Una parte de EU sigue en el olvido, ahora bajo Trump
Nueva York– En su discurso del estado de la unión, el presidente Donald Trump declaró que “nuestra economía está mejor que nunca”. Aun sin la hipérbole trumpiana, es verdad que la economía es sólida, y esto es crucial para las posibilidades de reelección de Trump. La recuperación que logró Obama ha continuado con Trump, pues el mercado bursátil ha ido en aumento y las ganancias corporativas se han disparado. Apenas el mes pasado se abrieron 225 mil vacantes.
Tan solo en los años transcurridos desde el 2000, los patrimonios privados de las familias estadounidenses y las organizaciones sin fines de lucro se han incrementado a más de 800 mil dólares por núcleo familiar, según los datos de la Reserva Federal. ¡Vaya! Ya me siento más rico.
Sin embargo, vivimos en dos Estados Unidos y hay otra cara del país que Trump no mencionó, una que ayudó a ponerlo en el cargo pero que, desde ese entonces, ha olvidado. En el otro Estados Unidos, las tasas de suicidio han llegado a máximos históricos de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial y, cada dos semanas, mueren más estadounidenses a causa de drogas, alcohol y suicidios —“muertes por desesperación”— que los que murieron a lo largo de los 18 años de guerra en Afganistán e Irak.
Estas muertes son síntomas de la mayor enfermedad económica que padecen los estadounidenses de la clase trabajadora y que precede a Trump. No la provocó, pero tampoco ha tratado de atenderla con seriedad; de cierto modo, sobre todo en el caso de la atención médica, la ha empeorado.
Una nueva e importante investigación revela que 20 millones de estadounidenses, en particular aquellos con un bajo nivel educativo, describen la totalidad de los últimos 30 días como “días malos para su salud mental”.
“Estos hombres y mujeres de verdad informan que todos los días de su vida son malos”, dijo David G. Blanchflower, economista de Dartmouth que realizó la investigación. Blanchflower señaló que la felicidad autodiagnosticada en Estados Unidos seguía en declive.
Los estadounidenses de bajos ingresos también reportan sufrir un dolor físico que afecta sus vidas a un nivel mayor del que reportan los estadounidenses más adinerados, y mucho mayor que en otros países desarrollados. Una tercera parte de los estadounidenses dice que ha sentido dolor “a menudo” o “muy seguido” en las últimas cuatro semanas.
Es probable que parte de ese dolor tenga que ver con la ausencia de una cobertura médica universal. Millones de estadounidenses toleran dolores dentales constantes de maneras que no suceden en países similares al nuestro.
De hecho, tenemos una economía bifurcada, que ofrece prosperidad para millones de estadounidenses y una Gran Depresión Social para otros millones.
Es extraño hacer una comparación con la Gran Depresión, ya que la producción económica es creciente. Pero consideremos cómo afecta la mortalidad: incluso durante la Gran Depresión, la esperanza de vida aumentó en gran medida, mientras que en tres de los últimos cuatro años, ha decaído debido a las muertes por desesperación.
Estamos acostumbrados a pensar que la depresión es un fenómeno geográfico, pero en este caso es demográfico. Los estadounidenses de clase trabajadora, que a menudo se describen como ciudadanos sin educación universitaria, se quedan varados en tierra estéril.
“La crisis es casi invisible para los que tienen un título universitario”, señaló Anne Case, economista de la Universidad de Princeton que es autora, junto con su esposo Angus Deaton, quien también es economista, de un excelente libro que se publicará en la primavera y trata de las muertes por desesperación.
Los estadounidenses de clase trabajadora, tanto blancos como negros, son los que han visto cómo sus ingresos colapsan, sus familias se desintegran y aumenta su índice de mortalidad. El ingreso promedio, ajustado por inflación, de estos estadounidenses es menor que el de sus homólogos en la década de los setenta.
“Nuestra historia sobre muertes por desesperación, en esencia, es un relato a largo plazo de la destrucción de la clase trabajadora”, dijo Deaton.
Durante la década de los treinta, el presidente Franklin Roosevelt trabajó arduamente para combatir la Gran Depresión con el Nuevo Trato. En esta ocasión, de cierta forma, Trump ha exacerbado el dolor, al socavar el acceso a la atención médica, por ejemplo. Unos 400 milniños han perdido su seguro de salud durante el gobierno de Trump.
Es cierto que el desempleo ha disminuido y que los trabajadores en la base de la jerarquía laboral están obteniendo más beneficios salariales que antes, un patrón que está convenciendo a algunas personas de regresar a la fuerza laboral. Ese es un avance significativo y favorable (aunque los beneficios salariales en parte son consecuencia de los aumentos al salario mínimo a nivel local y la fuerza económica que está basada, en cierta medida, en déficits de billones de dólares). Sin embargo, Case dice que, aun así, casi la mitad de los estadounidenses de 25 años en adelante que solo han terminado la preparatoria ya no forman parte de la fuerza laboral.
Mientras tanto, la realidad central de Estados Unidos en la actualidad no es su vigor económico sino su profunda desigualdad.
Ya mencioné que el patrimonio privado ha aumentado a 800 mil dólares por familia. También es verdad que siempre que Jeff Bezos entra a una habitación, la riqueza promedio en ese lugar se dispara de tal modo que todos los presentes, en promedio, se vuelven multimillonarios.
Ese es un fenómeno interesante, pero no muy significativo.
La semana pasada, informé que U. S. Bank despidió a dos empleadas que habían usado 20 dólares de su propio bolsillo para ayudar a un cliente que se había quedado varado en una gasolinería sin poder pagar. A las pocas horas de que se publicó la columna en línea, recibí una llamada del director general del banco, Andrew Cecere, quien antes se había negado a responder mis llamadas. Cecere se disculpó y me aseguró que remediaría la situación.
A continuación, la noticia actualizada. Abigail Gilbert, la gerente que fue despedida, ha confirmado que retomará su antiguo puesto. Cecere dice que el banco está en conversaciones con Emily James, la otra empleada que fue despedida, para ofrecerle un puesto con más responsabilidades y un sueldo más elevado; por su parte, ella también está considerando ofertas de otras empresas.
Todo esto suena prometedor, pero las columnas indignadas no son una solución escalable para el problema de las injusticias laborales.