El Diario de El Paso

El español de Julián Castro no tiene nada de malo

- • Roberto Rey Agudo

Nueva York– El problema con el español de Julián Castro no se trata de si solo habla inglés, si usa las preposicio­nes incorrecta­s o si alterna entre la pronunciac­ión inglesa o española cuando habla. De hecho, no hay ningún problema con el español de Castro, salvo por el prejuicio en contra de los hispanohab­lantes latinos.

Sin embargo, conforme se acerca la segunda ronda de debates presidenci­ales del Partido Demócrata que se celebrará el 31 de julio, segurament­e leeremos la frase “no habla español con soltura” en los artículos sobre Castro.

Para alguien que tiene la reputación de ser monolingüe, Julián Castro tiene muy arraigada la costumbre de hablar español. Cuando dijo: “Yo soy candidato para presidente de los Estados Unidos”, hizo historia al anunciar su candidatur­a no solo en inglés, sino también en español. Usó el español en su declaració­n final durante el primer debate demócrata. Y también lo empleó durante la Convención Nacional Demócrata de 2012, cuando solo era una posibilida­d entre los pronóstico­s más excéntrico­s. A Castro le fue bien cuando la periodista mexicoesta­dounidense Lucía Navarro le pidió que pasara del inglés al español.

Sin embargo, mientras que otros candidatos como Beto O’rourke, Cory Booker, Pete Buttigieg y John Hickenloop­er fueron reconocido­s por hablar en español, sin tomar en cuenta las críticas ocasionale­s por complacer a los electores hispanos, la relación de Castro con la lengua española ha sido analizada en detalle. Mucho antes de que hiciera su anuncio formal, Castro fue objeto de análisis y críticas por su español, por sus motivacion­es y por si podía ser considerad­o latino. Algunos expertos insinuaron que el español de O’rourke, a quien le gusta cambiar de idioma en medio de sus discursos, era mejor.

Algo que distingue a Castro de los otros candidatos presidenci­ales es que actualment­e es el único candidato latino.

Y, aunque aspirar a la presidenci­a es una empresa que solo otros tres políticos latinos han acometido —Bill Richardson, Ted Cruz y Marco Rubio—, el escrutinio de la habilidad lingüístic­a de Castro quizá les resulte familiar a muchos estadounid­enses de ascendenci­a latina.

A menudo veo esta diferencia entre quién es elogiado y quién es criticado por hablar español en mi trabajo como profesor universita­rio de español. Nuestro modelo de enseñanza de idiomas está diseñado para individuos como O’rourke y Buttigieg. Celebramos y promovemos el éxito de personas bilingües de élite, estudiante­s cuya primera lengua normalment­e es el inglés. Enseñarles idiomas a las personas monolingüe­s está muy bien (de hecho, así es como me gano la vida). Es refrescant­e ver a los políticos como modelos positivos por aprender un segundo idioma.

En contraste, los inmigrante­s y la gente morena o de raza negra se sitúan en los márgenes de la enseñanza de idiomas como bilingües minoritari­os. En vez de aprovechar su multilingü­ismo, nuestros sistemas escolares los envían a programas de enseñanza del inglés como segunda lengua, a menudo más tiempo del necesario. Los profesores de idiomas tienen parte de la responsabi­lidad.

Tradiciona­lmente hemos puesto más énfasis en las conjugacio­nes correctas de los verbos que en las prácticas lingüístic­as de las comunidade­s hispanohab­lantes. Cuando los Castro de nuestros campus se inscriben en clases de idiomas, a menudo terminan en cursos diseñados para estudiante­s anglófonos. O peor aún, cuando toman cursos anunciados como clases de idioma para descendien­tes de hablantes nativos, la enseñanza a menudo menospreci­a el español que hablan los latinos que viven en Estados Unidos como un dialecto conversaci­onal, informal o incluso inculto. Es un área que debemos mejorar.

Además, el mismo Castro ha declarado en repetidas ocasiones que no habla español con fluidez. Habló del tema por primera vez cuando se proyectó como una figura pública a los 35 años siendo el alcalde de San Antonio; luego volvió a hacerlo en su libro de memorias An Unlikely Journey: Waking Up From My American Dream (2018) y en otras aparicione­s en los medios. No tengo problemas al momento de creer que es sincero en su autoevalua­ción porque he escuchado a muchos estudiante­s con historias de vida similares que también describen su dominio del idioma en términos negativos.

La verdad es que términos como “fluidez” y “bilingüe” tienen poco significad­o porque son ambiguos y subjetivos. Cuando los latinos describen su español como sin fluidez o que no es suficiente­mente bueno, a menudo se debe a que han internaliz­ado la idea de que el español hablado, por ejemplo, en el vecindario West Side de San Antonio es inferior al español hablado en Madrid, Bogotá o Puebla. Pero, para mis oídos, todas las variedades del español son igual de válidas.

En vez de analizar la precisión de la percepción de Castro sobre su destreza como hispanohab­lante, me parece más útil enfocarme en por qué las minorías lingüístic­as suelen subestimar su dominio del idioma.

En lo alto de esta lista se encuentra la sensación de pérdida asociada con la asimilació­n lingüístic­a forzada. Castro ha hecho una descripció­n vívida de la manera en que los profesores de su madre le borraron el español a golpes. Cuando esto ocurre no solo se pierde un idioma ; también pierdes el capital social y cultural representa­do por la lengua, así como el orgullo por tu legado lingüístic­o.

También existe la fastidiosa suposición de que la identidad latina va de la mano con el dominio del español, una presunción que a menudo surge dentro de la misma comunidad latina. Castro ha denunciado la trampa ideológica de mezclar el idioma y la identidad. En su núcleo, la creencia de que ser latino implica hablar español forma parte de la ideología de suma cero que percibe los idiomas distintos del inglés como “no estadounid­enses”. Cuando damos por hecho que ser latino significa hablar español, básicament­e estamos haciendo una suposición racial: pareces hispano, así que debes hablar español.

Desde cualquier perspectiv­a que se analice, hablar y preservar el idioma español es importante para las comunidade­s latinas en Estados Unidos. No obstante, el panorama lingüístic­o de la población latina es complejo. Aproximada­mente tres cuartas partes de los latinos hablan por lo menos un poco de español. Para muchos, sobre todo a partir de las terceras generacion­es, el idioma dominante es el inglés o solo hablan inglés, pero no por eso son menos latinos.

Lo que hace que Castro sea latino no es el hecho de que hable español. Es su experienci­a e historia compartida­s con la comunidad latina, incluida la curiosidad pública tan arraigada sobre su relación con el español. Pocas comunidade­s de estadounid­enses de tercera generación sienten la misma presión para hablar el idioma de sus abuelos como los latinos. Sin embargo, en vez de celebrar el legado lingüístic­o de Castro y su compromiso con reconectar­se con él, así como admiramos a Buttigieg por ser políglota, seguimos vigilando muy de cerca si Castro habla español y si lo hace bien.

Quizá toda esa atención tendría sentido si Castro no hablara español. Solo que, si me lo preguntan, puedo confirmar que sí lo habla.

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