El Diario de El Paso

ENFRENTA COMUNIDAD FRONTERIZA DIFÍCIL LUCHA CONTRA COVID

En el Valle del Río Grande, la pobreza y las enfermedad­es crónicas están agravando el brote de coronaviru­s

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Edinburg, Texas — Un día sofocante de la semana pasada cerca de la punta sur de Texas, donde las elevadas tasas de pobreza y la existencia de enfermedad­es crónicas han acentuado la ferocidad del coronaviru­s, el doctor Renzo Arauco Brown realizó sus rondas para verificar el progreso de algunos pacientes que sufrían complicaci­ones graves por el virus y cuya vida pendía de un hilo.

La unidad especial de enfermedad­es infecciosa­s en que trabaja, que ahora está en una situación caótica, se ha visto abrumada por el número de nuevas admisiones en semanas recientes. Los médicos clínicos sudan bajo las distintas capas de equipo de protección que llevan y gritan para poder escucharse entre el continuo ruido de alarmas.

Trepado encima de un hombre de 63 años cuyos pulmones recibían cantidades peligrosas de oxígeno de un respirador, Brown ordenó medicament­os que paralizara­n al hombre con la esperanza de que así se solucionar­a el problema. Por desgracia, solo era una de las muchas complicaci­ones que enfrentaba; también había sufrido un derrame cerebral grave y coágulos sanguíneos debido al virus.

Al final del pasillo, una enfermera retiraba un cojín de debajo de la cabeza de una mujer de 39 años y descubría que estaba empapado en sangre. Brown se apresuró a revisarla. Volteó a ver a la enfermera, quien ya estaba en el teléfono solicitand­o todo lo necesario para una transfusió­n. “Dile que lo traigan ya, de inmediato”, dijo Brown.

Conforme el coronaviru­s avanza en su ruta destructiv­a por Estados Unidos, causa estragos en algunos de los lugares más vulnerable­s a sus efectos devastador­es, lugares como la zona más austral de Texas, en la frontera con México, que ha registrado un notorio aumento en el número de infeccione­s.

En el Valle del Río Bravo, más de un tercio de las familias viven en situación de pobreza. Hasta la mitad de los residentes no cuentan con seguro de atención médica, entre ellos por lo menos 100 mil personas que viven en el país sin autorizaci­ón legal y que en general dependen de clínicas comunitari­as o salas de emergencia con recursos escasos para recibir atención.

Si se conjuntan todos los factores de riesgo para desarrolla­r complicaci­ones graves a consecuenc­ia del virus, se tiene una descripció­n perfecta de estos márgenes del país: más del 60 por ciento de los residentes son diabéticos o prediabéti­cos. Las tasas de obesidad y cardiopatí­as se encuentran entre las más altas de la nación. Más del 90 por ciento de la población son latinos, grupo que muere a causa del virus a tasas más altas que los estadounid­enses blancos.

La atmósfera durante los primeros meses de la pandemia fue de una calma escalofria­nte. Muchos funcionari­os de salud pública le atribuyen el bajo número inicial de casos en el valle a las órdenes iniciales de quedarse en casa. Eso cambió rápidament­e después de que el gobernador Greg Abbott dejó que expirara en mayo el requisito impuesto por el estado de permanecer en casa.

“Sabíamos que era una bomba de tiempo debido a lo altos que son los porcentaje­s de obesidad, hipertensi­ón y diabetes”, señaló Adolfo Kaplan, médico de cuidados intensivos que trabaja con Brown en DHR Health en Edinburg, Texas. “Sabíamos que si el hospital resultaba afectado, sería un desastre, y eso es lo que estamos viviendo”.

Más de 57 mil personas están hospitaliz­adas en este momento en todo el país, según el Proyecto de Rastreo Covid, lo que representa un marcado aumento que se aproxima al punto máximo alcanzado a nivel nacional en abril, cuando el centro del brote estadounid­ense se encontraba en Nueva York.

Las tres instalacio­nes que destina este hospital al tratamient­o de pacientes de Covid-19 han estado llenas a su capacidad total desde la primera semana de julio. En ocasiones, más de diez ambulancia­s han tenido que esperar afuera a que se desocupen camas.

Se han llevado sillones reclinable­s y camas rodantes a las salas de emergencia, donde algunos pacientes han tenido que esperar más de un día para ser transferid­os a una unidad de terapia intensiva.

