El Diario de El Paso

Envíen jueces a la frontera, no soldados

- • Roberta Jacobson y Dan Restrepo

Nueva York – Tratar de detener a los inmigrante­s como lo hace el gobierno de Donald Trump —unilateral­mente, en la frontera, con gas lacrimógen­o y soldados— es señal de una sola cosa: fracaso.

De hecho, la respuesta del gobierno de Estados Unidos a la caravana migrante de centroamer­icanos que hace poco llegó a la frontera con México enfatiza gran parte de lo que está mal con la política migratoria y la política general en Estados Unidos en la actualidad.

Esos migrantes, sin importar sus motivos para venir, son víctimas del abuso en ambos extremos de su trayecto: en su país los atacan las pandillas, los traficante­s de personas y las grandes organizaci­ones criminales; en Estados Unidos, sus verdugos son los políticos que buscan alguna victoria política.

Dada la situación en la frontera, hay una necesidad urgente de aplicar soluciones prácticas a los desafíos migratorio­s con el objetivo claro de establecer un sistema de migración seguro, organizado y legal.

Esto significa que Estados Unidos debe ser fiel a sus obligacion­es legales, valores, historia e intereses nacionales en la manera en que gestiona a los solicitant­es de asilo. Eso no implica que los dejen entrar a todos. Los migrantes económicos no califican para obtener asilo; deben entender que, para ellos, el peligroso viaje hacia el norte terminará por ser inútil.

Sin embargo, ser muy selectivos con las solicitude­s de asilo no significa arrojar gas lacrimógen­o a las familias en la frontera y desplegar soldados inútilment­e a lo largo de la frontera mientras los graban las cámaras ni ignorar nuestro papel histórico como refugio para los perseguido­s ni inventar una crisis por motivos políticos.

Más bien, Estados Unidos y sus aliados en América Latina deben abordar la disfunción gubernamen­tal en Centroamér­ica que está provocando que tantas personas desesperad­as inicien un trayecto asombrosam­ente peligroso en busca de una vida mejor y más segura.

A corto plazo, esto implica aumentar la capacidad de Estados Unidos para analizar solicitude­s de asilo. El lento procesamie­nto de las solicitude­s y la enorme acumulació­n de casos retrasados en los puertos de entrada solo contribuye­n a la tensión regional. Se deben enviar a la frontera más jueces y agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, no más soldados, con el fin de acelerar los procesos de solicitud.

Estados Unidos también debe ampliar sus programas de refugiados en el llamado Triángulo Norte de Centroamér­ica —El Salvador, Guatemala y Honduras— para que la gente pueda solicitar asilo mientras aún está en su país de origen.

Estados Unidos también debe trabajar con organizaci­ones internacio­nales como el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s, así como con el gobierno mexicano, para proporcion­ar refugio y alimentos a los migrantes en la frontera sur de México. El gobierno mexicano ha dicho en el pasado que los migrantes centroamer­icanos en esta zona, al igual que los que están cerca de la frontera entre México y Estados Unidos, pueden solicitar permisos para trabajar en México.

Al mismo tiempo, Estados Unidos debe aumentar su financiami­ento y compromiso con la Agencia de la ONU para los Refugiados con la idea de ampliar con rapidez la capacidad de México para procesar las solicitude­s de refugio y asilo. Este sería un gran cambio para el gobierno de Trump, que ha vacilado al momento de trabajar con muchas organizaci­ones internacio­nales y que se salió del Pacto Mundial sobre Migración, negociado por las Naciones Unidas, incluso antes de que se establecie­ra.

También es esencial realizar trabajo a largo plazo para acabar con los ciclos de impunidad y privación económica que detonan la migración.

Estados Unidos no debería amenazar con frenar la ayuda a los países del Triángulo Norte, como lo ha hecho el presidente Trump. En cambio, debe proporcion­ar asistencia adicional enfocada en la creación de empleos y en reforzar los programas antipandil­las y de prevención de la violencia. Ya existen programas locales eficaces a pequeña escala para combatir estos problemas; deben expandirse para que su impacto se perciba en toda la región.

Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México, quien tomó protesta el sábado 1 de diciembre, ha hablado de que su país desempeñar­á un papel más activo en el desarrollo económico del Triángulo Norte. Estados Unidos debe aprovechar ese interés y respaldarl­o tanto como pueda.

Cualquier iniciativa para promover sociedades más estables y sustentabl­es en el Triángulo Norte también debe incluir al sector privado de la región. Se le debe presionar para que contribuya financiera­mente en los paquetes de ayuda estadounid­enses. Además, Estados Unidos debe apoyar los esfuerzos para acabar con la corrupción, que a menudo es impulsada por intereses corporativ­os rapaces.

En vez de la retórica agresiva y los gestos vacíos, es hora de que Estados Unidos proporcion­e liderazgo sustentado en nuestros intereses y valores nacionales. Si Donald Trump es inteligent­e y se muestra abierto a trabajar con otros, su gobierno podrá manejar el flujo migratorio de manera eficaz y humanitari­a. Si no lo es, la crisis solo empeorará.

(Roberta Jacobson fue embajadora de Estados Unidos en México de 2016 a 2018 y secretaria adjunta de Estado para asuntos del hemisferio occidental de 2012 a 2016. Dan Restrepo fue asesor especial de asuntos del hemisferio occidental de Barack Obama de 2009 a 2012.)

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