La política paranoide se viraliza
Nueva York— Todavía no sabemos cuánto daño hará el COVID19, la enfermedad del coronavirus, pero hay motivos para estar muy preocupados.
Después de todo, parece que es altamente transmisible y tal vez sea mucho más letal que la gripe común.
Sin embargo, los comentaristas y las organizaciones noticiosas de la derecha nos dicen que no hay que preocuparse: todo es un engaño, una conspiración de los medios liberales para que Donald Trump se vea mal. Los funcionarios gubernamentales y Trump mismo han repetido sus afirmaciones.
Resulta claro que esas afirmaciones son insensatas. Entre otras cosas, el COVID-19 es un fenómeno mundial, con importantes brotes que van desde Corea del Sur hasta Italia. ¿Los medios surcoreanos e italianos también forman parte de la conspiración contra Trump?
Sin embargo, esta insensatez era totalmente predecible para cualquiera que haya seguido la política de la derecha. Esta solo es la batalla más reciente en una larga guerra contra la verdad basada en la idea misma de que existe una realidad objetiva incómoda.
En el caso del COVID-19, los sospechosos de siempre estaban, en parte, involucrados en la proyección. Después de todo, ellos mismos formaron parte de un esfuerzo concertado para usar el brote de ébola de 2014 como arma política en contra de Barack Obama, cuya respuesta, de hecho, fue muy inteligente y efectiva. Por cierto, en el periodo posterior a ese brote, el gobierno de Obama implementó medidas para lidiar con pandemias futuras, mismas que Trump descartó en su totalidad.
Pero como dije, la negación del virus es solo la batalla más reciente en una guerra a largo plazo contra la verdad.
Recuerden, los conservadores han pasado décadas negando la realidad del cambio climático, insistiendo en que es un enorme engaño perpetrado por una gran conspiración científica internacional. Y las señales de la catástrofe climática se multiplican, desde los incendios en Australia hasta las sequías en California, la negación del cambio climático solo ha fortalecido su control del Partido Republicano. En la víspera de las elecciones intermedias de 2018, una encuesta descubrió que un 73 por ciento de los senadores republicanos niegan el consenso científico de que estamos viviendo un cambio climático causado por el hombre.
O consideren cuántos en la derecha reaccionaron después de que sus funestas predicciones de hiperinflación durante la era de Obama no ocurrieron: no admitieron que estaban en un error, sino que insistieron en que las cifras estaban manipuladas. Y no estoy hablando de figuras extremistas, estoy hablando de gente que los conservadores consideran intelectuales importantes.
Sin embargo, este tipo de teorías conspirativas no son exclusivas de la derecha. Por ejemplo, se pueden ver algunas tendencias similares en el equipo de Bernie Sanders. Fue desconcertante descubrir que uno de los principales asesores de Sanders declaró que todos los que no estuvieran de acuerdo con las propuestas para un impuesto sobre la riqueza, que, por cierto, yo apoyo, “son el tipo de grupos y académicos que están financiados por los poderes que son la clase dominante, la clase multimillonaria”.
La cuestión es que, si bien la corrupción de los grandes capitales sí ocurre, es la fuerza principal que mantiene vivas a las ideas zombis—, no está detrás de cada controversia relativa a las políticas públicas. Algunas veces, solo pasa que los analistas serios están en desacuerdo y resulta preocupante que algunos en el equipo de Sanders no puedan distinguir la diferencia.
Pero la derecha es donde el estilo paranoide va de la mano con el poder real y puede hacer daño real. De hecho, puede ser mortal.
Esto es evidente tratándose del cambio climático, en el cual la negación alimentada por teorías conspirativas tiene gran peso en impedir la acción y, por ende, supone una amenaza existencial para la civilización.
Al principio, no estaba claro si la paranoia de la derecha también estaba obstaculizando la respuesta al COVID-19. No obstante, informes recientes dejan claro que una razón importante por la que Estados Unidos se ha rezagado tanto en comparación con otros países en las pruebas para el coronavirus, un paso fundamental para contener su diseminación era que Trump no quería creer que existía una crisis. Después de todo, reconocer que enfrentamos un problema serio podría dañar su amado mercado bursátil.
Este deseo de minimizar el peligro para el mercado distorsionó toda la respuesta gubernamental al brote. Algunos han establecido paralelos con el periodo previo a la guerra de Irak, cuando el evidente deseo del gobierno de Bush de justificar la guerra manipuló la inteligencia con el fin de que mostrara armas de destrucción masiva que no existían.
En el caso actual, el análisis se manipuló para no mostrar una amenaza, y en parte ese sesgo fue posible gracias a las afirmaciones de que toda la evidencia que indicaba que, en efecto, había una amenaza era un engaño perpetrado por los medios noticiosos liberales.
Y hay pocas pruebas, incluso ahora, de que el gobierno de Trump se está tomando en serio la realidad del COVID-19. Aunque el gobierno por fin está solicitando fondos adicionales para combatir la enfermedad, los montos que está sugiriendo parecen grotescamente inadecuados.
Los aliados de Trump ya están denunciando a sus críticos por “politizar” el brote; Donald Trump Jr. acusó a los demócratas de querer ver morir a millones. Sin embargo, en realidad fue Trump quien politizó el virus, al minimizar el peligro.
Es cierto que los demócratas están criticando las acciones de Trump al sugerir que su negativa a aceptar su responsabilidad, en cuanto a… todo, está poniendo en riesgo a Estados Unidos. No obstante, hasta donde sé, criticar a los líderes estadounidenses sigue siendo legítimo.
No obstante, ese es el problema con la paranoia política: se piensa que incluso la crítica más normal forma parte de una conspiración siniestra. Y el hecho de que este tipo de paranoia haya infectado a nuestro partido gobernante es más temible que cualquier virus.