El deber de un padre es el de guiar a sus hijos
San Diego— Estoy esperando mi décimo quinto Día del Padre.
Y tomando en cuenta lo que ha sucedido hasta lo que va de este año, desde una pandemia global y la crisis económica en Estados Unidos, hasta el asesinato de George Floyd, los motines en las calles y el debate nacional sobre la reforma policíaca, no puedo escapar a la sensación de que éste va a ser el Día del Padre más importante de mi vida.
Usualmente he dicho durante el transcurso de los años que sin duda es mi trabajo más difícil. Por una cosa, esa tarea no se va haciendo más fácil al pasar los años, a medida que van creciendo mis hijos, los antiguos temores y desafíos son reemplazados por otros nuevos.
Los “terribles dos” eran una rebanada de pastel comparados con los berrinches de la adolescencia. La práctica no nos hace perfectos. Porque ser padres de familia, no hay nada perfecto.
No recibo ningún pago por ese trabajo, aunque los estándares son más altos que todos mis trabajos remunerados juntos, en los años siguientes, a nadie le importará un ensayo, discurso o podcast. Pero sabrán instantáneamente, cuando conozcan a mis hijos, qué tipo de padre he sido.
Si hago algo el día de hoy que entorpezca su crecimiento, mis hijos pagarán el precio por el resto de sus vidas.
Me encuentro en una constante búsqueda del equilibrio. No quiero ser demasiado rudo ni demasiado condescendiente. Quiero que mis hijos tengan su autoestima muy alta pero no hasta el punto en donde vean hacia abajo a los demás.
Quiero que piensen que merecen lo mejor de la vida sin que se sientan con privilegios. Quiero apoyarlos en todo lo que hagan, pero no dar excusas por sus fallas, defectos y errores.
Hago hincapié en este trabajo porque no estoy en él por los cinturones, las corbatas ni las tarjetas de felicitación. Tomo muy en serio mi responsabilidad de sembrar los valores correctos. Estoy tratando de construir mejores seres humanos.
Es una tradición familiar. Mi papá nunca trató de ser mi mejor amigo y me siento agradecido por eso. Amigos, yo tuve y necesité un papá, lo mismo sucedió con mi abuelo, un hombre de edad avanzada originario de México, quien le dijo a mi papá que él tuvo “tres padres”, que eran dignos de respeto: él, el maestro y el oficial de policía. Si uno desobedecía a alguno de ellos le caía un rayo.
Sin duda, el ser padre es un trabajo extenuante aún bajo las mejores condiciones. Y el 2020 no son las mejores condiciones, es una situación caótica.
Justo en los últimos cuatro meses, increíblemente, no más de 120 días, mis hijos cuyas edades son 15, 13 y 10 años, han visto muchas cosas. De hecho, han visto demasiadas cosas. Han sido testigos de la compasión, brutalidad, calamidad, valentía, caos y cobardía.
Han visto a un Estados Unidos en su mejor momento, y en el peor. Han visto a los seres humanos unirse en contra de un virus, considerándolo como un enemigo común, y se han dividido debido a la plaga de la violencia policíaca en contra de los ciudadanos más vulnerables.
Han visto a buenos oficiales de la policía presionar para que haya reformas, y a los malos, que aparentemente no ven las noticias, abonar al número de bajas.
Han visto a algunas personas lidiar con la crisis de salud global siendo amables, humildes y generosos, mientras que otros son egoístas, desenfadados e irresponsables.
Han visto a algunas personas ofrecerse como voluntarios en los albergues o darles comida a los necesitados y a otros acumulando papel sanitario y rehusándose a usar mascarillas.
Han visto a algunas personas manejar la pérdida de trabajo buscando nuevas oportunidades, mientras que otros sólo se dedican a recolectar los cheques del desempleo.
Han visto a manifestantes pacíficos que toman el estrado y demuestran algo en lo que creen, pero también han visto oportunistas que sin ninguna vergüenza aprovechan los problemas raciales para amotinarse, robar y cometer actos vandálicos.
Como méxico americanos conocen el privilegio anglosajón. Saben que sus vidas no serán tan fáciles como las de otros, pero también que es su responsabilidad no tomar malas decisiones que hacen que la vida sea más difícil.
Y como nietos de un oficial de policía retirado, también saben que la policía está aquí para protegerlos, servir y ayudarnos cuando estamos en problemas, y que, aunque deben ser respetados y obedecidos, no deben ser temidos.
Con cada crisis, mis hijos podrían aprender las lecciones equivocadas. Estoy enseñándoles a cuidar de los demás, luchar contra la injusticia, tratar a la gente con dignidad, a contar sus bendiciones, no jugar a la víctima, forjar sus propias oportunidades, y respetar a las figuras de la autoridad que usualmente están tratando de hacer lo mejor para realizar un trabajo imposible.
Mis hijos necesitan conocer lo bueno y lo malo, y es mi deber enseñarles la diferencia, destacando en cada oportunidad, la línea brillante que separa a los dos. Eso es lo que debe hacer un papá.