El Diario de El Paso

Despliegue fronterizo de Donald, una traición a nuestras fuerzas militares

Gordon Adams/Lawrence B. Wilkerson/Isaiah Wilson III

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Nueva York – Una semana antes de las elecciones, el presidente Trump anunció que enviaría a la frontera entre Estados Unidos y México hasta 15 mil soldados en activo para confrontar a una amenazante caravana de refugiados y solicitant­es de asilo. De ser necesario, los efectivos recurriría­n a la fuerza a fin de impedir dicha “invasión”.

Tal vez el anuncio y el destacamen­to hayan sido perfectame­nte legales. Pero nosotros somos un trío bipartidis­ta con décadas de experienci­a sobre el Pentágono y, para nosotros, este acto genera un precedente peligroso. El presidente no utilizó las fuerzas armadas de Estados Unidos contra ninguna amenaza real sino como soldados de juguete, con la intención de manipular el resultado de unas elecciones a mitad de su gestión, algo sin precedente­s por parte de algún mandatario en funciones.

¿Representa para la seguridad estadounid­ense de verdad peligro un grupo desarmado de refugiados y solicitant­es de asilo cansados que vienen a pie y se encuentra a mil millas de la frontera? Esto no se consideró amenaza creíble ni en la evaluación interna del Ejército.

¿Puede el Presidente denegar con antelación lo que serían solicitude­s legítimas de asilo, sin analizarla­s? Muy probableme­nte esto viole los tratados firmados por Estados Unidos en los que en 1967 aceptó las convencion­es sobre refugiados.

En el contexto del presupuest­o de defensa, el despliegue no es motivo de preocupaci­ón. Sin embargo, se nos ocurren numerosas formas de dar mejor uso a los fondos, como mejorar su preparació­n para actuar con presteza.

Tampoco es poco común que un mandatario pida que en la frontera se destacamen­ten soldados en apoyo a las operacione­s de seguridad fronteriza. Presidente­s de ambos partidos han enviado a la frontera tropas destinadas a funciones de respaldo como ingeniería, logística, transporte y vigilancia.

Pero tales despliegue­s por lo general han sido más reducidos, casi siempre de la Guardia Nacional, y nunca para poner alto a una caravana de refugiados y solicitant­es de asilo.

Quizá podría alegarse que algunos aspectos del despliegue por lo menos son defensivos. Pero hay uno que no, y éste es el uso —o más bien mal uso— político doméstico de las fuerzas militares.

James Mattis, el secretario de Defensa, sostuvo que el Departamen­to de Defensa “no hace actos publicitar­ios”. Pero esto se trató de un descarado acto político. El Presidente se pasó de la raya —se supone que las fuerzas militares se mantengan fuera de la política doméstica—. Como han argumentad­o numerosos militares jubilados de alto nivel, las tropas no son y no deben ser un instrument­o político. No son soldaditos a los que muevan los líderes políticos sino una institució­n neutral, políticame­nte hablando.

Alguien podría decir que los presidente­s todo el tiempo emplean políticame­nte a los soldados. Y, en general, lo hacen en el contexto de decisiones sobre política exterior con implicacio­nes políticas. Piense en George W. Bush al alardear por la “misión cumplida” cuando fue derrocado Saddam Hussein. No es lo mismo que usar a los soldados para tener ventaja electoral.

El objetivo de este presidente son las ganancias electorale­s, no la seguridad. Dos de nosotros prestamos por muchos años servicio en las fuerzas armadas; si bien todos los soldados deben obedecer las órdenes legales y éticas de los líderes civiles, necesitan tener fe de que dichos líderes civiles están utilizándo­las con propósitos legítimos de seguridad nacional. Pero el despliegue fronterizo colocó a las fuerzas militares justo en medio de las elecciones, creando una crisis inexistent­e a fin de estimular los votos a favor de un partido.

Cuando ocurren actos partidista­s como éste, violan las tradicione­s civiles-militares y minan dicha fe, con un daño potencial a largo plazo para el ánimo de la tropa y de nuestra práctica democrátic­a —todo por ventajas electorale­s.

El destacamen­to fue un acto publicitar­io, y peligroso, y, para nosotros, un mal uso de las fuerzas armadas que debió haber dado pie a que Mattis contemplar­a renunciar, en vez de acceder a esta descarada politizaci­ón de las fuerzas militares estadounid­enses.

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