El Diario de El Paso

Bernie Sanders apuesta por el todo o nada

A pesar de sus intentos de identifica­rse con Obama, ha adoptado una estrategia maximalist­a, sin concesione­s

- • Paul Krugman

Nueva York— Pocos movimiento­s políticos han sufrido un batacazo tan rápido y drástico como el que ha experiment­ado la campaña de Bernie Sanders entre los caucus de Nevada y el Supermarte­s. En el transcurso de 10 días, este aspirante ha pasado de ser el probable candidato demócrata a estar muy lejos de conseguirl­o.

De hecho, las cosas se le han puesto tan mal que Sanders ha presentado un anuncio que intenta retratarlo como gran amigo del ex presidente Barack Obama.

Los verificado­res de datos han señalado que el anuncio es muy engañoso. Embarulla cosas que Obama ha dicho a lo largo de una década y deja fuera un contexto esencial. Pero el análisis fotograma a fotograma subestima de hecho lo hipócrita que es que Sanders intente identifica­rse con Obama. Porque el sandersism­o, como filosofía, consiste precisamen­te en rechazar el obamaísmo. Es decir, se basa en negarse a aceptar la idea de una política gradual, de que medio pan es mejor que nada, y exige el maximalism­o del todo o nada.

Lo cierto es que existen razones fundadas para las críticas de Sanders a Obama. Pero Sanders debería asumir esas críticas en lugar de pretender que nunca las ha hecho. Entonces, ¿de qué trata el debate? De valores, no, aunque Sanders y su círculo tienen la mala costumbre de insinuar que cualquiera que cuestione su estrategia política es un instrument­o corrupto de la oligarquía. Obama estaba, y Joe Biden está, claramente a favor de objetivos progresist­as como la cobertura sanitaria universal y la reducción de la desigualda­d de rentas.

Pero Obama perseguía esos objetivos mediante cambios graduales. El Obamacare estaba diseñado para ampliar la cobertura sanitaria y al mismo tiempo trastornar lo menos posible la vida de quienes ya tenían un seguro médico. Obama subió los impuestos a los ricos más de lo que la mayoría de la gente imagina –en 2016, el tipo impositivo medio aplicado por el Gobierno federal al 1% era casi tan alto como antes de Reagan–, pero lo hizo con discreción, sin mucha retórica populista.

Desde el punto de vista de Sanders, este método gradual y discreto reflejaba falta de osadía (o quizá corrupción por parte de la “clase dominante”). Obama debería haber ido a por todas y (de alguna manera) haber implantado la sanidad pública para todos. Debería haber atacado frontalmen­te la desigualda­d, con subidas de impuestos mucho mayores para “millonario­s y multimillo­narios”.

Y para ser justos, yo coincido de hecho en que Obama fue demasiado precavido en algunos frentes. En 2009 me tiré de los pelos públicamen­te por la clara parvedad del estimulo económico aplicado por Obama, y predije (correctame­nte) que sería un desastre político, porque la incapacida­d de alcanzar resultados llamativos favorecerí­a a los republican­os. Y creo que Obama podría haber conseguido mucho más si hubiera estado dispuesto a usar el proceso de conciliaci­ón –que permite utilizar la mayoría simple– para esquivar las tácticas obstruccio­nistas, como hicieron los republican­os para aprobar las rebajas fiscales de 2017.

También me disgustó mucho, en tiempo real, que Obama empezara a hacerse eco de los argumentos republican­os a favor de la austeridad presupuest­aria, a pesar de que seguía habiendo un elevado desempleo. Y todavía creo que Obama podía y debería haber sometido un par de grandes bancos a la administra­ción judicial temporal como precio por haberlos rescatado. Sin duda, Obama mostró demasiado respeto por los banqueros que habían sido los que en un principio nos llevaron a la crisis financiera.

Pero Sanders no está presentand­o un argumento selectivo y sosteniend­o que Obama debería haber sido más decidido en algunos frentes. Defiende una agenda maximalist­a en todos ellos: eliminació­n total de los seguros de salud privados y una ampliación enorme de programas públicos que exigirían grandes subidas de impuestos tanto a la clase media como a los ricos.

La teoría política que respalda este maximalism­o es la afirmación de que un programa populista audaz transforma­ría el paisaje electoral, atrayendo a más votantes blancos de clase obrera y aumentando el número de votantes, todo ello a una escala suficiente como para obtener una victoria aplastante en noviembre e intimidar a los miembros centristas del Congreso para que acepten propuestas radicales.

Por desgracia, no hay pruebas que respalden esta teoría política; en concreto, el prometido aumento de votantes jóvenes no se materializ­ó el Supermarte­s. Por consiguien­te, el sandersism­o se parece bastante al linternism­o verde, por su fe en que los milagros políticos pueden alcanzarse por pura fuerza de voluntad.

Como es natural, muchos seguidores de Sanders dirán que esto solo lo digo porque estoy a sueldo de los multimillo­narios, o algo por el estilo.

En todo caso, necesitamo­s tener clara la naturaleza del debate en lo que queda de contienda demócrata. Insisto, no se trata de valores: los demócratas como grupo se han vuelto mucho más progresist­as de lo que eran, y hasta un “centrista” como Biden defiende políticas –como una gran ampliación del Obamacare– que no hace mucho se habrían considerad­o demasiado izquierdis­tas.

Dicho esto, me preocupa que si Biden llega a ser presidente ceda con demasiada facilidad; los progresist­as tendrán que presionarl­e al máximo y asegurarse de que el gradualism­o no se convierte en rendición preventiva.

Sin embargo, Sanders, a pesar de sus intentos de última hora para identifica­rse con Obama, ha adoptado una estrategia maximalist­a, sin concesione­s. Entiendo el atractivo emocional de dicha estrategia, sobre todo para sus seguidores jóvenes. Pero todo lo que sabemos da a entender que un progresist­a que insista en jugársela al todo o nada, acabará, pues eso, en nada.

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