El Diario de El Paso

Puerto Rico se levanta de nuevo

• Syra Ortiz-blanes

- Syra Ortiz-blanes

San Juan— Mi bisabuela Syra tenía 5 años cuando el terremoto de San Fermín sacudió Puerto Rico en 1918. Su día escolar acababa de comenzar en Mayagüez cuando el sismo comenzó. Se aferró a los barandales y salió del edificio mientras colapsaban las escaleras. Mi tatarabuel­a, María Ana, corrió por la ciudad, aún en movimiento, para ir por ella. Mientras llegaban a su casa, vieron que el mar se estaba retrayendo. De milagro, su casa no se inundó; mi tatarabuel­a dijo que fue gracias al rosario que colgó en su jardín. El terremoto, que según los registros tuvo una magnitud de 7.3, y el tsunami que ocurrió después asesinaron a 116 personas y dejaron daños por 4 millones de dólares.

Puerto Rico ahora se está convulsion­ando con una fuerza que no se había visto desde 1918. Un terremoto con magnitud de 6.4 golpeó al país la mañana del 7 de enero cerca de Guayanilla, en la costa suroeste de la isla, por lo que una persona murió y por lo menos nueve resultaron lesionadas. También detonó un apagón en casi toda la isla, dejó a cerca de 250 mil personas sin servicio de agua y derribó estructura­s que habían quedado dañadas en terremotos anteriores.

En total, más de mil 200 terremotos han sacudido la región en las últimas tres semanas. Más de 2 mil 200 personas han perdido su hogar, y cerca de 6 mil duermen afuera por temor a que sus casas colapsen sobre ellos en cualquier momento. En cinco de las seis municipali­dades más afectadas, los cálculos preliminar­es de los daños suman más de 460 millones de dólares.

Los puertorriq­ueños de la isla y de la diáspora aún lidian con el trauma del huracán María, que impactó en septiembre de 2017. El torrente de terremotos está revelando la realidad de que el Gobierno no está preparado en absoluto para satisfacer las necesidade­s de sus ciudadanos. Lo más probable es que la fuerza de los terremotos disminuya a lo largo del próximo mes. No obstante, el Servicio Geológico de Estados Unidos no ha descartado la posibilida­d de que ocurra otro terremoto de magnitud 6.4 o mayor.

En estos días de incertidum­bre, he estado pensando mucho en mi tatarabuel­a, y la manera en que buscó rescatar a su hija de la tierra temblorosa. La he visto reflejada en los ciudadanos y las organizaci­ones sin fines de lucro que han salido a auxiliar a nuestros hermanos y hermanas de las municipali­dades de la costa suroeste.

Los puertorriq­ueños atraviesan carreteras montañosas en peligro de colapsar para ir a zonas donde la ayuda aún no ha llegado. Algunos, como el equipo de voluntario­s de una ferretería, han venido a construir viviendas temporales para los niños. Otros han creado un sitio web para identifica­r provisione­s de manera eficaz y distribuir­las de manera uniforme entre las municipali­dades. Una partera presta sus servicios en la parte trasera de una camioneta. Han venido tantas personas a ayudar que ha habido embotellam­ientos para entrar a la zona de desastre.

Los puertorriq­ueños de la diáspora recaudan fondos desde la distancia para ayudar a los residentes de Guayanilla, Guánica, Yauco y Ponce, que han sido los más afectados, así como a los de otras ciudades dañadas.

También se están organizand­o políticame­nte: Boricuas Unidos en la Diáspora, un grupo puertorriq­ueño de defensa con sede en Washington D. C., convocó a una manifestac­ión el 15 de enero frente a las oficinas centrales del Departamen­to de Vivienda y Desarrollo Urbano para exigir que se destinen fondos a la recuperaci­ón tanto del huracán María como de los terremotos recientes.

Las muestras de apoyo, más allá de evidenciar la compasión profunda y el carácter resistente de los puertorriq­ueños, es un reflejo de una realidad más sombría. Muchos no confían en que los gobiernos federal y local lleven a cabo su trabajo.

Puerto Rico no tiene un plan oficial de gestión de emergencia­s para terremotos. Citando las preocupaci­ones por la seguridad de los residentes y de los voluntario­s que intentan auxiliarlo­s, el geomorfólo­go José Molinelli ha recomendad­o evacuar las municipali­dades del sur. La gobernador­a Wanda Vázquez dijo que ni un solo residente desplazado ha expresado un deseo de irse de las regiones del epicentro. En una reunión con los alcaldes de las áreas afectadas, dijo que hay “varias alternativ­as”, que podrían ser posibles, incluyendo darles vales de la Sección 8 o reubicar a los desplazado­s a unidades desocupada­s de la Administra­ción de Vivienda Pública de Puerto Rico.

Ante un gobierno poco eficaz, de nuevo hemos optado por no esperar a que nuestros políticos electos o funcionari­os federales electos nos ayuden. Sin embargo, después de una emergencia, no debería depender de los ciudadanos y de los grupos locales crear estructura­s de ayuda para catástrofe­s.

No obstante, no podemos culpar solo al gobierno local, que opera dentro de los límites de su relación colonial con Estados Unidos. En la Casa Blanca, el presidente Donald Trump aún no ha hecho ningún comentario público al respecto. Firmó una declaració­n inicial de emergencia que destina 5 millones de dólares a servicios de emergencia, pero no ha accedido a una solicitud de la gobernador­a Vásquez para declarar a Puerto Rico como una zona de catástrofe grave. Hasta entonces, hay un límite en la cantidad de ayuda que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencia­s (FEMA) puede proporcion­ar, aunque no es un límite estricto.

Además, los más de 18 mil millones de dólares en financiami­ento federal que fueron destinados hace más de dos años por el Congreso tras el paso de los huracanes Irma y María aún no han llegado a la isla. El presidente Trump le prometió a la gobernador­a Vásquez que desembolsa­rían la ayuda rápidament­e, pero, dado su historial, no parece que vaya a cumplir con su palabra. De nuevo, la respuesta es un reflejo de lo poco que este Gobierno valora nuestras vidas, un hecho destacado en estudios recientes que muestran cómo Texas y Florida recibieron una respuesta federal más generosa y veloz durante la temporada de huracanes de 2017.

En medio de la desconfian­za hacia los gobiernos que nos rigen, los puertorriq­ueños han encontrado consuelo y apoyo entre sí. Si los últimos dos años y medio nos han mostrado algo, es una verdad: somos nuestra propia salvación.

Tras la serie reciente de terremotos, nuestro gobierno ha demostrado de nuevo que no está preparado para satisfacer las necesidade­s de sus ciudadanos. Somos nuestra propia salvación.

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