Lo que aprendí al participar en la contienda presidencial
Nueva York— Me encanta reunirme con otros estadounidenses. Ya desde antes de postularme a la presidencia había tenido varias oportunidades de reunirme con mis compatriotas por todo el país como parte de mi labor de combate al cambio climático, para registrar a jóvenes votantes y promover el juicio político contra el presidente Donald Trump. Disfruté muchísimo escuchar sus historias y compartir sus experiencias de vida. Algunas (muchas) de esas historias eran desgarradoras. Muchos se sentían desconectados y relegados por la clase dirigente política y las élites de Nueva York y Washington.
La mayoría de las personas que conocí sentían que el gobierno no funcionaba y que su voto no contaba porque los enormes corporativos ejercen un gran dominio sobre nuestra democracia. Cada encuentro me dejó un gran aprendizaje y cada interacción fue de lo más valiosa.
Quienes no me conocen quizá piensen que mi vida es muy parecida a la de Donald Trump, un tipo rodeado de golf, aduladores y lujos, pero no es así. Gracias al trabajo comunitario que he realizado desde hace una década, así como a mi campaña presidencial, he podido conocer personas, lugares y problemas de los que antes sabía muy poco. Por fortuna, también me ha permitido descubrir nuevas soluciones e ideas.
Por ejemplo, no sabía nada de Regenesis, el espectacular proyecto de justicia ambiental puesto en marcha en Spartanburg, Carolina del Sur, ni de Harold Mitchell, su director. Ahora lo conozco y me siento enriquecido por ello. No sabía en qué condiciones trabajaba el personal sindicalizado de enfermería que presta servicios de salud mental en Iowa. Ahora lo sé y siento enojo y molestia por su situación. Tampoco conocía a Alex Brown ni la historia de la nación gullah-geeche en la isla Hilton Head. Ahora que la conozco comparto su frustración y sentido de injusticia.
Reunirme con distintos estadounidenses ha reforzado mi percepción del profundo fracaso del gobierno. Desde la aceleradísima gentrificación de Charleston hasta los problemas de indigencia de Los Ángeles o de contaminación del agua en Denmark, Carolina del Sur, los estadounidenses merecen que su gobierno los trate mejor. Tenemos los recursos para hacerlo. Sabemos qué es mejor y eso es lo que debemos hacer.
La ciudadanía ansía una democracia en la que pueda creer. Durante mi campaña, intenté denunciar a las élites entretejidas en los medios, el círculo político de Washington y las grandes empresas del país, que han progresado a expensas del pueblo estadounidense. Claro que estos grupos no quieren cambiar nada. Los gigantes empresariales de verdad han comprado nuestra democracia, y por todo el país hay ciudadanos que sufren a diario por eso.
Hay algo que quisiera aclarar: sé que formar parte de ese mundo me ha convenido. Sin embargo, esta campaña reforzó mi pasión por dedicar mi tiempo y mi dinero a la tarea de cambiar el abandono político que ha puesto a nuestra nación en una situación muy difícil.
La renuencia del gobierno a tratar a los ciudadanos con justicia sin importar su raza y origen étnico me cimbró en especial. No es posible que alguien que dice amar a los estadounidenses soporte las expresiones de crueldad, virtualmente en todos los aspectos de la vida, debido a la raza. Peor todavía si es una actitud casual y pasa desapercibida. Sentado en el comedor con residentes de raza negra de Denmark, Carolina del Sur, escuché que el agua que salía de sus grifos literalmente los estaba envenenando y que el gobierno había ignorado sus protestas durante años.
Escuché exactamente la misma historia de labios de las comunidades latinas en el valle de San Joaquín. Escuché a indios nativos estadounidenses pedir que sus convenios con el gobierno federal se cumplan aunque sea en parte... ni siquiera exigen que se cumplan en su totalidad. En Nevada, un empresario afroestadounidense me dijo que solo podía obtener financiamiento bancario para su empresa a una tasa exorbitante. Se refirió a esta práctica como “el impuesto por ser negro”.
