El Diario de El Paso

El reto central de esta era

- • David Brooks

Nueva York – Hoy en día, la identidad nacional es la fuerza más poderosa en el mundo de la política. La mayoría de los dirigentes más impetuosos del mundo alcanzaron el poder gracias a que adoptaron una enérgica historia nacionalis­ta y gobiernan conforme a esos principios. Algunos ejemplos son Rusia, China, India, Estados Unidos, Israel, Turquía, el Reino Unido y Brasil, entre muchos otros. Es difícil concebir que algún partido logre en la actualidad convencer a los electores o gobernar si no cuenta con el respaldo de una historia nacional vigorosa.

En Estados Unidos, casi lo único que tiene Donald Trump es una historia nacional, y se aferró a ella con más empeño durante los últimos días de campaña de este año. Se trata de una historia anquilosad­a, retrógrada y racial. De hecho, Trump define al país como una nación de raza blanca que está sufriendo una invasión extranjera: personas que no se parecen a nosotros, no comparten nuestros valores, amenazan nuestra seguridad y quieren quitarnos el trabajo.

El nacionalis­mo de Trump, que exalta la sangre y la tierra, es todo lo contrario al ideal histórico del nacionalis­mo estadounid­ense, que se distinguía por ser plural (nos une un credo, no la sangre, y compartimo­s una cultura común definida por el sueño estadounid­ense), propio de una nación de pioneros que llegaron a poblar Occidente, inmigrante­s que cruzaron el océano en busca de oportunida­des y afroestado­unidenses liberados de la esclavitud para gozar de igualdad.

Los republican­os se han sumado al nacionalis­mo anquilosad­o de Trump y han hecho a un lado su credo histórico. Así les abrieron paso a los demócratas para aprovechar una oportunida­d extraordin­aria. Los demócratas podrían apropiarse la historia nacional tradiciona­l de Estados Unidos, e incluso ampliarla incorporan­do a las voces que no han sido escuchadas para ofrecer una opción coherente y unificador­a que constituya la celebració­n plena del sueño estadounid­ense.

Frente a esta oportunida­d, ¿qué han dicho los demócratas? Nada.

¿Cuál ha sido la historia nacional demócrata? El vacío total. ¿Porqué los demócratas no presentaro­n una narrativa diseñada para contrarres­tar el nacionalis­mo de Trump? Me parece que se debió a dos razones, una de carácter político y otra moral.

En primer lugar, en la actualidad, la política migratoria de las naciones expresa su definición de identidad nacional. A los demócratas nunca les ha gustado hablar de temas migratorio­s en época de elecciones. El tema de la inmigració­n divide a la coalición demócrata. Los activistas adinerados, progresist­as y liberales están a favor, pero los ciudadanos af ro estadounid­enses y los blancos de clase trabajador­a se muestran más escépticos.

Peor aún, quienes han ido a las urnas en años recientes e identifica­n la inmigració­n como el tema que más les preocupa, en general apoyan mucho más las restriccio­nes. Si eres demócrata y apoyas la inmigració­n, ninguno de tus aliados te da puntos positivos y, en cambio, tus enemigos sí te castigan. Así que este año, como en los anteriores, los demócratas han tratado de darle la vuelta al tema. En septiembre, por ejemplo, el 50 por ciento de los anuncios de respaldo a los demócratas para el Congreso se centraron en los servicios de salud. Solo el cuatro por ciento mencionaro­n la inmigració­n.

En segundo lugar, desde hace varios años los demócratas han comenzado a pensar de otra forma acerca del nacionalis­mo y la inmigració­n. Antes, tendían a clasificar la inmigració­n como un problema de carácter económico. La mayoría de los demócratas convencion­ales siempre estaban a favor de la inmigració­n, aunque también respaldaba­n el control fronterizo como una forma de proteger los salarios de la clase trabajador­a. Barack Obama deportó a más inmigrante­s no autorizado­s durante los primeros dos años de su mandato de los que Trump ha deportado hasta ahora. Bernie Sanders solía referirse con desdén al tema de las fronteras abiertas y describirl­o como una “propuesta de los hermanos Koch”.

En cambio ahora, en especial tras el surgimient­o del nativismo trumpiano, el tema de la inmigració­n se considera un problema de justicia racial. Los clamores de mayor seguridad en la frontera se interpreta­n como una forma velada de racismo. La frase“inmigrante ilegal” desapareci­ó del vocabulari­o demócrata. Cualquier opinión a favor de la inmigració­n se considera bien informada, mientras que cualquier acción que la restrinja genera dudas respecto de su carácter moral. El problema es que, sin querer, esta forma de ver las cosas le resta fuerza a cualquier postura distinta de la apertura en las fronteras.

Políticame­nte, los demócratas han terminado en una encrucijad­a en la que desacredit­an las políticas que restringen la inmigració­n ilícita, pero en realidad no proponen otras políticas para remplazarl­as. Aunque los progresist­as están a favor de eliminar al ICE y los actuales procedimie­ntos de detención y asilo, no han ideado alternativ­as para sustituirl­os.

Tras treinta años de vida multicultu­ral, los lazos basados en la solidarida­d racial son más fuertes que los vínculos de solidarida­d nacional. Los demócratas pueden contar una historia muy convincent­e sobre lo que les debemos a las víctimas del racismo y la opresión. No obstante, no tienen ninguna buena historia que contar sobre lo que les debemos a otros estadounid­enses, sobre la forma en que definimos nuestras fronteras nacionales y sobre lo que nos une como estadounid­enses.

El reto central de nuestra era es este: en las siguientes décadas, Estados Unidos se convertirá en un país de minorías mayoritari­as. No es fácil pensar en otras naciones importante­s, en toda la historia, que hayan logrado navegar esa transición y mantenerse unidas.

Al parecer, el Partido Demócrata nos guiará a través de esta transición. Los republican­os ya decidieron fingir que no es real. Trump tuvo la oportunida­d de crear una coalición nacionalis­ta pan étnica, pero prefirió la política de identidad blanca. Los republican­os eligieron dejar de ser relevantes de cara al gran reto generacion­al que enfrentamo­s.

Sin embargo, si los demócratas pretenden encabezar la transición, no pueden conformars­e con una mentalidad que celebre la diversidad. Necesitará­n también una mentalidad que promueva la unidad y políticas que integren a los distintos grupos en una sola nación coherente, con proyectos compartido­s, un idioma y una cultura comunes, y fronteras claras.

Si nadie le ofrece ala ciudadanía un nacionalis­mo positivo e conformará­n con la versión repugnante que ya tienen. La historia y los acontecimi­entos recientes nos lo han demostrado.

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