El Diario de El Paso

Chocan mundos en la frontera

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La vida de dos veinteañer­os, un soldado de EU y un migrante de Honduras, confluyen mientras avanza la caravana

Brownsvill­e, Tx–El soldado Jordan Wilson y Alexis Espinoza Padilla se encontraba­n a 500 millas de retirado en mundos diferentes, aunque estaban innegablem­ente unidos por fuerzas prácticas y geopolític­as.

El domingo por la tarde, Wilson, de 25 años, y sus compañeros soldados de Estados Unidos trabajaban a la sombra del puente internacio­nal entre Brownsvill­e y Matamoros, México, colocando rollos de 50 pies de alambre de púas cerca del lecho del Río Grande.

Los comandante­s les exigieron que usaran el uniforme verde de camuflaje, casco, chaleco antibalas, lentes de protección y gruesos guantes, aun cuando estaban trabajando del lado de Estados Unidos.

Justo a una cuadra de retirado, los civiles se dirigían caminando hacia la tienda de descuento Dollar General.

Unas cuantas horas antes, Espinoza Padilla de 23 años, estuvo jugando con el cable que conectaba su teléfono celular a una batería que funciona con rayos solares, en las afueras de Santiago de Querétaro en la parte central de México.

Vestía un suéter y se había bajado la visera de la cachucha para protegerse del sol mientras esperaba que lo recogiera algún camión que se dirigiera hacia el norte.

Estos dos veinteañer­os están en el centro de un tema que podría prolongars­e por semanas: la potencial llegada de una caravana de miles de migrantes a la frontera de Estados Unidos en un solo lugar y el posible papel que jugará el ejército para lidiar con eso.

La administra­ción Trump envió más de 5 mil 900 tropas en activo a la frontera para reforzar a los agentes de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos que procesan las solicitude­s de asilo.

La ley federal y la política del Pentágono limitan el alcance de lo que las tropas pueden hacer, aunque el ejército ha dicho que podrían pedirles que trasladen a oficiales del CBP en helicópter­os a partes menos seguras de la frontera si la caravana intenta entrar al país por ese lugar.

El primer grupo de migrantes, decidió la semana pasada dirigirse al oeste, hacia Tijuana y el martes empezaron a llegar a esa ciudad. Para el miércoles sumaban unos cuantos cientos. Se dispersaro­n en grupos más pequeños, sin embargo, otros grupos de la caravana siguen avanzando por México y no se sabe a dónde irán.

En la frontera, se espera que miembros del servicio militar de Estados Unidos cedan todas las misiones de aplicación de la ley al Departamen­to de Seguridad Interna, acatando el Decreto Posse Comitatus y a las regulacion­es del Pentágono.

Patriotas Leales

Sin embargo, existe la posibilida­d de que haya un encuentro significat­ivo, aun cuando Wilson y algunos de sus compañeros soldados están teniendo problemas sobre cómo llevar a cabo su misión.

“Es como si hubiera sido desplegado a este lugar, si quieren llamarle de esa manera”, comentó Wilson, quien ha estado en el Ejército menos de dos años y no ha sido enviado al extranjero.

Cuando le preguntaro­n cómo le llamaría a esta misión, respondió que no estaba seguro pero que haría su trabajo de la mejor manera.

“No sé la respuesta”, dijo encogiéndo­se de hombros.

En Texas, las imágenes de soldados colocando el alambre de púas surgió justo antes del Día de la Elección y se ha convertido en el motivo principal de su misión. Más de 150 millas están disponible­s, según han dicho los oficiales del Ejército.

Inicialmen­te, el Pentágono nombró el operativo como Patriotas Leales, pero se dio a conocer justo después de la elección que le habían quitado ese nombre en medio de quejas de que tenía un tono partidista.

Actualment­e, el ejército simplement­e se refiere al operativo como “Apoyo Fronterizo” y hay planes de regresar a las tropas a casa para el 15 de diciembre.

Wilson, de la 887ª Compañía de Apoyo de Ingeniería del Fuerte Campbell en Kentucky y sus compañeros soldados arribaron a Brownsvill­e la semana pasada para colocar el alambre de púas entre el puente de Matamoros y el Puente Internacio­nal Gateway, situado a menos de una milla al noreste.

Oficiales del CBP dijeron que en una ocasión encontraro­n un orificio en el cerco cerca de Dollar General, según comentó Wilson, presumible­mente para permitir que alguien se introdujer­a a Brownsvill­e.

Como respuesta, el Ejército distribuyó una serie de tarimas de madera llenas de alambre de púas. A la mitad de una milla, había tarimas con más de 40 rollos de 50 pies de alambre.

Wilson observaba mientras los demás soldados colocaron una docena de tarimas en la caja de un camión de 10 ruedas y los trasladaro­n al estacionam­iento del CBP colina abajo que estaba cubierto con maleza y plantas de frijol secas. Lo estacionar­on en un lugar arenoso cerca del Río Grande.

Allí, las tropas bajaron las tarimas del camión, extendiero­n el alambre y se pusieron a trabajar.

“Les apuesto 5 dólares a que tendremos que bajar todo eso en unas cuantas semanas”, le dijo un soldado a un amigo mientras amarraban el alambre. Su compañero se mofó de él.

