En contra del aborto y a favor de Trump: dos lados de la misma moneda
Nueva York— Hace dos semanas, el gobernador de Georgia, Brian Kemp firmó un proyecto de ley de “latido fetal” que prohíbe los abortos después de transcurridas seis semanas de embarazo. En la práctica, esta es una prohibición total al aborto, dado que la mayoría de las personas que están embarazadas no lo saben sino hasta la cuarta y la séptima semana.
La semana pasada, la gobernadora de Alabama Kay Ivey firmó la ley de aborto más estricta en el país, que prohíbe el procedimiento salvo en circunstancias en las que la vida de la persona embarazada esté en peligro. Luego vino Misuri, con una prohibición al aborto después de la octava semana de embarazo sin excepciones en caso de violación ni incesto.
Ambas leyes, así como el proyecto de ley del “latido fetal” que firmó en abril el gobernador de Ohio Mike DeWine, están diseñadas para llevar la cuestión de la persona fetal a la Corte Suprema, donde una mayoría conservadora puede revocar el dictamen que sentó un precedente en 1973, conocido como “Roe v. Wade” que estableció el derecho de las mujeres a abortar. Will Ainsworth, vicegobernador de Alabama, lo dijo de manera explícita: “Es importante que aprobemos esta legislación del aborto en todo el estado y que comencemos un esfuerzo que debió darse hace mucho tiempo para impugnar directamente Roe v. Wade”.
Ainsworth no se quedó ahí. Continuó hablando sobre por qué este proyecto de ley en específico está ocurriendo en este momento preciso. “Ahora que el presidente Donald Trump ha redoblado esfuerzos para rehacer el sistema judicial federal nombrando a juristas conservadores que interpretarán la Constitución de manera estricta”, dijo, “tengo confianza en que la Corte Suprema de Estados Unidos revocará Roe y por fin corregirá su antiguo error de 46 años”.
En 2016, lo conservadores antiaborto –y los evangelistas blancos en específico– apoyaron a Trump con la expectativa de que nombraría jueces antiaborto en la Corte Suprema; cosa que hizo, pero la historia de ese apoyo, que también es la historia de estas nuevas leyes, no es meramente transaccional. También tiene que ver con un compromiso compartido con la misma meta global.
El impulso que anima la campaña de
Trump —el corazón palpitante de “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”— fue la defensa de las jerarquías tradicionales. Trump prometió, de manera explícita, debilitar el compromiso de Estados Unidos con los principios de justicia e igualdad para fortalecer los privilegios de la raza, el género y la riqueza. Su vida personal estuvo definida por su hedonismo, excesos y menosprecio por la moral conservadora. Sin embargo, se promocionó como un baluarte contra el cambio cultural y demográfico, un símbolo de la masculinidad patriarcal blanca alineado contra inmigrantes, feministas y minorías raciales. Un baluarte contra el cambio cultural y demográfico, a pesar de su tolerancia declarada al matrimonio entre personas del mismo sexo.
“Si no ganamos esta elección, nunca verán a otro republicano, y tendrán una estructura eclesiástica totalmente distinta”, dijo Trump en una entrevista en Christian Broadcasting Network en septiembre de 2016. Continuó: “Creo que esta será la última elección en la que los republicanos tengan posibilidades de ganar porque van a tener gente entrando a montones por la frontera, van a llegar inmigrantes ilegales, los van a legalizar y van a poder votar, y una vez que todo eso ocurra, olvídenlo”.
Al mismo tiempo, los evangélicos blancos llegaron a la campaña de Trump por su propia voluntad y lo respaldaron desde el inicio de las elecciones primarias republicanas hasta la elección general, en la que apoyaron a Trump más que a ningún otro candidato presidencial republicano anterior (el 81 por ciento contra el 78 por ciento para George W. Bush en 2004, el candidato anterior con más apoyo de este segmento).
La dinámica subyacente es directa, explica Robert P. Jones, director del Instituto de Investigación de Religión Pública, en su libro “The End of White Christian America”: “La promesa de Trump de restablecer una edad dorada mítica del pasado –en la que los empleos en las fábricas alcanzaban para pagar las cuentas y las iglesias blancas protestantes eran los centros culturales dominantes– resonó fuertemente en las ansiedades evangélicas por un futuro incierto”.
No hay manera de restablecer ese pasado, pero con el nombramiento de magistrados conservadores –y el impulso exitoso de Mitch McConnell para confirmarlos en el Senado– Trump les ha dado a los evangélicos blancos y a sus representantes republicanos la oportunidad de aprobar leyes y medidas que reflejan sus ideales ultratradicionalistas.
Así que incluso si Trump se distancia de cualquier ley específica, así es como deberíamos entender la nueva ola de restricciones al aborto: como ataques directos a la autonomía social y económica de las personas que pueden embarazarse diseñados para fortalecer las estrictas jerarquías de género. La ley de Georgia, por ejemplo, haría posible que se procese penalmente y se encarcele (incluida la cadena perpetua) a una mujer si pone fin a un embarazo después de transcurridas las primeras seis semanas.
Las leyes de Ohio y Alabama no incluyen excepciones por violación ni incesto, y Alabama permite una sentencia de hasta 99 años en prisión para cualquier médico condenado por practicar un aborto. Un mundo en el que prevalecen esas leyes es uno en el cual, por ejemplo, una niña de 11 años es obligada a tener al hijo de su violador de 26 años. Es un mundo donde prácticamente se empodera a los hombres depredadores para que cometan violencia sexual.
También es un mundo con todavía más avenidas para ejercer la jerarquía racial. El sistema de justicia penal ya está sesgado en contra de las comunidades de piel negra y morena, quienes soportan el embate de la violencia policial y la encarcelación en masa. Y tratándose de servicios médicos y salud reproductiva, las mujeres negras están especialmente en desventaja, con resultados todavía peores que los de las mujeres blancas. No hay duda de que estas leyes llevarán a una criminalización de las mujeres negras y morenas mucho más extrema de la que ya existe.
Ni qué decir de los empleos o el crecimiento económico, en la práctica “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo” (MAGA, por su sigla en inglés) se ve como la imposición del control social sobre grupos que suponen una amenaza para una visión retrógrada y jerárquica del país. MAGA es la prohibición a los musulmanes; MAGA es la separación de los niños; MAGA es una mujer esposada por pensar que tenía derecho a decidir sobre su propio cuerpo.