El Diario de El Paso

Pierden a hijo y nuera en la masacre: ahora viven calvario

Fotografía de su nieto bebé con Trump les ha causado amenazas

- Sarah Mervosh / The New York Times

Ella era una joven madre, ocupada con el ajetreo de las cenas familiares, los entrenamie­ntos de porristas y las salidas al parque con sus tres hijos pequeños.

Él era un emprendedo­r que acababa de abrir su propio negocio y había pasado meses remodeland­o pacienteme­nte una casa para su familia: tres recámaras y una cocina con cubiertas de granito.

Antes de convertirs­e en los rostros más recientes de las víctimas de los tiroteos masivos en Estados Unidos –antes de que sus nombres estuvieran escritos en las cruces del monumento conmemorat­ivo de El Paso, antes de que su bebé huérfano apareciera en una foto promociona­l con el presidente Donald Trump–, Jordan y Andre Anchondo solo eran una joven pareja que vivía el primer capítulo de su vida juntos. Acababan de tener un bebé, se mudaron a su nueva casa y habían celebrado su primer año de casados.

Unhombrear­madocon un rifle tipo AK-47 y un plan para atacar a mexicanos acabó con todo eso. Mientras la pareja estaba de compras en una tienda Walmart en El Paso, Andre Anchondo, de 23 años y su esposa Jordan de 24, murieron para proteger a su bebé, según dicen sus parientes. Están entre las 22 víctimas mortales de ese día. El bebé sobrevivió.

Desde entonces, los Anchondo han sido el símbolo de esa tragedia y sus familias han sido objeto de la atención mediática del país, una situación que empeoró luego de que Trump se fotografió, sonriente y con el dedo pulgar en alto, junto a su bebé.

La semana pasada, la visita del mandatario generó una tormenta de mensajes de odio y el distanciam­ento entre los familiares dolientes. Todo esto sucedió mientras planeaban los funerales de la pareja y hacían los arreglos del cuidado de los menores: Paul, el hijo de dos meses de la pareja, así como Skylin de cinco años y Victoria, de un año, ambas hijas de relaciones previas de Jordan.

“Ni siquiera he tenido tiempo de...”, dijo la hermana de Andre, Deborah Anchondo, de 39 años, mientras su voz se apagaba luego de una ceremonia celebrada en la secundaria de su hermano, donde un funcionari­o local del consejo de la escuela alentó a la comunidad a dejar a un lado la política por el bien de la familia.

“Tengo en la cabeza imágenes de lo que pudo haber sucedido” dijo Anchondo. “Y eso me atormenta”.

La mañana del sábado

Para Jordan y Andre Anchondo, la mañana del tiroteo fue como la de muchas otras jóvenes familias en todo el país: dejaron a Skylin, de 5 años, en el entrenamie­nto de animadoras y luego fueron con el bebé a hacer compras en un Walmart cercano, mientras Victoria estaba con su padre biológico. Los Anchondo planeaban recibir más tarde a familiares y amigos para estrenar su casa. Una celebració­n que, según sus parientes, también iba a ser su fiesta de aniversari­o y el cumpleaños de Skylin.

Skylin y sus amigas estaba terminando su ensayo cuando la entrenador­a, Jeanette Grijalva, se enteró de que había un tirador en la zona. Rápidament­e subió a las niñas al auto y las llevó a su casa, donde empezó a llamar a los papás, recordó Grijalva.

“Pude contactar a los familiares de todos, menos a los de Skylin”, dijo. Conforme avanzó el día, Grijalva empezó a preocupars­e. “Ella me preguntaba ‘¿Ya van a venir mis papás? Hoy tengo mi cumpleaños’”, recordó.

Cerca del mediodía, Grijalva dice que fue a una escuela cercana y se enteró de que la mamá de Skylin estaba en la lista de víctimas del tiroteo.

De ahí se fue a una tienda de todo a un dólar, donde compró globos, serpentina­s y una banderola de cumpleaños. Al menos, pensó, podría hacerle a Skylin la fiesta de cumpleaños que la niña estaba esperando.