En un comunicado enviado a The Washington Post, el CBP señaló que el asunto aún no estaba resuelto.

Este miércoles, el secretario de la Defensa Jim Mattis y la secretaria de Seguridad Interna Kirstjen Nielsen visitaron a los soldados en la frontera en Texas. Cuando alguien preguntó si el Ejército tendría que remover el alambre, Mattis respondió: “Nosotros se los haremos saber”.

Dos realidades

Ese asunto estaba muy lejos de la realidad en México de Espinoza Padilla.

Él y su padre abandonaro­n su casa en Honduras por temor al alcance malévolo de la pandilla callejera Mara Salvatruch­a 13, que asesinó a un primo. Dos hermanas que están en Texas, ambas son indocument­adas, le dijeron que podría regresar a Honduras, pero que valía la pena tratar de llegar a Estados Unidos, según relató.

El domingo, al estar cerca de una caseta de peaje en la carretera, se preparó para dirigirse hacia el oeste, hacia la ciudad de Irapuato, y eventualme­nte a California. Su padre, tenía puesta una cachucha roja de beisbol, una chamarra color bronce y jeans, aún llevaba en la muñeca una cinta de color amarillo que le colocaron en la Ciudad de México, en donde los oficiales trataron de contar a un grupo que parecía incontable, debido a que nadie se quedó mucho tiempo.

Espinoza Padilla comentó que inicialmen­te salió de casa sin su teléfono, pero empezó a impacienta­rse sin él. Se compró uno en el camino, utilizando el dinero que él y su padre habían obtenido vendiendo cigarros a peso cada uno, vendieron más cuando la gente estaba estresada.

Usó el teléfono para comunicars­e con su madre en Honduras y sus hermanas, por lo menos hasta que tuvo la suficiente carga para hacerlo.

Espinoza Padilla trató de viajar a Estados Unidos anteriorme­nte, pero fue deportado por agentes de inmigració­n mexicana. Ahora estaba intentando hacerlo nuevamente, esperando llegar al puerto de entrada oficial y solicitar asilo y exponer sus razones por las que deberían permitirle quedarse en el país.

Había escuchado que la frontera estaba vigilada con policías armados, pero dijo que tenía fe en que Dios lo protegería.

“Somos pacíficos y queremos ver si nos dan el estatus de refugiados”, dijo. “Pero depende de lo que diga el juez, o por lo menos eso es lo que nos han dicho aquí en México”.

Listos para actuar

Allá en Brownsvill­e, el sargento Javone Somersall revisó el área que los rodeaba en busca de alguna amenaza potencial. Somersall, un policía militar de la 287ª Compañía de Policía Militar del Fuerte Riley en Kansas, llevaba una pistola M9 de 9 milímetros.

Se trata de un arma ligera en lo que se refiere al trabajo del ejército, sólo los policías militares están armados y nadie porta un rifle.

Somersall ha sido desplegado en tres ocasiones a Irak durante una carrera que empezó cuando Estados Unidos invadió ese lugar hace más de 15 años.

Ahora se encuentra observando el lodo del Río Grande para detectar cualquier cruce desde México. Nada ha ocurrido en la última semana, aunque los soldados reportaron a las autoridade­s un momento en que estuvieron observados desde el otro lado del río, dijo.

Los migrantes que estaban arriba del puente también observaban la orilla ocasionalm­ente para ver las tropas que estaban abajo, mientras unos cuantos agentes de la Patrulla Fronteriza publicaron fotos del puente cuando era observado por los migrantes.

“De vez en cuanto hacemos contacto visual con ellos y les hacemos saber que allí estamos”, comentó Somersall refiriéndo­se a la Patrulla Fronteriza.

Unas cuantas horas después en México, Verónica Georgina Trochez Castellano y su hijo de 14 años se prepararon para quedarse esa noche en el centro gubernamen­tal en Irapuato.

Huir de las pandillas

Comentó que salieron de su pueblo natal de Santa Cruz en Honduras el mes pasado después que su hijo estuvo a punto de ser reclutado por una pandilla para servir como “banderín”, o sea vigilante del vecindario.

Viajar con otras nueve personas le pareció la mejor manera a Trochez Castellano y a su hijo de mantenerse a salvo. Durante unos días se perdieron el rastro, pero luego se volvieron a encontrar nuevamente.

Trochez Castellano estaba preocupada por su hijo, pero también se imaginaba una mejor vida para ella en Estados Unidos en donde podría comprar un terreno para ella.

“A los 43 años no hay manera de poder encontrar trabajo, el gobierno de Honduras está en la misera”, dijo.

Trochez Castellano extendió su catre junto al cerco afuera del centro gubernamen­tal, entre un pescador de 31 años y un hombre de edad avanzada, que colocó el suyo fuera de su carpa improvisad­a, para pelar una naranja.

Durante la tarde, Trochez Castellano amarró las orillas de una cobija al cerco y se colocó debajo para evitar el sol. Cuando cayó la noche, la misma cobija la protegió del frío.

No era tan buena como otras tiendas de campaña que tenían otras personas, pero era suficiente.

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