Debería escuchar a Fauci…
Washington— El que la Casa Blanca de Trump esté tratando al experto de alto rango en enfermedades contagiosas del país como una especie de contrincante político dice mucho acerca de la razón por la que a Estados Unidos le está yendo peor que a muchos países en la lucha para contener al nuevo coronavirus.
Estuvo muy mal que Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Enfermedades Alergénicas y Contagiosas, haya sido “dejado a un lado”, de acuerdo a un reporte que apareció el fin de semana en The Washington Post.
Lo que eso significa es que el presidente Donald Trump, quien se ha rehusado a ser guiado por el conocimiento científico evolutivo para lidiar con este nuevo patógeno, ya no quiere escuchar acerca de esto.
Pero ahora, Trump y sus seguidores están yendo más allá. También están tratando de destruir la reputación de Fauci.
No hay duda de que hay cierta envidia allí. Un sondeo que fue llevado a cabo por The New York Times y Siena College el mes pasado, encontró que el 67 por ciento de los estadounidenses confían en Fauci como una fuente de información precisa acerca del virus.
Sólo el 26 por ciento se siente de esa manera acerca de un presidente que sigue dándose palmadas en la espalda por haber hecho un buen trabajo mientras el número de muertes en Estados Unidos supera los 131 mil y la cifra de nuevos casos ha llegado a niveles récord.
Así que, los asesores de la Casa Blanca han empezado a circular rumores para restarle autoridad a Fauci, documentando cuántas veces ha dicho cosas que han sido erróneas.
Algunas de las citas provienen del mes de enero, antes de que el impacto del Covid-19 empezara a sentirse en Estados Unidos. Y como lo hizo notar Aaron Blake de The Washington Post, muchas de las declaraciones de Fauci fueron para restarle importancia al peligro, que es algo que Trump hace prácticamente cada hora.
Lo que es diferente es que Fauci, contrario a lo que hace Trump, está dispuesto a reconocer y admitir sus errores. Él tiene experiencia para saber cómo funciona esto cuando se trata de encontrar la manera de lidiar con una nueva amenaza de salud pública.
Por ejemplo, ése fue el caso con la epidemia del SIDA. Cuando aparecieron las primeras instancias de la catastrófica falla inmunológica en 1981, Fauci, quien en ese tiempo encabezaba el laboratorio de inmunoregulación de los Institutos Nacionales de Salud, se quedó intrigado, aunque reconoció en una entrevista que me concedió en el 2018 la naturaleza de la enfermedad y quién podría ser vulnerable a ese “confuso” inicio.
“Al principio pensamos que eran los hombres homosexuales, y luego que era la inyección de los usuarios de drogas, y luego los haitianos, lo cual era un error”, dijo. Otros grupos, incluyendo personas que recibieron trasfusiones de sangre, empezaron a enfermarse.
“Pasé una cantidad considerable de tiempo en los siguientes años tratando de investigar, lo cual logramos. Aunque los pacientes seguían enfermos. Realmente pasamos mucho tiempo con los pacientes. Así que, estuvimos muy conscientes del sufrimiento de ese grupo de personas”, dijo.
“Ellos no tenían idea cómo se infectaron. Sólo hicieron lo que estaban acostumbrados a hacer en su vida”.
Eventualmente, la ciencia encontró la causa, aunque logró tratamientos efectivos tomó muchos años más, y no se logró antes porque los políticos siguieron interfiriendo.
Los conservadores sociales argumentaban que el SIDA era el resultado de una crisis moral y no de salud. Los activistas lucharon para que se incrementara el gasto federal en la investigación.
También tuvieron que echar abajo la propuesta de programas para hacer pruebas masivas que podrían haber afectado a las comunidades más vulnerables, quienes ya estaban marginadas por la sociedad, debido al estigma subterráneo y aumentado de la enfermedad.
Por supuesto, Fauci debe estar viendo esas similitudes en este momento, aun cuando las medidas básicas como usar una mascarilla en público se ha convertido en algo significativo políticamente.
La declaración que hizo en 1980 la Organización Mundial de la Salud de que la viruela había sido erradicada, por ejemplo, marcó uno de los éxitos más espectaculares de la salud pública en la historia.
Aunque el éxito final se hizo posible sólo después que una investigación realizada en los años 1960, demostró que la enfermedad no podía ser derrotada sólo a través de una vacunación masiva, la vacuna tenía que estar respaldada por la vigilancia y el rastreo de contactos.
En otras palabras, acabar con la viruela fue una guerra que tuvo que lucharse en varios frentes, y contando con la solidaridad de los científicos internacionales. Otra lección que aplica actualmente.
Trump, quien es alérgico a admitir sus errores, al parecer decidió que ya no desea escuchar la asesoría experta de Fauci, aunque de hecho nunca lo ha hecho realmente.
Pero el resto de nosotros, deberíamos aprender y adaptarnos a lo que hace Fauci. Eso podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.