‘Reza por Andre’

Deborah Anchondo estaba en su casa, limpiando y hablando por teléfono con su madre, como casi todas las mañanas de sábado, cuando empezaron a escuchar los informes de un tiroteo.

No sosechó que su hermano pudiera encontrars­e entre las víctimas hasta que la madre de Jordan la llamó muy asustada. Cuando intentó contactar por teléfono a su hermano, nadie respondió.

Cuenta que estaba intentando averiguar qué había pasado cuando recibió una llamada de su papá, que estaba en el hospital con el bebé Paul. Su padre le dijo que necesitaba contactar a los papás de Jordan de inmediato.

“Ella se fue”, les dijo Anchondo. “Se fue”.

Colgó el teléfono y se fue a un centro de reunificac­ión familiar, donde dice que su familia esperó durante horas las noticias de su hermano.

La familia temía que también Skylin estuviera desapareci­da, pero se enteraron de que la entrenador­a se la había llevado a su casa y ahí le había organizado una fiesta espontánea de cumpleaños. Grijalva dice que ella y su familia le pusieron a la niña un vestido amarillo y le pintaron las uñas del mismo color. Prepararon spaghetti y le compraron un pastel de chocolate. “Gritamos ‘Sorpresa’”, recordó la entrenador­a. “Lanzamos los globos”. Sabían que sería el último resquicio de normalidad que la niña tendría. Poco después, sus abuelos —los padres de Jordan— llamaron para llevársela. Su abuela empezó a llorar cuando vio a la niña, según Grijalva.

“‘Mi hija está muerta’”, recuerda Grijalva que dijo, como en trance. “‘Reza por Andre, todavía no lo han encontrado’”.

Deborah Anchondo durmió esa noche en el hospital con su sobrino, el bebé Paul, recuerda. Todavía no sabían nada de su hermano. Incluso entonces, repasaba en su cabeza los momentos que había compartido con su hermano a través de los años. El modo en que era incapaz de pronunciar la palabra “amor” cuando era chico y cómo durante años le decía “te yayo’”. Cómo había empezado su primer negocio a los siete años, cuando compraba paletas de Sam’s Club y las revendía a un dólar cada una. Cómo había ido a comprar un celular a una tienda de T-mobile y había conocido a una chica con la que juró casarse, y cómo finalmente se había casado con ella el año pasado.

Deborah Anchondo y su familia pasaron casi todo el día siguiente esperando. No fue sino hasta la tarde del domingo, más de 24 horas depués del tiroteo, que recibieron la confirmaci­ón oficial: Andre había sido asesinado.

Trump enciende controvers­ia

Los siguientes días fueron un torbellino de llamadas telefónica­s, mensajes y visitas de personas que querían ayudar. Ambas familias —la de Jordan y la de Andre— reunieron donativos para los tres niños e intentaron asegurarse de que estuvieran bien cuidados.

Victoria había estado quedándose con su padre biológico desde el tiroteo, según su tía Lucy Coria, quien dijo que la familia había estado intentando distraerla yendo a la alberca y al parque.

Coria dijo que Victoria preguntaba por su mamá: “Ella no entiende”.

Unos días después del tiroteo, arreglaron al bebé Paul y lo llevaron de regreso al hospital para un encuentro con el presidente. Tito Anchondo, el hermano de Andre, dijo a NPR que Andre había apoyado a Trump; dijo que quería sentarse cara a cara con el presidente y conversar con él.

Pero Anchondo sostiene que después de que la Casa Blanca difundió una imagen de la visita, su familia fue asediada con llamadas y mensajes de odio. “Como seguidor de Trump, esto es por lo que votaste”, dijo alguien en una publicació­n de redes sociales.

“Tu familia literalmen­te está cosechando lo que sembró”. (Sarah Mervosh/the New York Times)

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Jordan y Andre Anchondo, joven pareja que se inmoló por su bebé

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