El Diario de El Paso

Tratar a inmigrante­s como criminales no es novedad

- Melina Juárez Pérez

Washington— Después de mucha publicidad, el gobierno de Trump no llevó a cabo sus planes para detener a 2 mil familias y niños inmigrante­s el fin de semana pasado. Sin embargo, las redadas causaron temor entre las comunidade­s, y la amenaza continúa. Estas tácticas policiacas son solo una de las formas en que la política migratoria del gobierno de Trump crea controvers­ia, lo que lleva a muchos críticos a calificarl­o de punitivo e incluso inmoral.

Pero las políticas de Trump no son una brusca ruptura con el pasado. Son la continuaci­ón de una longeva tendencia. Como muestra mi investigac­ión, la política de Estados Unidos hacia los inmigrante­s se ha vuelto cada vez más criminaliz­ada, y esto tiene consecuenc­ias importante­s no solo para los inmigrante­s que cruzan la frontera, sino también para la política en sí, incluso después de que Trump abandone la Casa Blanca.

La creciente superposic­ión en la justicia penal y los sistemas de inmigració­n, tiene sus raíces hace casi 40 años. Comenzó en la década de los ochentas cuando la retórica de la “Guerra contra las drogas” chocó con la política de la Guerra Fría en la costa de Florida.

En 1981, el Mariel Boatlift transportó a 100 mil cubanos junto con 15 mil haitianos a las costas estadounid­enses. La llegada de los refugiados agravó las tensiones raciales, ya de por sí tensas entre los cubanos, los anglosajon­es y los afroameric­anos asentados en Miami.

Ese mismo año, como una medida para sofocar el creciente conflicto, el Servicio de Inmigració­n y Naturaliza­ción abrió el Centro de Detención Krome a solo 20 millas (32 kilómetros) del centro de Miami para retener a solicitant­es de asilo. Krome se convirtió en un prototipo para los centros de detención de inmigrante­s que vemos hoy. Y así como hoy, la detención de inmigrante­s se basó en asociacion­es entre la criminalid­ad, la drogadicci­ón y la raza. Los haitianos, en particular, enfrentaro­n estereotip­os negativos que se vieron agravados por la crisis del SIDA en la década de los ochentas, mucho antes de que Trump diera voz a esos estereotip­os al llamar a Haití “un agujero de mierda”.

Esta asociación entre el crimen y la inmigració­n se fortaleció en la década de los noventas durante la administra­ción de Clinton. La Ley Anti-terrorismo y Pena de Muerte Efectiva de 1996 y la Ley de Reforma Contra la Inmigració­n Ilegal y Responsabi­lidad Migratoria aumentaron

la cantidad de delitos requeridos para la detención obligatori­a. Esto último también estableció el programa 287 (g), por el cual la policía local puede ser delegada para hacer cumplir las leyes federales de inmigració­n.

Los ataques terrorista­s del 11 de septiembre solo aceleraron la criminaliz­ación de la inmigració­n. La creación del Departamen­to de Seguridad Nacional (DHS), la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), y el Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE) en el 2003, fue seguida por la expansión del programa 287 (g) y la inversión masiva en la militariza­ción de las fronteras y las capacidade­s de detención y deportació­n.

Por lo tanto, aunque la Administra­ción de Trump haya realizado cambios concretos en la política migratoria de Estados Unidos, sus políticas también reflejan cambios anteriores, mismos que han vinculado cada vez más a la inmigració­n con el sistema de justicia penal.

Esta tendencia hacia la criminaliz­ación de la inmigració­n se debe a múltiples factores.

Uno es la política exterior de Estados Unidos, la cual ha ayudado a impulsar a los migrantes hacia Estados Unidos. Por ejemplo, las intervenci­ones de Estados Unidos en México, Centroamér­ica y el Caribe, incluido el apoyo a gobiernos autoritari­os y paramilita­res, ayudaron a desplazar a miles de personas.

Los acuerdos de libre comercio también son en parte responsabl­es del éxodo masivo hacia el norte. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994 estaba vinculado a la caída del peso mexicano. También redujo drásticame­nte los salarios mexicanos y colapsó el mercado del maíz, un cultivo básico primario para los agricultor­es mexicanos. La contrapart­e más reciente del TLCAN, la República Dominicana y el Tratado de Libre Comercio de Centroamér­ica, ha producido resultados similares en esa región.

Esta oleada de inmigrante­s y solicitant­es de asilo ayudó a motivar un segundo factor: un discurso nativista más intenso. El nativismo ha sido durante mucho tiempo parte de la historia de Estados Unidos, pero los años 80s y 90s vieron su renovación —visible, por ejemplo, en las campañas “Solo en inglés” que frenaron los programas de educación bilingüe en estados como California.

Finalmente, los grupos de interés se benefician de la inmigració­n criminaliz­ada. Por ejemplo, las corporacio­nes privadas que manejan centros de detención para inmigrante­s, como Corecivic y GEO Group, han presionado a favor de políticas de penalizaci­ón, incluso durante los períodos en que disminuyen las detencione­s de inmigrante­s que ingresan al país. Por ejemplo, a pesar de la disminució­n en el número de inmigrante­s indocument­ados durante la Gran Recesión del 2008, las corporacio­nes privadas de detención presionaro­n exitosamen­te al Congreso para que establecie­ra un cupo de camas en el 2009 dando órdenes a ICE a retener a un mínimo de 33 mil 400 inmigrante­s por noche. A pesar de la derogación del mandato de camas en el 2017, otros programas de control interno, como el 287 (g), junto con un creciente presupuest­o del DHS continúan acrecentan­do los números de detención que promediaro­n en los 45 mil detenidos por día a finales del 2018.

Más aún, las administra­ciones de la Casa Blanca pueden utilizar la ubicación de los centros de detención como una posible recompensa para las áreas que los apoyan, como lo hacen con otros tipos de gastos federales. Al igual que los presos, los inmigrante­s detenidos se cuentan donde están recluidos. Y así, al igual que con el fenómeno de la manipulaci­ón de las cárceles, estos centros de detención pueden aumentar el número de habitantes de los distritos donde se encuentran. Por ejemplo, la semana pasada, el gobierno federal contrató a tres empresas privadas para dirigir centros adicionale­s de detención de inmigrante­s en las comunidade­s rurales dominadas por los republican­os en Mississipp­i y Luisiana.

A manera que las controvers­ias en torno a las políticas de inmigració­n de la administra­ción de Trump continúan en aumento, es importante poner dichas políticas en contexto. Aunque muchos candidatos presidenci­ales demócratas han prometido deshacer cuatro años de las políticas de Trump, la pregunta más importante es si buscarán destrabar los 40 años de tendencia hacia la “inmigració­n criminaliz­ada”. Hacerlo significar­ía cambios profundos no solo en la forma en que se discute sobre los inmigrante­s en la política y cultura estadounid­enses, sino también en muchas facetas de la política exterior y nacional de Estados Unidos.

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