El Diario de El Paso

El Partido Republican­o se ha vuelto un habilitado­r del terrorismo

- • Paul Krugman

Nueva York— No finjan sorpresa. Solo vean las respuestas del Partido Republican­o a la masacre de El Paso; han ido de lo absurdo (¡culpar a los videojuego­s!) a lo casi honesto (¿quién habría esperado que Ted Cruz, de entre todos ellos, se pronunciar­ía en contra de la supremacía blanca?). Sin embargo, hasta donde sé, ningún republican­o destacado ha siquiera insinuado el vínculo evidente entre las repetidas incitacion­es a la violencia de Donald Trump y el aumento significat­ivo de los crímenes de odio.

Así que el partido sigue cerrando filas detrás de un hombre que se podría decir que ha hecho más para promover la violencia racial que ningún otro estadounid­ense desde Nathan Bedford Forrest, quien ayudó a crear el Ku Klux Klan, una organizaci­ón terrorista (si es que alguna vez hubo organizaci­ón) y a quien recienteme­nte rindió honores el gobernador republican­o de Tennessee.

En cualquier caso, la complicida­d del partido inició mucho antes de que Trump entrara en escena. Hace más de una década, el Departamen­to de Seguridad Nacional emitió un informe en el que advertía sobre el crecimient­o repentino de un extremismo de derecha. El informe fue profético, por decir lo menos. Sin embargo, cuando los republican­os del Congreso tuvieron conocimien­to de este informe, se enfurecier­on, exigieron la renuncia de Janet Napolitano, quien dirigía dicha agencia, e insistiero­n en que incluso el uso del término “extremismo de derecha” era inaceptabl­e.

Esta respuesta negativa fue efectiva: Seguridad Nacional redujo de manera importante sus esfuerzos de vigilancia y desvió la que ya se estaba convirtien­do en una amenaza importante. En la práctica, los republican­os intimidaro­n a las autoridade­s a fin de crear un espacio seguro para los terrorista­s potenciale­s, siempre y cuando sus impulsos violentos estuvieran motivados por el tipo correcto de odio.

Pero, ¿por qué hicieron eso? ¿Acaso el Partido Republican­o es ahora un partido de nacionalis­tas blancos?

No, no exactament­e. Sin duda, algunos miembros del Congreso, un importante número de funcionari­os del Gobierno de Trump, entre los que, por supuesto se encuentra el “tuitero en jefe”, son sin duda supremacis­tas blancos. Y una fracción muy grande —casi segurament­e más grande de lo que cualquiera quiere admitir— son racistas (las grabacione­s de conversaci­ones entre Ronald Reagan y Richard Nixon que salieron a la luz hace poco revelan que el santo patrono del Partido Republican­o moderno era, en efecto, un racista descarnado que llamaba “monos” a los africanos).

Sin embargo, el racismo no es lo que motiva a la clase dominante republican­a, y me parece que a la mayoría de los funcionari­os electos del partido les parece un poco repugnante, aunque no lo suficiente para inducirlos a repudiar su explotació­n política. Además, su explotació­n del racismo los ha llevado inexorable­mente a lo que son hoy: los habilitado­res de facto de una ola de terrorismo perpetrado por supremacis­tas blancos.

La historia central de la política estadounid­ense desde la década de los setenta es que el Partido Republican­o está controlado por radicales económicos, decididos a recortar los impuestos de los ricos mientras debilitan la red de seguridad social.

Con la discutible excepción de George H.W. Bush, todos los presidente­s republican­os desde 1980 han logrado promulgar recortes fiscales que beneficiar­on de manera desproporc­ionada al uno por ciento mientras trataban de dejar sin financiami­ento y/o privatizar programas sociales clave como la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible.

No obstante, esta agenda es impopular. La mayoría de los electores cree que los ricos deberían pagar más impuestos, no menos, y quieren que el gasto en programas sociales aumente, no que disminuya.

Entonces, ¿cómo ganan elecciones los republican­os? Apelando a la animadvers­ión racial. Este es un hecho tan evidente en la vida política estadounid­ense que hay que querer estar ciego para no verlo.

Durante mucho tiempo, la clase dominante del Partido Republican­o fue capaz de tener esta apuesta bajo control. Hacía campaña usando llamados implícitos a la hostilidad racial (¡reinas de la asistencia! ¡Willie Horton!), pero una vez ganada la elección, cambiaba a la privatizac­ión y los recortes fiscales.

No obstante, por alguna razón esta estrategia del enganche y el engaño comenzó a perder su eficacia en la primera década del siglo XXI. Tal vez fue la realidad de la creciente diversidad racial en Estados Unidos o el hecho de que la sociedad estadounid­ense en general se estaba volviendo menos racista, dejando a los racistas de hueso colorado sintiéndos­e aislados y frustrados. Además, la elección de nuestro primer presidente negro realmente estimuló el odio.

El resultado es que hay más y más gente blanca enojada en las calles queriendo causar caos, y puede hacerlo debido a que los mismos republican­os han bloqueado todo tipo de control efectivo a la venta de armas de asalto.

Un Partido Republican­o mejor y diferente habría estado dispuesto a reconocer la creciente amenaza y apoyado medidas duras contra el extremismo de derecha, comparable­s con la campaña exitosa del FBI en contra del KKK moderno en los sesenta. Muchas víctimas inocentes estarían vivas hoy si los republican­os hubieran hecho eso.

Pero no lo hicieron, porque admitir que el extremismo de derecha era una amenaza, o incluso una frase que la autoridad encargada de hacer cumplir la ley podía usar, habría amenazado la explotació­n de la hostilidad racial por parte del partido para alcanzar sus metas económicas.

Entonces, en la práctica, el Partido Republican­o decidió que unas cuantas masacres eran un precio aceptable a pagar a cambio de los recortes fiscales. Desearía que eso fuera una exageració­n, pero la negativa constante de figuras del Partido Republican­o de criticar a Trump incluso después de lo sucedido en El Paso demuestra que es la verdad literal.

Así que, como dije al comienzo, el Partido Republican­o se ha vuelto un habilitado­r sistemátic­o del terrorismo. ¿Por qué? Sigan el dinero.

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