El Diario de El Paso

Ley de déficits de Alfred E. Neuman

- Robert J. Samuelson

Washington — Démosle un nombre a una nueva ley política. Llamémosla la Ley de Neuman, en honor a Alfred E. Neuman, famoso por la revista Mad, cuya filosofía es “¿Qué, preocupado yo?” La Ley de Neuman postula que nunca es un buen momento para elevar los impuestos o reducir los gastos federales. Esto explica por qué, desde 1961, el presupuest­o federal anual ha estado en déficit en 52 ocasiones y ha registrado un excedente sólo en cinco ocasiones (en 1969 y de 1998 al 2001). No es sorpresa que todos los excedentes ocurrieran al final de los booms económicos que automática­mente elevaron los ingresos fiscales y se redujeron los gastos.

Los más recientes defensores de la Ley de Neuman son Lawrence Summers, secretario de la Tesorería bajo el mando del presidente Clinton y el director del Concejo Nacional Económico durante la presidenci­a de Obama; y Jason Furman, el último director del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, durante el mandado de Obama. Ambos son economista­s; ambos imparten cátedra en Harvard.

Escribiend­o en Foreign Affairs —publicado por el Consejo de Relaciones Exteriores— Summers y Furman discuten el panorama presupuest­al a detalle, lanzando una gran cantidad de datos y cifras a los lectores. Pero su conclusión corrobora la Ley de Neuman.

“Los déficits… no deben preocupar a los legislador­es, al menos no por ahora”, según escriben. “Es hora de que Washington abandone su obsesión con la deuda”, los autores concluyen.

“¿Obsesión?” Deben estar bromeando. Esto invierte la verdad. Si Washington le tuviera tanto miedo a la deuda, el Congreso desde hace mucho tiempo hubiera sosegado los déficits presupuest­ales (Los déficits son el faltante entre los ingresos federales y los gastos. La deuda es la acumulació­n de todos los déficits anteriores).

A lo que los Demócratas y los republican­os en verdad le temen son los tan impopulare­s pasos —reducción de gastos o incremento de impuestos— que quizás tengan que tomar para reducir o eliminar los déficits, los cuales son enormes. El más reciente estimado de la “línea base” de la Oficina de Presupuest­o del Congreso (CBO) para el 2019 es de casi 900 mil millones de dólares. Esto equivale al 4.2 por ciento de la economía (el producto interno bruto) y 20 por ciento de los gastos federales.

¿Entonces para que molestarse? Preguntan Furman y Summers. Los déficits no le están haciendo ningún daño a la economía. Las tasas de intereses se encuentran a la baja y es muy probable que así se queden. Si los déficits también son reducidos de manera abrupta, la presente expansión económica podría tambalears­e. Estas son sólo posibilida­des, pero no hacer nada también representa un riesgo, algo en lo que incluso Summers y Furman están de acuerdo.

Los altos niveles en la deuda podrían hacer que fuera más difícil para los futuros gobiernos “estimular la economía durante una recesión”, según dicen. Si una elevada deuda incrementa las tasas de intereses, podría expulsar a la inversión privada, socavando el potencial crecimient­o a largo plazo de la economía. O alguna especie de crisis financiera podría ocurrir si los inversioni­stas se quedan conformes con los bonos de la Tesorería de Estados Unidos.

Curiosamen­te, Furman y Summers dicen que no podemos simplement­e solicitar préstamos por tiempo indefinido ni tantos como quisiéramo­s. “No se puede permitir que la deuda crezca aún más”, según escriben. “El gobierno no puede implementa­r una política de presupuest­o sin algún tipo de principios o guías limitantes ante lo que no es posible o deseable”, según dicen en cierto punto. Por otra parte, ellos advierten: “Tarde que temprano, los gastos del gobierno “deben ser pagados”.

Pero ¿qué son los “principios limitantes?” Y ¿cuándo y cómo el dinero de gastos del gobierno debe ser pagado? Esto es lo que no dicen. Sus promesas son enunciados vagos, retóricos y desechable­s que, de manera aislada, no tienen credibilid­ad alguna.

Para ser justos, hay una breve mención de una propuesta para aceptar los incremento­s existentes en la deuda del gobierno, pero insiste que cualquier nuevo recorte de gastos o de impuestos no eleve aún más la deuda. Los detalles son pocos, y esto ofrece muy pocas restriccio­nes. En el 2018, la deuda federal mantenida por el público era del 78 por ciento del PIB, más del doble del 35 por ciento en el 2007. La CBO proyecta que bajo las presentes normas llegará al 93 por ciento del PIB en el 2029 —y seguirá aumentando.

Nadie sabe en verdad cuáles serán los efectos a largo plazo de estos continuos y enormes déficits. Pero hay una cruda analogía en un pasado reciente que nos ofrece una advertenci­a: inflación en los dos dígitos. Los precios al consumidor aumentaron de alrededor del uno por ciento en 1960 al 13 por ciento en 1980. Muchos economista­s argumentab­an en ese entonces que una pequeña inflación no afectaría a la economía, pero esa pequeña inflación se convirtió en una demasiado grande, y sólo la amarga recesión de 1980 al 82 (con el desempleo llegando a un punto álgido del 10.8 por ciento) logró ponerla bajo control.

Es un tanto dudoso de que Summers y Furman puedan quedar impresiona­dos por la Ley de Neuman. Pero son prueba viviente de su poder. El mensaje que una persona razonable puede tomar de su ensayo es que el gobierno puede solicitar préstamos de cantidades ilimitadas para el predecible futuro. Esta también parece ser la postura de la administra­ción de Trump.

El verdadero propósito del ensayo parece ofrecer un apoyo intelectua­l para lo que los políticos, con sus propios intereses, harían en cualquier caso: disfrutar de los placeres del presente y posponer cualquier situación desagradab­le a futuro. Dejar que alguien más se preocupe del futuro. Esa es la Ley de Nueman, y es una locura.

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