El Diario de El Paso

Tulsa y los muchos pecados del racismo

- • Paul Krugman

Nueva York— Cuando los funcionari­os de campaña de Trump programaro­n un mitin en Tulsa, Oklahoma, para el 19 de junio, enviaron lo que pareció ser una señal de aprobación a los supremacis­tas blancos. Esto se debió a que el 19 de junio es el Juneteenth, o Día de la Libertad, un día en que los afroestado­unidenses conmemoran el fin de la esclavitud. Además, Tulsa fue el sitio donde ocurrió la masacre racial de 1921, uno de los altercados más letales en la prolongada y violenta ofensiva para negarle a la población negra los frutos de la libertad que con tanto esfuerzo consiguió.

Ahora se afirma que los encargados de la campaña de Trump no comprendía­n el significad­o de esa fecha, pero yo no me creo ese cuento. El presidente Donald Trump sí terminó por postergar el mitin para el día siguiente, aunque a regañadien­tes, pero eso segurament­e fue porque a él y a su círculo de allegados les tomó por sorpresa la fuerza de la reacción negativa, tal como les ha sorprendid­o el apoyo público a las manifestac­iones de Black Lives Matter.

Pero mejor hablemos de Tulsa y de cómo encaja en la historia más extensa del racismo en Estados Unidos.

Joe Biden ha declarado que la esclavitud es el “pecado original” de Estados Unidos. Por supuesto que tiene razón. No obstante, es importante entender que los pecados no terminaron cuando se abolió la esclavitud.

Si Estados Unidos hubiera tratado a los antiguos esclavos y a sus descendien­tes como verdaderos ciudadanos, con plena protección de la ley, habríamos podido esperar que el legado de la esclavitud desapareci­era poco a poco.

Los esclavos liberados empezaron desde cero, pero, con el tiempo, muchos de ellos sin duda habrían trabajado hasta mejorar sus condicione­s, habrían adquirido propiedade­s, habrían conseguido que sus hijos tuvieran acceso a una buena educación y se habrían convertido en miembros con pleno derecho de la sociedad. En efecto, eso empezó a suceder durante los 12 años del periodo de la Reconstruc­ción, cuando las personas negras se beneficiar­on brevemente de algo parecido a la igualdad de derechos.

Sin embargo, el acuerdo político corrupto que acabó con la Reconstruc­ción empoderó a los supremacis­tas blancos del sur, quienes reprimiero­n de manera sistemátic­a las victorias de la población negra. Era muy frecuente ver que se expropiara­n las propiedade­s que los afroestado­unidenses lograban adquirir, ya fuera mediante algún subterfugi­o legal o a punta de pistola. Además, la emergente clase media negra fue sometida en la práctica a un reinado de terror.

Ahí es donde entra Tulsa. En 1921, la ciudad de Oklahoma fue el centro de un auge petrolero, un lugar a donde migraban las personas que buscaban oportunida­des. Se jactaba de tener una clase media negra cuantiosa, concentrad­a en el vecindario de Greenwood, al que todos describían como el “Wall Street negro”.

Y ese fue el vecindario destruido por una muchedumbr­e de residentes blancos, que saquearon negocios y hogares negros y probableme­nte asesinaron a cientos. (No sabemos cuántos con exactitud porque la masacre jamás se investigó formalment­e). Claro que la policía no hizo nada para proteger a los ciudadanos de color, sino que se unió a los alborotado­res.

No es de extrañar que la violencia contra los afroestado­unidenses que lograban alcanzar cierto éxito económico desmotivar­a la iniciativa. Por ejemplo, la economista Lisa Cook ha mostrado que la cifra de personas negras que registraba­n patentes, la cual se disparó durante varias décadas después de la Guerra de Secesión, se desplomó ante la creciente violencia blanca.

La represión violenta le dio impulso a la Gran Migración Afroameric­ana, el desplazami­ento de millones de afroestado­unidenses desde el sur del país hasta las ciudades del norte, que comenzó cinco años antes de la masacre de Tulsa y continuó hasta 1970, aproximada­mente.

Incluso en las ciudades del norte, a las personas negras a menudo se les negaban las oportunida­des de ascenso social. Por ejemplo, en 1944, los trabajador­es de tránsito blancos en Filadelfia hicieron una huelga, lo cual interrumpi­ó la producción para la guerra, como protesta por el ascenso de un puñado de trabajador­es negros.

Sin embargo, la discrimina­ción y la represión eran menos graves que en el sur. Y uno habría esperado que la horrenda saga de represión contra la raza negra al fin cesara luego de que la Ley de Derechos Civiles, promulgada un siglo después de la Proclamaci­ón de Emancipaci­ón, prohibió la discrimina­ción abierta.

Por desgracia, para muchos afroestado­unidenses, las ciudades del norte se convirtier­on en una trampa socioeconó­mica. Las oportunida­des que atrajeron a los migrantes desapareci­eron conforme los trabajos para obreros se desplazaba­n primero a los suburbios y luego al extranjero. Chicago, por ejemplo, perdió el 60 por ciento de sus empleos en la industria manufactur­era entre 1967 y 1987.

Entonces, cuando la pérdida de oportunida­des económicas derivó, como suele suceder, en la disfunción social, familias desintegra­das y desesperan­za, demasiadas personas blancas de inmediato culparon a las víctimas. El problema, según muchos de ellos, radicaba en la cultura negra o, como sugerían algunos, en la inferiorid­ad racial.

Este racismo implícito no se quedaba solo en palabras; alimentó una oposición a los programas de gobierno, incluido Obamacare, que pudieran ayudar a los afroestado­unidenses. Si se preguntan por qué la red de protección social en Estados Unidos es mucho más débil que la de otros países desarrolla­dos, la razón se reduce a una sola palabra: raza.

Por cierto, resulta extraño que no se escuchara a mucha gente dirigir reproches similares unas décadas después a las víctimas cuando en la zona agrícola del este del país las personas blancas experiment­aron su propia pérdida de oportunida­des y un aumento en la disfunción social, lo cual se manifestó en un mayor número de muertes por suicidio, alcohol y opioides.

Como dije antes, si bien la esclavitud es el pecado original de Estados Unidos, su horrendo legado fue perpetuado por otros pecados, algunos de los cuales continúan cometiéndo­se en nuestros días.

La buena noticia es que Estados Unidos tal vez esté cambiando. El intento de Donald Trump de usar el viejo manual racista le ha valido una caída en las encuestas. Su truco publicitar­io en Tulsa al parecer resultó contraprod­ucente. Seguimos mancillado­s por nuestro pecado original, pero quizá, finalmente, estemos en camino a la redención.

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