Los despidos de General Motors son dolorosos
Washington – Nunca hay un buen momento para perder el empleo, pero que le entreguen a alguien la notificación de despido durante la temporada navideña es muy doloroso.
Desafortunadamente, eso es lo que unos 14 mil 200 empleados estadounidenses de General Motors – 8 mil puestos profesionales y unos 6 mil 200 trabajadores de las fábricas – recibieron el primer día que regresaron del fin de semana del Día de Acción de Gracias.
Existe angustia en las poblaciones en donde se ubican las fábricas y, enojo en la Casa Blanca.
“Será mejor que abran una nueva planta allí rápidamente”, arremetió el presidente Donald Trump, refiriéndose a la fábrica de Chevrolet que General Motors planea cerrar en el Estado de Ohio, un lugar que es crucial políticamente.
General Motors agregó que “está jugando con la persona equivocada”.
Exhibiendo su afición por intimidar al sector privado, Trump amenazó, vagamente, con eliminarle los subsidios federales a la empresa para sus vehículos eléctricos.
Los despidos de General Motors tienen que ser vergonzosos para Trump porque desmienten las promesas de tener abundantes y nuevos empleos automotrices, las cuales le ayudaron a resultar electo y que ha continuado haciendo desde que asumió la presidencia.
En Warren, Michigan, lugar en donde se ubica una de las plantas de transmisiones que fueron cerradas, Trump dijo en un mitin en octubre del 2016, “Ustedes no van a perder ninguna planta, se los prometo”.
El anuncio de General Motors es un recordatorio de que la presidencia no tiene el poder de decirles a las empresas en dónde invertir o a quién contratar.
De hecho, un factor que incidió en los despidos de la empresa es el incremento en los costos que enfrenta debido a la característica política económica traumática de Trump, y a los aranceles en la importación de acero y aluminio.
Aunque su lenguaje fue el más crudo, Trump ha sido el único político que ha reprendido a General Motors por los despidos.
Dos senadores de Ohio, la demócrata Sherrod Brown y el republicano Rob Portman, lo hicieron también, al igual que el primer ministro canadiense Justin Trudeau, cuyo país también experimentará el cierre de una planta.
Los políticos estadounidenses catalogaron a General Motors como un ingrato, culpable de pagar los 49.5 billones de dólares del rescate de la empresa en el 2009 con una “avaricia corporativa”, como lo describió Brown.
La verdad de las cosas es que desde hace tiempo, General Motors salió de la bancarrota y el gobierno vendió sus últimas acciones hace casi cinco años. El punto de ese ejercicio fue para reestructurar la empresa, luego se sintió libre nuevamente para tomar sus propias decisiones bajo una nueva administración.
El anuncio que hizo este lunes la directora general Mary Barra, dolorosa como lo fue para los afectados, es totalmente consistente con la intervención del gobierno, y no es una traición.
Qué pena para los trabajadores afectados, pero las plantas en donde trabajaban estaban fabricando modelos que cada vez son menos populares, incluyendo el Chevy Cruze en la fábrica de Lordstown, Ohio.
Los autos de pasajeros tales como el Cruze representan tan sólo el 30 por ciento de las ventas de autos nuevos en Estados Unidos, los híbridos, las SUVs y las pick ups representan el resto.
El plan de Barra, que según dice, la empresa ahorrará 6 billones de dólares en los dos próximos años, es un intento racional para enfrenar esas nuevas realidades del mercado.
Si tiene éxito, la empresa podrá expandirse y, posiblemente, crear más empleos y será menos probable que necesite otro rescate en el futuro – lo cual es el resultado que todos, desde la Casa Blanca hasta abajo, deberían apoyar.