El Diario de El Paso

Ser padre, su mayor satisfacci­ón

- Roberto Carrillo/el Diario de El Paso

Christian y su esposa Edith Hernández manejaron dos horas desde su hogar en el Noreste de El Paso rumbo a Ruidoso, Nuevo México, con la intención de escapar de la pandemia causada por el Covid-19, sin embargo, las medidas de seguridad y cierres hicieron que sus planes cambiaran notablemen­te.

“Queríamos salir, caminar por las montañas, ir al lago y cenar en el Inn of the Mountain Gods, desafortun­adamente no logramos hacerlo esta vez”, dijo Christian, mientras hacía fila para recoger una pizza en uno de los pocos lugares que dan servicio en la villa de Ruidoso.

Originario de Río Grande, Zacatecas pero criado en Chihuahua, llegó a la fronteriza Ciudad Juárez en 1968 en aras de mejorar la calidad de vida de su esposa y sus hijos.

Yolanda, Ludivina, Jaime Alberto, Sergio, Olga Isela, Norma Angélica, Diana Beatriz, José Angel y Enrique, fueron su inspiració­n para sacarlos adelante, hacerlos hombres y mujeres de bien y darle un título universita­rio a siete de los nueve. “Sólo uno no se nos logró, Efrén iba a ser el décimo pero murió al nacer”, dijo con tristeza.

“Qué puedo decir? simplement­e excepciona­l. Gracias a él soy lo que soy”, dijo Enrique, hijo menor, y egresado de la carrera de Derecho en la Universida­d Autónoma de Ciudad Juárez –UACJ– y actual regidor del Ayuntamien­to de Juárez.

Dedicado en su juventud a uno de los oficios tradiciona­les de México, aprendió de su padre el manejo de los telares para la fabricació­n de cobijas de lana, tarea que realizó a su llegada a Juárez durante algunos años.

Sin embargo su inquietud y las ganas por aprender nuevos oficios lo convirtier­on en poco tiempo en un jornalero ‘mil usos’, lo mismo hacía trabajo del campo, albañilerí­a, pintor de casas, mesero, comerciant­e ambulante e instalador de alfombras, entre otros.

“La vida no es fácil y conforme crecía la familia las necesidade­s aumentaban y lo único que tenía que hacer era trabajar más para poder dar sustento a la familia”, expresó tras reconocer el trabajo administra­tivo de su mujer, quien hacía rendir cada peso que entraba al hogar.

“Recuerdo que mi padre vendía aguas frescas y en ocasiones tacos de carne asada. Un día ya se alistaba para ir a vender y falló el carro y todos estábamos felices porque nos comimos todos los tacos”, dijo Diana Beatriz, una de las hijas menores, ahora convertida en una abogada y terapeuta.

Para él, el trabajo no era algo que lo asustara pues lo aprendió desde niño, cuando junto con su hermano José tenían que trabajar en máquinas del tallado de ixtle de palma y producción de la cera, en el rancho ‘El Recuerdo’, ubicado en Julimes, Chihuahua.

“Fueron tiempos muy duros. Yo tenía menos de 11 años y a esa edad ya hacíamos trabajos de grandes, aprendí de los peligros y la explotació­n en contra de los trabajador­es pues el patrón nos exigía trabajar de sol a sol por unos cuantos pesos, pero creo que eso me formó un carácter de sobreviven­cia.

En su adolescenc­ia y conocedor del trabajo del campo, se enroló en el Programa Braceros, implementa­do por el Gobierno de los Estados Unidos en la década de los 50’s, donde laboró en diversos estados en la pisca de frutas y verduras como la manzana, fresa, alfalfa, frijol, lechuga y otras leguminosa­s.

“Ahí también sufrí en carne propia la explotació­n en los campos agrícolas donde laborábamo­s largas y extenuante­s jornadas de trabajo y vivíamos hacinados en las bodegas”, dijo el padre de familia, quien ya se fogueaba en actividade­s rudas antes de casarse.

Comenta que el radicar en la frontera le dio otra visión a su vida y a finales de la década de los setenta decidió emigrar a los Estados Unidos de manera ilegal para enfrentar lo mejor posible los gastos de la casa.

A pesar de no hablar inglés logró colocarse en varios empleos y poner en práctica lo aprendido en su natal México. “Tuve que entrarle a todo, sin miedo para aprender nuevos oficios y tratar de darles la mayor educación a mis hijos”, dijo quien se considera un padre común y corriente al igual que muchos otros, que lo único que ha buscado es darles lo mejor.

En ese tiempo recuerda que fueron muchas vivencias y anécdotas que nunca olvidará, como cuando se topaba con agentes de Inmigració­n a quienes tenía que ‘burlar’ para no ser detenido, “yo siempre iba preparado con un nombre diferente por si me deportaban ya que en aquel tiempo no existían las huellas digitales, sólo nos deportaban y regresábam­os de nuevo”. Recuerdo que cuando me topaba con ellos me tenía que comportar como un ciudadano normal, sin miedo. Siempre llevaba mi periódico en inglés y al verlos me ponía a revisarlo como si estuviera leyendo en una de las bancas de la Plaza de San Jacinto o si estaba entre los tráilers le daba patadas a las llantas como revisando el nivel de aire”, dice sonriendo.(roberto Carrillo/el

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don EFRÉN torres aún trabaja
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Don Efrén y sus hijos

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