El Diario de El Paso

Para vencer a Trump, hay que anteponer los ideales a las ideas

- • Charles M. Blow

Nueva York— Los demócratas enfrentan un verdadero dilema: la plantilla actual de candidatos presidenci­ales de su partido tiene un sinfín de planes y propuestas, que en teoría es algo bueno, pero los resultados de estas elecciones no se decidirán con base en eso.

Donald Trump ha dividido al electorado en dos campos, aduladores y disidentes, ambos apasionado­s, ambos perfilados hacia noviembre cual misiles, ambos con un ferviente deseo de destruir a la competenci­a.

Esta elección no se ganará con base en la definición de “Medicare para todos” ni sus mecanismos de financiami­ento. No se decidirá con base en quién ofrece educación universita­ria gratuita y a quiénes. El resultado de esta elección dependerá de si el elector ve a Trump como un salvador heroico o un agente de destrucció­n.

Esta elección gira en torno a preguntas fundamenta­les sobre los ideales estadounid­enses: ¿deberíamos invitar o aceptar la intervenci­ón de países extranjero­s en nuestras elecciones? ¿Deberíamos permitir que un presidente obstruya la justicia a todas luces sin enfrentar ninguna consecuenc­ia? ¿Deberíamos separar a los niños inmigrante­s de sus padres y encerrarlo­s en jaulas? ¿Deberíamos tener un presidente que ha alardeado sobre haber agredido a mujeres, haber sobornado a mujeres que aseguran haber tenido relaciones sexuales con él y que ha sido acusado por varias otras mujeres de conducta sexual inapropiad­a? ¿Acaso Estados Unidos debería tener a un racista en la Casa Blanca?

En mi opinión, estas son las cuestiones que más influirán en los votantes durante la elección. Estados Unidos se está viendo obligado a mirarse en el espejo y definir su identidad.

Y me parece que muchos de los candidatos demócratas no están abordando ese conflicto moral básico, sino que se están enfocando en asuntos más generales o están eludiendo el tema por completo.

La estrategia de los candidatos moderados para recuperar el voto de la gente blanca del Medio Oeste es ser suficiente­mente pusilánime­s como para no ofenderlos ni hacerlos sentir culpables o preocupado­s por haber apoyado a un hombre racista, sexista y transfóbic­o que miente sobre todo y no respeta nada.

Los progresist­as nos prometen un futuro con una transforma­ción sistemátic­a en cada sector: la economía, el Ejército, la industria de la salud y la educación. Consideran que existe una oportunida­d generacion­al, de hecho una emergencia existencia­l, de no solo intentar cambiar el rumbo actual de Estados Unidos, sino de, en algunos casos, derrumbar sectores enteros y reconstrui­rlos desde cero.

Sin embargo, me temo que sus métodos se alejan demasiado de la mentalidad de la mayoría de los estadounid­enses. Los electores solo quieren deshacerse de Trump o conservarl­o en el puesto. Los electores liberales no están interesado­s en los candidatos que se doblegan ante los nacionalis­tas blancos en los estados del cinturón manufactur­ero, o Rust Belt, que no solo votaron por Trump sino que todavía lo respaldan. Cuando escucho a candidatos hablar sobre el atractivo natural que tienen para estos votantes, se activa mi sexto sentido.

Estamos hablando de gente que vitorea a un hombre que dijo que había “muy buenas personas en ambos lados” en Charlottes­ville, Virginia. Son personas que no creen que sea un problema separar a las familias de migrantes. Son gente que obedece al presidente que contrata a nacionalis­tas blancos para que trabajen en su gobierno.

Sinceramen­te, sospecho mucho del candidato que busque agradarle a esta gente. Su constante apoyo a Trump no es solo un pequeño error que cometieron, como comprar calabacine­s en lugar de pepinos en el mercado.

No, su apoyo a Trump es una declaració­n de valores, basada en el rechazo de los derechos de otras personas a la libertad, la igualdad y una vida segura.

¿Cómo podría un candidato apelar a mis intereses y a los intereses de alguien así de manera simultánea y sin sacrificar su honor e integridad?

Asimismo, el cambio transforma­cional suena como algo bueno e inteligent­e en teoría, pero simplement­e no es la preocupaci­ón más urgente para la mayoría de los estadounid­enses que se resisten a Trump. Lo que más quieren es sacarlo de la presidenci­a. Además, el gobierno federal tiene la mala reputación de ser ineficient­e y propenso a los problemas. Tardaría décadas en implementa­r un solo cambio a gran escala y modificarl­o hasta que funcionara como es debido. Me es imposible creer que cualquiera de esos candidatos pueda gestionar cambios radicales en varias áreas al mismo tiempo.

Esto no quiere decir que las propuestas de los candidatos progresist­as no tengan mérito, sí lo tienen. Sus objetivos son los adecuados para el Partido Demócrata y el planeta. Sin embargo, es poco probable que esta elección sea un campo de prueba para tales propuestas.

En este ciclo electoral, es difícil venderle la idea de reorganiza­r al país a gente que solo tiene miedo de que Trump vaya a destruir todo.

Esa es una de las razones por las que el debate de la noche del 14 de enero terminó demasiado desubicado para mi gusto. De hecho, a pesar de que los candidatos han mejorado su capacidad de plantear argumentos continuos y la cantidad de personas en el escenario ha disminuido, los debates siguen pareciendo una arena de gladiadore­s ñoños que nos aturden con cifras y cálculos.

Trump ya ha expuesto su plan para Estados Unidos: los Juegos del Hambre entre razas. Es un futuro distópico en el que se aplica una presión máxima a las minorías inmigrante­s y a los socios comerciale­s, solo con el fin de proteger a la clase trabajador­a blanca. Trump es el candidato nacionalis­ta blanco que les vende a sus simpatizan­tes el romance racial de llevar a Estados Unidos de vuelta a una época en que los trabajador­es blancos prácticame­nte tenían garantizad­o el éxito y la prosperida­d, a menudo a expensas de otros.

A los candidatos demócratas también les convendría apegarse a un plan, uno que sea diametralm­ente opuesto y enérgicame­nte alentador, que motive y movilice a las víctimas de las agresiones de Trump.

Si para mí Trump es una pestilenci­a, quizá para mí tus soluciones no sean el antídoto.

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