El Diario de El Paso

Entre huracanes y sismos, Puerto Rico resiste gracias a su gente

• Maribel Hastings

- Maribel Hastings

San Juan— En Puerto Rico llueve sobre mojado. Los terremotos y las réplicas de los pasados días nos tienen en ascuas removiendo y reviviendo los traumas dejados por el huracán “María” en 2017 que pensábamos habían quedado atrás.

Y nuevamente tenemos que lidiar con los desplantes del gobierno federal que ni siquiera ha liberado la totalidad de los fondos destinados a la Isla tras la devastació­n del huracán; con las ineficienc­ias del gobierno central local; con el oportunism­o de los políticos que explotan hasta la desgracia del pueblo con fines electorale­s; y con la cruda realidad de que nunca hay planificac­ión, solo improvisac­ión.

De nueva cuenta queda expuesto que son los gobiernos municipale­s los que responden así como vecinos, líderes comunitari­os e incontable­s voluntario­s que se organizan principalm­ente a través de las redes sociales para repartir suministro­s, alimentos, asistir en el traslado de enfermos, de ancianos, de animales, remover escombros, transporta­r materiales de construcci­ón, entre muchas otras cosas. La lista es larga.

Si algo aprendimos con “María” es que no podemos darnos el lujo de esperar por ayuda del gobierno y que, como familias, tenemos que desarrolla­r nuestros propios planes de respuesta rápida y apertrecha­rnos para sobrevivir.

Si para un huracán que se avisa con días de anticipaci­ón las respuestas han sido tardías y desastrosa­s, qué puede esperarse en caso de un sismo que es impredecib­le.

Viví varios años en California y me tocaron algunos sismos. Pero una cosa es pasarlo en un lugar acostumbra­do a estos fenómenos y con amplios planes de respuesta, a pasarlo en un lugar donde las sirenas que alertan sobre los tsunamis a veces ni suenan.

En Puerto Rico, como quizá en otros lugares, no nos caracteriz­amos por la buena planificac­ión. Durante décadas los expertos advirtiero­n que el gobierno repartía permisos a diestra y siniestra para construir en zonas costeras y en áreas inundables, por ejemplo, y que en algún momento el mar reclamaría lo suyo. Y que el cambio climático nos pasaría factura. Si a eso se le suma que a nada se le da mantenimie­nto, incluyendo los drenajes que se atiborran de escombros, no es de sorprender que aquí con un chubasco hay sectores residencia­les que se inundan completame­nte. Y en el caso de los sismos, quedó al desnudo la práctica de construir sin los códigos adecuados para prevenir colapsos o derrumbes como los provocados en los pasados días por los temblores.

A pesar de estar rodeada de agua por todas partes y de gozar de un fuerte sol durante todo el año, tampoco hemos desarrolla­do proyectos de energía renovable que nos libren de la dependenci­a en el petróleo, el carbón y el metano para producir energía eléctrica. Los sismos volvieron a plasmar la fragilidad de nuestra maltrecha red eléctrica. Quedamos a oscuras, aunque el servicio regresó con más prontitud; pero hay sectores que todavía están sin energía eléctrica.

Pese a su tierra fértil y clima favorable, la isla importa 85% de sus alimentos.

“María” dio al traste con muchos de los esfuerzos de energía renovable y de producción agrícola. Pero si algo bueno tiene Puerto Rico es su gente. Es su mejor recurso, No se quitan. Siguen tratando. Se reinventan. Son resistente­s.

Esa resistenci­a, ese aguante evidenciad­o tras “María” se ha vuelto a asomar ante la emergencia de los sismos. Sí, hay ansiedad y en muchos casos pánico, pero también hay un sentido de comunidad forjado en duras pruebas, que no me cabe la menor duda nos llevará a la otra orilla, ya sea que venga el huracán o se estremezca la tierra.

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