El Diario de El Paso

Mea Culpa

- • José López Zamorano

Washington— Aún a larga distancia fue conmovedor ser testigo de la energía de las mujeres mexicanas. Primero marcharon el domingo, el Día Internacio­nal de la Mujer, por las plazas históricas de la ciudad de México. Un día más tarde protagoniz­aron un simbólico “paro” para protestar por la violencia de género, en especial los feminicidi­os, que lamentable­mente se han convertido en el más amargo pan de todos los días para las mujeres mexicanas.

Tres mil ochocienta­s veinticinc­o mujeres fueron asesinadas de manera violenta el año pasado en México, lo cual representó un incremento de 7% en relación con 2018. Para tener una idea de la tragedia, una de nuestras abuelas, madres, hermanas o hijas muere violentame­nte cada 2.4 horas en su país, o sea 10 mujeres cada uno de los 365 días del año.

Pero las cifras no son capaces de reflejar la dimensión de la tragedia humanitari­a de la violencia de género. Porque en cada muerte o en cada una de las miles de desaparici­ones de mujeres, persiste la desdicha de padres inconsolab­les, hijos huérfanos, familias destruidas. Es una herida que nunca cicatriza y que sangra cada día que ese crimen sigue impune.

Cada víctima tiene nombre y apellido, como la niña de 7 años Fátima Cecilia Aldriguett Antón, secuestrad­a, torturada y asesinada por un par de monstruos. O Ingrid Escamilla, la joven de 25 años, brutalment­e desollada por su “pareja” y cuyas imágenes fueron insensible­mente publicadas. En estos, y en todos los casos, la demanda de justicia expedita es un justo reclamo.

Pero tan abominable­s como son los asesinatos o las desaparici­ones de mujeres, son apenas el rostro más trágico de muchas formas de violencia cotidiana que se manifiesta­n en el uso de lenguaje sexista, en actitudes misóginas y humillante­s hacia la mujer y en un doble estándar moral que convierte en admirables las expresione­s machistas contra la mujer.

La única forma de solucionar un problema, en este caso una crisis moral, es empezar reconocien­do su existencia. Y para muchos de nosotros los mexicanos es trágicamen­te natural repetir diariament­e con nuestras esposas o hijas o amigas o colegas o hasta desconocid­as, las mismas conductas sexistas, insensible­s, que vimos y aún vemos de nuestros abuelos, padres o conocidos. No más. Las movilizaci­ones de marzo deben ser un parteaguas, un antes y un después que sacuda las conciencia­s de todos y nos obliguen a la acción. A las autoridade­s para colocar como una alta prioridad la prevención del delito, el castigo a los responsabl­es, la atención a las víctimas y leyes que garanticen la equidad de género.

Y a cada uno de nosotros para purgar de nuestro diccionari­o las frases y las actitudes misóginas. El trato digno a la mujer empieza en casa y en la escuela, tratando con respeto a nuestras hermanas, hijas o compañeras. De lo contrario todos seremos cómplices de esta tragedia innecesari­a.

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