Va a necesitarse mucho más que una persona agradable para derrotar a Trump
Chicago— Una compañera periodista y amiga publicó recientemente fotos de Julián Castro del verano pasado, en las que aparece el ex candidato presidencial en las primeras horas de la mañana, después de un largo día de campaña en Michigan.
Allí se ve a Castro: ataviado con su impecable traje y sentado muy propiamente como siempre, mientras disfrutaba de un hot dog.
Julián nunca tuvo posibilidades. Él es súper educado, pulcro, un triunfador, alguien de quien uno se sentiría orgullosa de invitar a casa y presentarlo con nuestros padres mexicanos. Sin embargo, al final fue el tipo de hombre subestimado por un electorado que busca un sólido agente de cambio.
La preparación intelectual de Castro y su entusiasmo juvenil fueron ignorados en los escenarios en donde se llevaron a cabo los debates en donde muchos otros candidatos también eran inteligentes y jóvenes.
Ser hispano, y posiblemente el primer presidente latino, y un portavoz efectivo para la frontera cuando esa región se encuentra en tal agitación, nunca logró tener tracción.
¿Cómo sucedió eso? Los medios de comunicación estaban muy ocupados escribiendo largos poemas de amor a Pete Buttigieg. El ex alcalde de South Bend, Indiana, fue mostrado como una triple amenaza, es joven, gay y veterano de guerra y nunca tuvo que batallar con la prueba de credibilidad en su base, por ser lo suficientemente “presidenciable” para ganar, esto hay que entenderse como un candidato varón y anglosajón.
Lo peor es que mientras Castro buscó inicialmente relacionarse con una audiencia nacional más amplia, para ser como cualquier otro, los votantes hispanos empezaron a ponerse nerviosos, ya que no estaba enfatizando de una manera efectiva su identidad como el hijo de una activista latina.
Aun cuando los medios de comunicación tomaron turnos para elevar a los diferentes candidatos, al hombre que “nació” para ser presidente, el profesor, la atrevida fiscal afroamericana, el joven tecnócrata, etc, etc., Castro nunca logró destacar ante los ojos de muchos editores.
Hasta que se atrevió a cuestionar a Joe Biden durante un debate a mediados de septiembre, Castro presionó al ex vicepresidente acerca de si se había retractado de su postura sobre el Medicare.
Hubo una diferencia semántica entre si Biden podría requerir que los que quisieran la cobertura del Medicare tendrían que “optar” por un plan, o si automáticamente estarían inscritos y tener la “opción de salirse” del plan.
En un instante, Castro pasó de ser un chico bueno aburrido para convertirse en un atacante que no respeta a los adultos mayores. Un minuto después, todo quedó olvidado.
Yo sabía que su candidatura nunca sería tomada en serio debido a que a pesar de los esfuerzos de Donald Trump de satanizar y deportar a los latinos, Estados Unidos, en su mayoría, no nos odia. Sólo nos ignora, es indiferente a nuestras contribuciones al legado militar de este país, a la música pop y a cultura culinaria.
A pesar de que los mexicanos tenemos una historia en Estados Unidos que precede al país como una nación soberana, los hispanos no encajan bien dentro de la fórmula binaria blancos y negros que el pecado de la esclavitud estableció como un cimiento para la dinámica entre blancos y no blancos.
No es que la etnia fuera la “falla” más grande de Castro como candidato.
A los estadounidenses les gustan los chicos malos y en menor medida, “las mujeres desagradables” que con sarcasmo luchan y desafían la tradición, generando titulares al estilo de los tabloides y memes divertidos que se pueden compartir.
Los días de los llamados líderes aburridos de la Casa Blanca, como el estudioso y modesto Harry Truman, hace tiempo que desaparecieron.
Usted puede decir lo que quiera acerca de Trump, pero él ha logrado un nivel de emoción que, al parecer, los estadounidenses están devorando.
Lo cual nos lleva a una posible fórmula Elizabeth Warren-julián Castro, ahora que Castro la está apoyando para presidenta.
En este momento, este país necesita líderes fuertes y constantes que tengan la sabiduría de caminar por la fina línea entre remodelar las instituciones que necesitan un cambio sistémico y revigorizar las que sirven para un bien común pero requieren inversión y guía.
Aun cuando usted esté de acuerdo en que Warren y Castro son esos líderes, mi apuesta está en un electorado al que le gusta irse de un extremo al otro extremo, evitando deliberadamente el punto medio.
Sin embargo, si Trump le da a su boleta de mayo a diciembre un inteligente y rápido pero odioso apodo y los coloca como rivales, eso podría ser otra historia.
Trump nos enseñó que los mensajes simplistas y directos que son repetidos una y otra vez logran ganar. Los demócratas necesitan una fórmula presidenciable que pueda explicar plena y rápidamente qué representan los candidatos, y no lo contrario.
Tomando en cuenta que el Partido Demócrata está pasando por un momento difícil para descifrar qué tan a la izquierda tendrá que hacerse para ganar a los votantes jóvenes mientras captura simultáneamente los votos moderados e indecisos, va a necesitarse mucho más para elegir a un señor y una señora agradables para derrotar a Trump.