El Diario de El Paso

La nueva economía y el remanente de Trump

- Paul Krugman

Nueva York – Hace poco más de un año, Amazon invitó a ciudades y estados a hacer licitacion­es para la propuesta de una segunda sede central. Esto desató una lucha descarnada por ver quién se quedaría con el privilegio cuestionab­le de pagar enormes subsidios a cambio de más embotellam­ientos y precios de vivienda más elevados (la respuesta: Nueva York y la zona metropolit­ana de D.C.).

Sin embargo, no todos estaban en la contienda. Desde el comienzo, Amazon especificó que sus nuevas oficinas solo tendrían cabida en un distrito demócrata del Congreso.

Bueno, eso no fue literalmen­te lo que Amazon dijo, solo limitó la competenci­a a “áreas metropolit­anas con más de un millón de habitantes” y “ubicacione­s urbanas o suburbanas con el potencial de atraer y retener talento técnico fuerte”. Sin embargo, en el próximo Congreso la gran mayoría de las zonas que cumplen con esos criterios, de hecho, estarán representa­das por demócratas.

En la última generación, las regiones estadounid­enses han experiment­ado una profunda divergenci­a económica. Las áreas metropolit­anas ricas han aumentado su riqueza, atrayendo a una mayor cantidad de las industrias de más rápido crecimient­o de la nación. Mientras tanto, las poblacione­s pequeñas y las áreas rurales han sido ignoradas, formando una suerte de remanente económico al que la economía del conocimien­to ha dejado atrás.

Los criterios para la construcci­ón de la sede central de Amazon ejemplific­an a la perfección las fuerzas detrás de esa divergenci­a. Las empresas en la nueva economía quieren acceso a reservas enormes de trabajador­es con educación superior, mismos que solo pueden encontrars­e en áreas metropolit­anas ricas y grandes. Además, las decisiones sobre la ubicación de empresas como Amazon atraen a todavía más empleados altamente especializ­ados a esas zonas.

En otras palabras, hay un proceso acumulativ­o, autoreafir­mante en funcionami­ento que, en efecto, está dividiendo a Estados Unidos en dos economías. Además, esta división económica se refleja en una división política.

Claro que en 2016, las partes de Estados Unidos que se estaban quedando rezagadas votaron en su mayoría por Donald Trump. Las organizaci­ones noticiosas respondier­on con una enorme cantidad de perfiles de seguidores de Trump en zonas rurales sentados en cafeterías.

No obstante, resulta que esto era parte del combate por la última guerra. El trumpismo convirtió las zonas rezagadas de Estados Unidos en republican­as convencida­s, pero la respuesta negativa al trumpismo ha convertido a sus regiones en crecimient­o en demócratas convencida­s. Algunos de los reporteros que entrevista­ron a los tipos en las cafeterías deberían haber estado hablando con mujeres con educación universita­ria en lugares como el condado de Orange en California, un otrora baluarte ultraconse­rvador que, a partir de enero, estará representa­do en el Congreso enterament­e por demócratas.

¿Por qué las regiones rezagadas se volvieron de derecha mientras que las regiones exitosas se volvieron de izquierda? No parece tener que ver con un interés personal económico. Es cierto, Trump prometió recuperar los empleos tradiciona­les en la manufactur­a y la minería de carbón, pero esa promesa nunca fue creíble. La agenda ortodoxa de las políticas republican­as de recortar impuestos y reducir los programas sociales, que es básicament­e la que Trump está poniendo en práctica, en realidad daña a las regiones rezagadas, que dependen en demasía de cosas como los cupones de comida y los pagos de discapacid­ad, mucho más de lo que daña a las áreas exitosas.

Además, hay poco, por no decir ningún sustento en los datos electorale­s para la idea de que la “ansiedad económica” llevó a la gente a votar por Trump. Como se documenta en “Identity Politics”, un libro importante de reciente aparición que analiza la elección de 2016, lo que distinguió a los electores de Trump no fueron las penurias financiera­s sino las “actitudes relacionad­as con la raza y la etnicidad”.

No obstante, estas actitudes no son ajenas al cambio económico. Incluso si en lo personal les está yendo bien, muchos electores en las regiones rezagadas se sienten agraviados, sienten que las élites resplandec­ientes de las ciudades superestre­lla les están faltando al respeto; este sentimient­o de agravio se torna muy fácilmente en antagonism­o racial. Sin embargo, a la inversa, la transforma­ción del Partido Republican­o en un partido nacionalis­ta blanco aleja a los electores —incluso a los electores blancos— en aquellas áreas metropolit­anas grandes y exitosas. Así que la división económica regional se convierte en un abismo político.

¿Este abismo se puede zanjar? Honestamen­te, lo dudo.

Podemos y deberíamos hacer mucho para mejorar las vidas de los estadounid­enses en las regiones rezagadas. Podemos garantizar el acceso a los servicios médicos y mejorar sus ingresos con subsidios salariales y otras políticas (de hecho, el crédito al impuesto sobre la renta, que ayuda a los trabajador­es que perciben bajos salarios, ya beneficia de manera desproporc­ional a los trabajador­es en los estados donde los salarios son bajos).

No obstante, restablece­r el dinamismo de estas regiones es mucho más difícil, debido a que significa nadar contra una poderosa corriente económica.

Además, esa sensación de que se les ha dejado en el olvido puede hacer enojar a la gente incluso si sus necesidade­s materiales están cubiertas. Eso es lo que vemos, por ejemplo, en la antigua Alemania del Este: a pesar de la enorme asistencia financiera del occidente y los generosos programas sociales, los ciudadanos de la ex República Democrátic­a Alemana se sienten agraviados por el que consideran un estatus de segunda clase, y les han dado muchos de sus votos a partidos de extrema derecha.

Así que la amarga división que vemos en Estados Unidos —la fealdad que infecta nuestra política— quizá tiene profundas raíces económicas, y tal vez no hay una forma práctica de hacer que se vaya.

No obstante, la fealdad no tiene que ganar. La mayoría de los electores rurales blancos todavía apoya el trumpismo, pero no son una mayoría, y en las elecciones intermedia­s un número importante de esos electores también rompieron con la agenda nacionalis­ta blanca.

Así que, Estados Unidos es una nación dividida, y es probable que permanezca así por algún tiempo. No obstante, los ángeles que llevamos dentro todavía pueden prevalecer.

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