosado de Trump y han hecho a un lado su credo histórico. Así les abrieron paso a los demócratas para aprovechar una oportunidad extraordinaria. Los demócratas podrían apropiarse la historia nacional tradicional de Estados Unidos, e incluso ampliarla incorporando a las voces que no han sido escuchadas para ofrecer una opción coherente y unificadora que constituya la celebración plena del sueño estadounidense.
Frente a esta oportunidad, ¿qué han dicho los demócratas? Nada.
¿Cuál ha sido la historia nacional demócrata? El vacío total. ¿Porqué los demócratas no presentaron una narrativa diseñada para contrarrestar el nacionalismo de Trump? Me parece que se debió a dos razones, una de carácter político y otra moral.
En primer lugar, en la actualidad, la política migratoria de las naciones expresa su definición de identidad nacional. A los demócratas nunca les ha gustado hablar de temas migratorios en época de elecciones. El tema de la inmigración divide a la coalición demócrata. Los activistas adinerados, progresistas y liberales están a favor, pero los ciudadanos af ro estadounidenses y los blancos de clase trabajadora se muestran más escépticos.
Peor aún, quienes han ido a las urnas en años recientes e identifican la inmigración como el tema que más les preocupa, en general apoyan mucho más las restricciones. Si eres demócrata y apoyas la inmigración, ninguno de tus aliados te da puntos positivos y, en cambio, tus enemigos sí te castigan. Así que este año, como en los anteriores, los demócratas han tratado de darle la vuelta al tema. En septiembre, por ejemplo, el 50 por ciento de los anuncios de respaldo a los demócratas para el Congreso se centraron en los servicios de salud. Solo el cuatro por ciento mencionaron la inmigración.
En segundo lugar, desde hace varios años los demócratas han comenzado a pensar de otra forma acerca del nacionalismo y la inmigración. Antes, tendían a clasificar la inmigración como un problema de carácter económico. La mayoría de los demócratas convencionales siempre estaban a favor de la inmigración, aunque también respaldaban el control fronterizo como una forma de proteger los salarios de la clase trabajadora. Barack Obama deportó a más inmigrantes no autorizados durante los primeros dos años de su mandato de los que Trump ha deportado hasta ahora. Bernie Sanders solía referirse con desdén al tema de las fronteras abiertas y describirlo como una “propuesta de los hermanos Koch”.
En cambio ahora, en especial tras el surgimiento del nativismo trumpiano, el tema de la inmigración se considera un problema de justicia racial. Los clamores de mayor seguridad en la frontera se interpretan como una forma velada de racismo. La frase“inmigrante ilegal” desapareció del vocabulario demócrata. Cualquier opinión a favor de la inmigración se considera bien informada, mientras que cualquier acción que la restrinja genera dudas respecto de su carácter moral. El problema es que, sin querer, esta forma de ver las cosas le resta fuerza a cualquier postura distinta de la apertura en las fronteras.
Políticamente, los demócratas han terminado en una encrucijada en la que desacreditan las políticas que restringen la inmigración ilícita, pero en realidad no proponen otras políticas para remplazarlas. Aunque los progresistas están a favor de eliminar al ICE y los actuales procedimientos de detención y asilo, no han ideado alternativas para sustituirlos.
Tras treinta años de vida multicultural, los lazos basados en la solidaridad racial son más fuertes que los vínculos de solidaridad nacional. Los demócratas pueden contar una historia muy convincente sobre lo que les debemos a las víctimas del racismo y la opresión. No obstante, no tienen ninguna buena historia que contar sobre lo que les debemos a otros estadounidenses, sobre la forma en que definimos nuestras fronteras nacionales y sobre lo que nos une como estadounidenses.
El reto central de nuestra era es este: en las siguientes décadas, Estados Unidos se convertirá en un país de minorías mayoritarias. No es fácil pensar en otras naciones importantes, en toda la historia, que hayan logrado navegar esa transición y mantenerse unidas.
Al parecer, el Partido Demócrata nos guiará a través de esta transición. Los republicanos ya decidieron fingir que no es real. Trump tuvo la oportunidad de crear una coalición nacionalista pan étnica, pero prefirió la política de identidad blanca. Los republicanos eligieron dejar de ser relevantes de cara al gran reto generacional que enfrentamos.
Sin embargo, si los demócratas pretenden encabezar la transición, no pueden conformarse con una mentalidad que celebre la diversidad. Necesitarán también una mentalidad que promueva la unidad y políticas que integren a los distintos grupos en una sola nación coherente, con proyectos compartidos, un idioma y una cultura comunes, y fronteras claras.
Si nadie le ofrece ala ciudadanía un nacionalismo positivo e conformarán con la versión repugnante que ya tienen. La historia y los acontecimientos recientes nos lo han demostrado.