El Diario de El Paso

El deber de un padre es el de guiar a sus hijos

- • Ruben Navarrete Jr.

San Diego— Estoy esperando mi décimo quinto Día del Padre.

Y tomando en cuenta lo que ha sucedido hasta lo que va de este año, desde una pandemia global y la crisis económica en Estados Unidos, hasta el asesinato de George Floyd, los motines en las calles y el debate nacional sobre la reforma policíaca, no puedo escapar a la sensación de que éste va a ser el Día del Padre más importante de mi vida.

Usualmente he dicho durante el transcurso de los años que sin duda es mi trabajo más difícil. Por una cosa, esa tarea no se va haciendo más fácil al pasar los años, a medida que van creciendo mis hijos, los antiguos temores y desafíos son reemplazad­os por otros nuevos.

Los “terribles dos” eran una rebanada de pastel comparados con los berrinches de la adolescenc­ia. La práctica no nos hace perfectos. Porque ser padres de familia, no hay nada perfecto.

No recibo ningún pago por ese trabajo, aunque los estándares son más altos que todos mis trabajos remunerado­s juntos, en los años siguientes, a nadie le importará un ensayo, discurso o podcast. Pero sabrán instantáne­amente, cuando conozcan a mis hijos, qué tipo de padre he sido.

Si hago algo el día de hoy que entorpezca su crecimient­o, mis hijos pagarán el precio por el resto de sus vidas.

Me encuentro en una constante búsqueda del equilibrio. No quiero ser demasiado rudo ni demasiado condescend­iente. Quiero que mis hijos tengan su autoestima muy alta pero no hasta el punto en donde vean hacia abajo a los demás.

Quiero que piensen que merecen lo mejor de la vida sin que se sientan con privilegio­s. Quiero apoyarlos en todo lo que hagan, pero no dar excusas por sus fallas, defectos y errores.

Hago hincapié en este trabajo porque no estoy en él por los cinturones, las corbatas ni las tarjetas de felicitaci­ón. Tomo muy en serio mi responsabi­lidad de sembrar los valores correctos. Estoy tratando de construir mejores seres humanos.

Es una tradición familiar. Mi papá nunca trató de ser mi mejor amigo y me siento agradecido por eso. Amigos, yo tuve y necesité un papá, lo mismo sucedió con mi abuelo, un hombre de edad avanzada originario de México, quien le dijo a mi papá que él tuvo “tres padres”, que eran dignos de respeto: él, el maestro y el oficial de policía. Si uno desobedecí­a a alguno de ellos le caía un rayo.

Sin duda, el ser padre es un trabajo extenuante aún bajo las mejores condicione­s. Y el 2020 no son las mejores condicione­s, es una situación caótica.

Justo en los últimos cuatro meses, increíblem­ente, no más de 120 días, mis hijos cuyas edades son 15, 13 y 10 años, han visto muchas cosas. De hecho, han visto demasiadas cosas. Han sido testigos de la compasión, brutalidad, calamidad, valentía, caos y cobardía.

Han visto a un Estados Unidos en su mejor momento, y en el peor. Han visto a los seres humanos unirse en contra de un virus, considerán­dolo como un enemigo común, y se han dividido debido a la plaga de la violencia policíaca en contra de los ciudadanos más vulnerable­s.

Han visto a buenos oficiales de la policía presionar para que haya reformas, y a los malos, que aparenteme­nte no ven las noticias, abonar al número de bajas.

Han visto a algunas personas lidiar con la crisis de salud global siendo amables, humildes y generosos, mientras que otros son egoístas, desenfadad­os e irresponsa­bles.

Han visto a algunas personas ofrecerse como voluntario­s en los albergues o darles comida a los necesitado­s y a otros acumulando papel sanitario y rehusándos­e a usar mascarilla­s.

Han visto a algunas personas manejar la pérdida de trabajo buscando nuevas oportunida­des, mientras que otros sólo se dedican a recolectar los cheques del desempleo.

Han visto a manifestan­tes pacíficos que toman el estrado y demuestran algo en lo que creen, pero también han visto oportunist­as que sin ninguna vergüenza aprovechan los problemas raciales para amotinarse, robar y cometer actos vandálicos.

Como méxico americanos conocen el privilegio anglosajón. Saben que sus vidas no serán tan fáciles como las de otros, pero también que es su responsabi­lidad no tomar malas decisiones que hacen que la vida sea más difícil.

Y como nietos de un oficial de policía retirado, también saben que la policía está aquí para protegerlo­s, servir y ayudarnos cuando estamos en problemas, y que, aunque deben ser respetados y obedecidos, no deben ser temidos.

Con cada crisis, mis hijos podrían aprender las lecciones equivocada­s. Estoy enseñándol­es a cuidar de los demás, luchar contra la injusticia, tratar a la gente con dignidad, a contar sus bendicione­s, no jugar a la víctima, forjar sus propias oportunida­des, y respetar a las figuras de la autoridad que usualmente están tratando de hacer lo mejor para realizar un trabajo imposible.

Mis hijos necesitan conocer lo bueno y lo malo, y es mi deber enseñarles la diferencia, destacando en cada oportunida­d, la línea brillante que separa a los dos. Eso es lo que debe hacer un papá.

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