El Partido Republicano se ha vuelto un habilitador del terrorismo
Nueva York— No finjan sorpresa. Solo vean las respuestas del Partido Republicano a la masacre de El Paso; han ido de lo absurdo (¡culpar a los videojuegos!) a lo casi honesto (¿quién habría esperado que Ted Cruz, de entre todos ellos, se pronunciaría en contra de la supremacía blanca?). Sin embargo, hasta donde sé, ningún republicano destacado ha siquiera insinuado el vínculo evidente entre las repetidas incitaciones a la violencia de Donald Trump y el aumento significativo de los crímenes de odio.
Así que el partido sigue cerrando filas detrás de un hombre que se podría decir que ha hecho más para promover la violencia racial que ningún otro estadounidense desde Nathan Bedford Forrest, quien ayudó a crear el Ku Klux Klan, una organización terrorista (si es que alguna vez hubo organización) y a quien recientemente rindió honores el gobernador republicano de Tennessee.
En cualquier caso, la complicidad del partido inició mucho antes de que Trump entrara en escena. Hace más de una década, el Departamento de Seguridad Nacional emitió un informe en el que advertía sobre el crecimiento repentino de un extremismo de derecha. El informe fue profético, por decir lo menos. Sin embargo, cuando los republicanos del Congreso tuvieron conocimiento de este informe, se enfurecieron, exigieron la renuncia de Janet Napolitano, quien dirigía dicha agencia, e insistieron en que incluso el uso del término “extremismo de derecha” era inaceptable.
Esta respuesta negativa fue efectiva: Seguridad Nacional redujo de manera importante sus esfuerzos de vigilancia y desvió la que ya se estaba convirtiendo en una amenaza importante. En la práctica, los republicanos intimidaron a las autoridades a fin de crear un espacio seguro para los terroristas potenciales, siempre y cuando sus impulsos violentos estuvieran motivados por el tipo correcto de odio.
Pero, ¿por qué hicieron eso? ¿Acaso el Partido Republicano es ahora un partido de nacionalistas blancos?
No, no exactamente. Sin duda, algunos miembros del Congreso, un importante número de funcionarios del Gobierno de Trump, entre los que, por supuesto se encuentra el “tuitero en jefe”, son sin duda supremacistas blancos. Y una fracción muy grande —casi seguramente más grande de lo que cualquiera quiere admitir— son racistas (las grabaciones de conversaciones entre Ronald Reagan y Richard Nixon que salieron a la luz hace poco revelan que el santo patrono del Partido Republicano moderno era, en efecto, un racista descarnado que llamaba “monos” a los africanos).
Sin embargo, el racismo no es lo que motiva a la clase dominante republicana, y me parece que a la mayoría de los funcionarios electos del partido les parece un poco repugnante, aunque no lo suficiente para inducirlos a repudiar su explotación política. Además, su explotación del racismo los ha llevado inexorablemente a lo que son hoy: los habilitadores de facto de una ola de terrorismo perpetrado por supremacistas blancos.
La historia central de la política estadounidense desde la década de los setenta es que el Partido Republicano está controlado por radicales económicos, decididos a recortar los impuestos de los ricos mientras debilitan la red de seguridad social.
Con la discutible excepción de George H.W. Bush, todos los presidentes republicanos desde 1980 han logrado promulgar recortes fiscales que beneficiaron de manera desproporcionada al uno por ciento mientras trataban de dejar sin financiamiento y/o privatizar programas sociales clave como la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible.
No obstante, esta agenda es impopular. La mayoría de los electores cree que los ricos deberían pagar más impuestos, no menos, y quieren que el gasto en programas sociales aumente, no que disminuya.
Entonces, ¿cómo ganan elecciones los republicanos? Apelando a la animadversión racial. Este es un hecho tan evidente en la vida política estadounidense que hay que querer estar ciego para no verlo.
Durante mucho tiempo, la clase dominante del Partido Republicano fue capaz de tener esta apuesta bajo control. Hacía campaña usando llamados implícitos a la hostilidad racial (¡reinas de la asistencia! ¡Willie Horton!), pero una vez ganada la elección, cambiaba a la privatización y los recortes fiscales.
No obstante, por alguna razón esta estrategia del enganche y el engaño comenzó a perder su eficacia en la primera década del siglo XXI. Tal vez fue la realidad de la creciente diversidad racial en Estados Unidos o el hecho de que la sociedad estadounidense en general se estaba volviendo menos racista, dejando a los racistas de hueso colorado sintiéndose aislados y frustrados. Además, la elección de nuestro primer presidente negro realmente estimuló el odio.
El resultado es que hay más y más gente blanca enojada en las calles queriendo causar caos, y puede hacerlo debido a que los mismos republicanos han bloqueado todo tipo de control efectivo a la venta de armas de asalto.
Un Partido Republicano mejor y diferente habría estado dispuesto a reconocer la creciente amenaza y apoyado medidas duras contra el extremismo de derecha, comparables con la campaña exitosa del FBI en contra del KKK moderno en los sesenta. Muchas víctimas inocentes estarían vivas hoy si los republicanos hubieran hecho eso.
Pero no lo hicieron, porque admitir que el extremismo de derecha era una amenaza, o incluso una frase que la autoridad encargada de hacer cumplir la ley podía usar, habría amenazado la explotación de la hostilidad racial por parte del partido para alcanzar sus metas económicas.
Entonces, en la práctica, el Partido Republicano decidió que unas cuantas masacres eran un precio aceptable a pagar a cambio de los recortes fiscales. Desearía que eso fuera una exageración, pero la negativa constante de figuras del Partido Republicano de criticar a Trump incluso después de lo sucedido en El Paso demuestra que es la verdad literal.
Así que, como dije al comienzo, el Partido Republicano se ha vuelto un habilitador sistemático del terrorismo. ¿Por qué? Sigan el dinero.