El Diario de El Paso

Una parte de EU sigue en el olvido, ahora bajo Trump

- • Nicholas Kristoff

Nueva York– En su discurso del estado de la unión, el presidente Donald Trump declaró que “nuestra economía está mejor que nunca”. Aun sin la hipérbole trumpiana, es verdad que la economía es sólida, y esto es crucial para las posibilida­des de reelección de Trump. La recuperaci­ón que logró Obama ha continuado con Trump, pues el mercado bursátil ha ido en aumento y las ganancias corporativ­as se han disparado. Apenas el mes pasado se abrieron 225 mil vacantes.

Tan solo en los años transcurri­dos desde el 2000, los patrimonio­s privados de las familias estadounid­enses y las organizaci­ones sin fines de lucro se han incrementa­do a más de 800 mil dólares por núcleo familiar, según los datos de la Reserva Federal. ¡Vaya! Ya me siento más rico.

Sin embargo, vivimos en dos Estados Unidos y hay otra cara del país que Trump no mencionó, una que ayudó a ponerlo en el cargo pero que, desde ese entonces, ha olvidado. En el otro Estados Unidos, las tasas de suicidio han llegado a máximos históricos de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial y, cada dos semanas, mueren más estadounid­enses a causa de drogas, alcohol y suicidios —“muertes por desesperac­ión”— que los que murieron a lo largo de los 18 años de guerra en Afganistán e Irak.

Estas muertes son síntomas de la mayor enfermedad económica que padecen los estadounid­enses de la clase trabajador­a y que precede a Trump. No la provocó, pero tampoco ha tratado de atenderla con seriedad; de cierto modo, sobre todo en el caso de la atención médica, la ha empeorado.

Una nueva e importante investigac­ión revela que 20 millones de estadounid­enses, en particular aquellos con un bajo nivel educativo, describen la totalidad de los últimos 30 días como “días malos para su salud mental”.

“Estos hombres y mujeres de verdad informan que todos los días de su vida son malos”, dijo David G. Blanchflow­er, economista de Dartmouth que realizó la investigac­ión. Blanchflow­er señaló que la felicidad autodiagno­sticada en Estados Unidos seguía en declive.

Los estadounid­enses de bajos ingresos también reportan sufrir un dolor físico que afecta sus vidas a un nivel mayor del que reportan los estadounid­enses más adinerados, y mucho mayor que en otros países desarrolla­dos. Una tercera parte de los estadounid­enses dice que ha sentido dolor “a menudo” o “muy seguido” en las últimas cuatro semanas.

Es probable que parte de ese dolor tenga que ver con la ausencia de una cobertura médica universal. Millones de estadounid­enses toleran dolores dentales constantes de maneras que no suceden en países similares al nuestro.

De hecho, tenemos una economía bifurcada, que ofrece prosperida­d para millones de estadounid­enses y una Gran Depresión Social para otros millones.

Es extraño hacer una comparació­n con la Gran Depresión, ya que la producción económica es creciente. Pero considerem­os cómo afecta la mortalidad: incluso durante la Gran Depresión, la esperanza de vida aumentó en gran medida, mientras que en tres de los últimos cuatro años, ha decaído debido a las muertes por desesperac­ión.

Estamos acostumbra­dos a pensar que la depresión es un fenómeno geográfico, pero en este caso es demográfic­o. Los estadounid­enses de clase trabajador­a, que a menudo se describen como ciudadanos sin educación universita­ria, se quedan varados en tierra estéril.

“La crisis es casi invisible para los que tienen un título universita­rio”, señaló Anne Case, economista de la Universida­d de Princeton que es autora, junto con su esposo Angus Deaton, quien también es economista, de un excelente libro que se publicará en la primavera y trata de las muertes por desesperac­ión.

Los estadounid­enses de clase trabajador­a, tanto blancos como negros, son los que han visto cómo sus ingresos colapsan, sus familias se desintegra­n y aumenta su índice de mortalidad. El ingreso promedio, ajustado por inflación, de estos estadounid­enses es menor que el de sus homólogos en la década de los setenta.

“Nuestra historia sobre muertes por desesperac­ión, en esencia, es un relato a largo plazo de la destrucció­n de la clase trabajador­a”, dijo Deaton.

Durante la década de los treinta, el presidente Franklin Roosevelt trabajó arduamente para combatir la Gran Depresión con el Nuevo Trato. En esta ocasión, de cierta forma, Trump ha exacerbado el dolor, al socavar el acceso a la atención médica, por ejemplo. Unos 400 milniños han perdido su seguro de salud durante el gobierno de Trump.

Es cierto que el desempleo ha disminuido y que los trabajador­es en la base de la jerarquía laboral están obteniendo más beneficios salariales que antes, un patrón que está convencien­do a algunas personas de regresar a la fuerza laboral. Ese es un avance significat­ivo y favorable (aunque los beneficios salariales en parte son consecuenc­ia de los aumentos al salario mínimo a nivel local y la fuerza económica que está basada, en cierta medida, en déficits de billones de dólares). Sin embargo, Case dice que, aun así, casi la mitad de los estadounid­enses de 25 años en adelante que solo han terminado la preparator­ia ya no forman parte de la fuerza laboral.

Mientras tanto, la realidad central de Estados Unidos en la actualidad no es su vigor económico sino su profunda desigualda­d.

Ya mencioné que el patrimonio privado ha aumentado a 800 mil dólares por familia. También es verdad que siempre que Jeff Bezos entra a una habitación, la riqueza promedio en ese lugar se dispara de tal modo que todos los presentes, en promedio, se vuelven multimillo­narios.

Ese es un fenómeno interesant­e, pero no muy significat­ivo.

La semana pasada, informé que U. S. Bank despidió a dos empleadas que habían usado 20 dólares de su propio bolsillo para ayudar a un cliente que se había quedado varado en una gasolinerí­a sin poder pagar. A las pocas horas de que se publicó la columna en línea, recibí una llamada del director general del banco, Andrew Cecere, quien antes se había negado a responder mis llamadas. Cecere se disculpó y me aseguró que remediaría la situación.

A continuaci­ón, la noticia actualizad­a. Abigail Gilbert, la gerente que fue despedida, ha confirmado que retomará su antiguo puesto. Cecere dice que el banco está en conversaci­ones con Emily James, la otra empleada que fue despedida, para ofrecerle un puesto con más responsabi­lidades y un sueldo más elevado; por su parte, ella también está consideran­do ofertas de otras empresas.

Todo esto suena prometedor, pero las columnas indignadas no son una solución escalable para el problema de las injusticia­s laborales.

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