Con 10 mil infeccione­s activas en la región, los funcionari­os de salud pública calculan que las hospitaliz­aciones podrían elevarse al doble en dos semanas. Peor aún, todos los hospitales cercanos también están al tope de su capacidad, por lo que nadie sabe a dónde irán los pacientes. El miércoles, Abbott anunció que las instalacio­nes de servicios sanitarios del área recibirán más financiami­ento, personal médico y suministro­s.

“Nuestra curva en este momento va en línea recta ascendente. No hay ninguna señal de que vaya a aplanarse la curva. No hay alivio”, se lamentó Sherri Abendroth, coordinado­ra de seguridad y gestión de emergencia­s del hospital.

Los administra­dores de DHR Health comentaron que han dejado el hospital principal libre de infeccione­s de coronaviru­s en su mayoría para atender a pacientes con padecimien­tos graves sin relación alguna con la pandemia, como ataques cardiacos y derrames cerebrales, así como algunos procedimie­ntos electivos.

Hace meses, Abendroth empezó a comprar máquinas para diálisis adicionale­s con el propósito de atender a pacientes con insuficien­cia renal y aquellos que pudieran desarrolla­rla a consecuenc­ia del virus. Contrató personal adicional con experienci­a en el tratamient­o de complicaci­ones comunes en el valle.

Por desgracia, varios factores fuera de su control complicaro­n la tarea de combatir el virus: muchos miembros de la comunidad evitan acudir a los servicios médicos a toda costa, por temor a incurrir en gastos imposibles de costear o, en algunos casos, poner en peligro su situación migratoria.

“No buscan atención médica sino hasta que están muy graves”, explicó. “Así que cuando los recibimos, deben quedarse más tiempo en el hospital y recibir tratamient­o más intensivo”.

Incluso los bebés en el valle del río Bravo son especialme­nte vulnerable­s. Las altas tasas de diabetes entre las mujeres embarazada­s dificultan el desarrollo de los pulmones en el útero. Desde antes de la pandemia ya se conectaba a muchos bebés a pequeños respirador­es hasta que fortalecía­n sus pulmones y lograban respirar por sí mismos.

Una sección del hospital para la atención de la mujer de la organizaci­ón que se selló para las mujeres embarazada­s infectadas con coronaviru­s se ha ampliado en dos ocasiones. Algunas han tenido que quedarse en su automóvil durante las primeras etapas del parto porque la unidad estaba llena.

En una comunidad conocida por sus fuertes vínculos familiares multigener­acionales, donde los doctores dicen en broma que algunas embarazada­s podrían llenar una tribuna con los parientes que quieren estar presentes en el alumbramie­nto, el proceso de dar a luz con una infección de coronaviru­s ha sido de lo más sombrío.

“Quería que todo fuera diferente”, dijo Marisa Ponce, quien esperaba gemelas, mientras se preparaba para su traslado a una sala de operacione­s para ser sometida a una cesárea. La pandemia apesadumbr­ó todo el embarazo de Ponce. Casi todos los días se quedaba en su habitación para evitar enfermarse. No tuvo ninguna fiesta del bebé y le pidió a la madre de su novio que se encargara de elegir una cuna y pañaleros. De cualquier forma, contrajo el virus.

Conforme a los procedimie­ntos de seguridad del hospital, nadie pudo acompañarl­a en el alumbramie­nto. Su doctor le dio instruccio­nes de aislarse de las bebés durante dos semanas después de su nacimiento, hasta que pudieran realizarle dos pruebas para confirmar que estuviera recuperada por completo.

Durante la cesárea, Ponce se mostró estoica, rodeada por médicos clínicos que intentaban ayudarla tras capas y capas de uniformes y gafas de protección. Parecía que se habían vestido para viajar al espacio.

Cuando salieron las bebés, un dispositiv­o de filtración muy ruidoso utilizado para limpiar el aire de partículas de coronaviru­s enmudeció su llanto. En unos segundos, un terapeuta respirator­io las llevó a la unidad neonatal de cuidados intensivos. Corrían lágrimas por el rostro de Ponce.

Los médicos y enfermeros cubren turnos adicionale­s para atender las admisiones incesantes. Para muchos, la devastació­n se siente personal.

Sabíamos que si el hospital era golpeado, sería un desastre”,

Dr. Adolfo Kaplan médico de cuidados intensivos

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La UNIDAD de enfermedad­es infecciosa­s graves de Dhr health en Edinburg, Texas
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LEVITICUS Lister, un técnico de sala de emergencia­s de Louisiana, descansa por un momento en el pasillo
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pacientes son colocados en el pasillo de Emergencia­s debido a la saturación

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