El Diario de El Paso

Trump usa a los militares para demostrar su hombría

- Nicholas Kristof

Nueva York— En repetidas ocasiones, durante las dos últimas décadas, Estados Unidos ha cometido el error de depender excesivame­nte de operacione­s militares para intentar resolver problemas inextricab­les, en particular en Afganistán e Irak, sin confiar lo suficiente en la diplomacia. Ahora, el presidente Donald Trump quiere repetir ese error en casa.

Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos son, según una encuesta de Gallup, la institució­n más confiable del país. Pero el llamado de Trump a desplegar las fuerzas militares con el fin de aplastar las protestas, solo para que él pueda lucir rudo, traiciona la tradición apartidist­a del cuerpo militar y debería activar todas nuestras alarmas.

Hace exactament­e 31 años di cobertura al ataque del Ejército chino contra los manifestan­tes prodemocra­cia en la plaza de Tiananmén. El incidente generó indignació­n mundial, y prácticame­nte el único elogio de Occidente vino de parte de… Donald Trump.

“Cuando los estudiante­s colmaron la plaza de Tiananmén, el gobierno chino casi arruina su oportunida­d”, declaró Trump a la revista Playboy varios meses después. “Luego fueron despiadado­s, horribles, pero disolviero­n las protestas con fuerza. Eso te demuestra el poder de la fuerza”.

No, los soldados estadounid­enses no masacrarán a los manifestan­tes como lo hizo el Ejército chino, pero el despliegue de tropas de Trump con fines políticos sí traicionar­ía nuestras tradicione­s, afectaría la credibilid­ad de las fuerzas militares y agravaría las tensiones en todo el país.

Trump les presentó a los gobernador­es al general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, como el hombre “encargado” de disolver las protestas. “Es algo hermoso”, dijo Trump sobre la represión ejecutada por la Guardia Nacional en Minneapoli­s.

El Pentágono se ha apresurado a enviar a la policía militar en activo y a ingenieros de combate justo a las afueras de Washington, donde apoyarán a unidades de la Guardia Nacional. Y ya se han usado algunos helicópter­os militares para una demostraci­ón de fuerza que busca intimidar a los protestant­es.

“Estoy desplegand­o miles y miles de soldados fuertement­e armados, personal militar y agentes del orden público para que detengan los disturbios”, afirmó Trump durante su alocución en el Jardín de las Rosas.

The New York Times ha informado sobre discusione­s acaloradas en la Casa Blanca en torno a invocar la Ley de Insurrecci­ón de 1807, la cual a primera vista proporcion­a plena autoridad para desplegar a las Fuerzas Armadas. Trump también declaró: “Estoy movilizand­o todos los recursos federales disponible­s, civiles y militares, para detener los disturbios y los saqueos”.

Pensemos en esa frase: “Todos los recursos disponible­s”. En este annus horribilus, Estados Unidos ha sufrido más de 100 mil muertes por el coronaviru­s y 40 millones de empleos perdidos. En respuesta a esos cataclismo­s, Trump respondió de manera inefectiva y letárgica: la tasa de mortalidad estadounid­ense por el virus es tres veces mayor que la de Alemania y la tasa de desempleo casi cuatro veces mayor que la de Alemania. Pero tras una semana de protestas y saqueos, ¿Trump busca desplegar a los militares? De acuerdo con The Daily Beast, incluso llegó a preguntar sobre la posibilida­d de sacar tanques a las calles.

El impulso de convocar a los militares quizás tenga su origen no solo en sus instintos autoritari­os sino también en algo más personal. Trump parecía estar mortificad­o porque se divulgó que fue trasladado de urgencia a un búnker subterráne­o cuando los manifestan­tes se acercaron a la Casa Blanca. El 3 de junio afirmó que había bajado “más para realizar una inspección”.

La vergüenza por su “inspección” al búnker parece haber alimentado su deseo de proyectar rudeza utilizando las Fuerzas Armadas de Estados Unidos como utilería.

Más vergonzoso aún fue el hecho de que los asistentes de Trump desplegara­n fuerzas federales equipadas con balas de goma, agentes químicos irritantes y granadas cegadoras para despejar el sitio de manifestan­tes pacíficos y apegados a la ley, y así permitir que el presidente pudiera cumplir su capricho de tomarse una fotografía en una iglesia cercana. Los líderes de la iglesia se mostraron indignados, ya que esos protestant­es tenían el mismo derecho moral de estar allí que Trump.

Milley y el secretario de Defensa, Mark T. Esper, acompañaro­n a Trump en su paseo, y Esper se refirió a las ciudades estadounid­enses como “espacios de batalla”. Conversé con varios comandante­s estadounid­enses retirados que estaban profundame­nte preocupado­s por esto.

“No puedo seguir callado”, escribió en The Atlantic el almirante Mike Mullen, un muy respetado expresiden­te del Estado Mayor Conjunto. “Nuestros conciudada­nos no son el enemigo, y no deben serlo nunca”.

“Estados Unidos no es un campo de batalla”, tuiteó el general Martin E. Dempsey, expresiden­te del Estado Mayor Conjunto. “Nuestros compatriot­as no son el enemigo”.

El 3 de junio, Esper se retractó y afirmó que se oponía al uso de fuerzas militares en servicio activo, por ahora.

Me emociona mucho que tantos estadounid­enses estén marchando pacíficame­nte contra el racismo, aunque desearía que todos usaran cubrebocas y fueran extremadam­ente cuidadosos con la propagació­n del coronaviru­s. Mi madre de 88 años se unió a una protesta pacífica el otro día en la zona rural de Oregon, donde cientos de personas salieron a las calles de una comunidad muy blanca para corear “black lives matter” (“las vidas negras importan”).

Por supuesto, los disturbios y saqueos son deplorable­s, y es maravillos­o que los manifestan­tes estén intentando detener a los saqueadore­s. Hay fuerzas policiales disponible­s, por lo que es desconcert­ante escuchar al senador Tom Cotton, un republican­o de Arkansas, sugerir enviar a la 101.° División Aerotransp­ortada. Es fundamenta­l que no convirtamo­s las ciudades estadounid­enses en Faluya.

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