Hablé sobre raza y justicia racial porque creo que las políticas se desprenden de la narrativa. La clase gobernante le ha fallado a mucha gente respetable y trabajadora, y si no lo denunciamos con determinación, una y otra vez, nada cambiará.
La prueba más evidente es el tema de la justicia climática. El gobierno de Trump y el Partido Republicano apoyan a quienes tienen intereses en los combustibles fósiles porque esa postura encaja a la perfección con sus necesidades políticas. Como fundador del movimiento ‘Need to Impeach’, les aseguro que este comportamiento, que pone en riesgo a todos los estadounidenses, me parece de lo más censurable para un verdadero patriota.
A pesar de esto, durante la campaña participé en varios debates promovidos por los medios en los que se hicieron pocas preguntas sobre el cambio climático, se debatieron cuestiones de política exterior sin siquiera mencionar de paso el cambio climático y la atmósfera prevaleciente le restó importancia a la crisis climática que vivimos, o de plano la ignoró por completo.
La conciencia de que se trata de una crisis humana con un contenido racial sustancial (Estados Unidos envenena desproporcionadamente a sus ciudadanos de tez negra y morena) al parecer no ha penetrado los enclaves de las élites en Nueva York ni en Washington. Eso debe cambiar.
La campaña reforzó mis profundas reservas acerca de la influencia que los medios de la élite, los políticos privilegiados y las grandes empresas tienen en nuestra democracia. Vi cómo el Comité Nacional Demócrata ignoró las solicitudes públicas, no solo mías sino de otros, de cambiar el proceso de debate para garantizar que un grupo más diverso de candidatos apareciera en el estrado, y solo unas semanas después cambió las reglas para permitir la participación de Mike Bloomberg en los debates.
También me consternó la fijación incansable de los medios en el dinero, las encuestas y la política electoral, pero me sentí animado porque la amplia mayoría de las preguntas que me hicieron las personas que conocí a lo largo de la campaña se centraron en temas importantes para sus vidas.
Lo más importante que me llevo al concluir esta campaña es lo mucho que aprendí de la gente que conocí y cuánto disfruté el tiempo compartido. Nunca me pareció “agotadora” ni se me ocurrió compararla con un “maratón”. Me pareció un total regocijo, una experiencia que me dejó enseñanzas muy valiosas y me hizo una mejor persona. Llevo más de siete años recorriendo Estados Unidos de tiempo completo y he dejado mi corazón y mi alma con las personas que encontré a lo largo de ese camino. Espero que me infundan su sabiduría, fortaleza y compasión.
Los motivos que me llevaron a participar en la contienda presidencial (económicos, raciales y de justicia ambiental) me ayudaron a mantener firme mi concentración y determinación, y nunca dejaré de luchar por ellos. Creé una de las mayores organizaciones populares del país (Nextgen America) dedicada al registro de electores que apoyan causas y candidatos progresistas. Ese grupo siguió trabajando durante mi campaña presidencial y ahora volveré a encabezarlo.
Registrar a los electores e involucrarlos es una estrategia que produce efectos en las urnas. El proceso electoral todavía es nuestra mejor palanca para lograr el cambio en un país democrático. Necesitamos personas nuevas y diferentes a cargo si queremos marcar de verdad la diferencia.
El cambio real comenzará con una movilización para evitar la reelección de Donald Trump y que Mitch Mcconnell siga a cargo del Senado. El cambio real tendrá continuidad cuando creemos una comisión nacional sobre raza que decida cuál es la mejor opción para ofrecer desagravios y declaremos una emergencia climática para que por fin hagamos algo respecto de esta crisis.
Ya no soy candidato a la presidencia, pero mi compromiso de organizar (y ganar) estas luchas en nombre del pueblo estadounidense permanece intacto.