Regrésenme al país de donde vine
Nueva York— Tiene razón, ese hombre viejo y enojado con bronceador escurriéndole en el rostro que grita en medio del calor de julio: a los que no nos guste lo que está pasando en este país deberíamos largarnos de aquí. “Regresen”, como dijo él, a los “lugares infestados de delincuencia de donde vinieron”. Una excelente idea.
En mi caso, al igual que más de 30 millones de estadounidenses que tienen una nacionalidad compuesta, ese lugar es la pequeña Irlanda, un país que alguna vez estuvo tan infestado de criminalidad, hambruna y terrores variados relacionados con ser extranjero que sus gobernantes británicos dijeron que un Dios misericordioso les estaba haciendo un favor al matar a las masas hambrientas.
Así que me dispuse regresar a echar un vistazo. Cabe destacar que esto sucedió antes de que el presidente Donald Trump les sugiriera a sus conciudadanas que salieran del país. Además, también lo hice generaciones después de que alguien del lado paterno de mi familia tomó la decisión de huir por su vida, en lugar de dejarse caer en el suelo frío irlandés al fondo de un ataúd reusable.
Lo que descubrí en esa isla en la que en otra época el tifus acabó con la vida de familias enteras mientras temblaban en los suelos enlodados, donde, según un cálculo médico, un 50 por ciento de los niños en Dublín solían morir antes de su primer cumpleaños, ahora es un territorio con cobertura médica universal.
La cobertura médica para todos los residentes aún es una sorpresa para alguien que viene de una nación donde el número de estadounidenses sin seguro médico ha aumentado siete millones bajo el gobierno de Trump. Había viajado desde un lugar donde casi una de cada siete personas queda abandonada a su suerte cuando se enferma, y llegué a un país con cobertura total, el estándar de la mayor parte del mundo industrializado.
En ese lugar, donde en otros tiempos hordas de individuos descalzos que se comunicaban en gaélico no podían leer un letrero en inglés, encontré universidades prácticamente gratuitas para sus ciudadanos, que además son buenas instituciones. Imaginen a una familia que no tiene que caer en la quiebra para ayudarle a uno de sus hijos a tener una vida mejor.
Lo que encontré fue una república donde casi una de cada ocho personas nació en el extranjero, un porcentaje casi tan alto como el de la población nacida en el extranjero de Estados Unidos. El mismo primer ministro, Leo Varadkar, es hijo de un inmigrante indio. Su padre nació en Bombay, mientras que su madre viene del condado de Waterford, que también es el hogar de la familia lejana de mi madre.
Ese infierno del siglo XIX se ha convertido en un paraíso del siglo XXI. Los irlandeses se han convertido en nosotros: lo que deseábamos ser y en lo que aspirábamos convertirnos. Están viviendo nuestra narrativa nacional, un país abierto a aquellos opresores que se dan a la fuga y a la falta de oportunidades. Su primer ministro nunca se regodearía en una consigna como “regrésenla” en medio de una celebración de odio dirigido a nuevos miembros de la república.
En Estados Unidos, lo inimaginable es el estándar:
un fascismo en pleno florecimiento. Estamos atrapados en un ciclo repulsivo de odio. Sin embargo, también es un ciclo de idiotez.
¿Por qué estamos discutiendo sobre algo que cualquier niño de segundo grado de primaria ya ha deducido con solo dar un vistazo a su salón de clases y darse cuenta de que casi todos sus compañeros son descendientes de alguien que viene de un territorio extranjero?
Lean la resolución que la Cámara de Representantes aprobó el martes, en la que se citó a Ronald Reagan, John F. Kennedy y Benjamín Franklin, además de una cita del llamado de Franklin Roosevelt a recordar “siempre, que todos nosotros, usted y yo en especial, somos descendientes de inmigrantes y revolucionarios”. Es la clase de texto trillado del tipo “los inmigrantes fortalecen a la nación” que normalmente se aprobaría de manera unánime en la Cámara, pero solo obtuvo cuatro votos republicanos.
Así de bajo nos ha hecho caer Trump. Somos una nación degradada que lucha por rescatar las sobras que quedan de nuestros antiguos principios. Si alguien ofreciera una resolución que implicara rendir homenaje a “la púrpura majestad de las montañas” de Estados Unidos, todos los republicanos se opondrían si Trump escribiera un tuit en contra de cualquier color que no fuera el anaranjado. El senador Mitch Mcconnell, cuya esposa inmigrante se encuentra indirectamente implicada en esta situación fangosa, diría, tal como se expresó sobre la consigna de “regrésenla”, que el presidente ha “descubierto algo valioso”.
Estoy en contra de la práctica de desestimar a otros con la etiqueta preferente y peyorativa del “privilegio de los blancos”. Eso cierra mentes y acaba con el diálogo. No obstante, este es un caso en que sí aplica el privilegio de los blancos, ya que el tuit de Trump no estaba dirigido a mí, ni a su vicepresidente, el cobarde y enigmático Mike Pence, quien también es irlandés-estadounidense.
La bomba de odio de Trump estaba dirigido únicamente a las personas de color.
Ese tuit fue la definición exacta del racismo. Además, debo señalar, en aras de una total transparencia, que no estoy de acuerdo con gran parte de las iniciativas de políticas emprendidas por las cuatro mujeres del Congreso que fueron blanco del ataque de Trump. No fue correcto que convirtieran el desacuerdo que Nancy Pelosi tuvo con ellas en un asunto racial. Ese episodio fue otro ejemplo claro de por qué a la extrema izquierda le cuesta tanto trabajo amasar una mayoría.
Sin embargo, podemos dejar ese debate para otro día. De vuelta en el país de donde vengo, los irlandeses parecen estar genuinamente desconcertados por este vómito de principios en Estados Unidos. En un artículo para The Irish Times, Oliver Sears, un residente de Irlanda nacido en el Reino Unido e hijo de una sobreviviente polaca del Holocausto, se preguntó cómo podría algún inmigrante votar por Trump.
Escuché algo similar cuando regresé: ¿Cómo podrían votar los irlandeses-estadounidenses por este hombre terrible sin convertirse en traidores de su patrimonio? Pues esta Irlanda se ha convertido en lo que Estados Unidos solía ser. Si tan solo Estados Unidos pudiera ser más como la Irlanda de ahora.