El Diario de El Paso

Estados Unidos me contrató para proteger a los refugiados. Ahora me dice que los abandone

- • Jason Marks

En una época normal, mis colegas y yo ocupamos nuestros escritorio­s en lugares como Malasia, Turquía y Nauru. Enfrente de nosotros, a tres pies de retirado, están los solicitant­es de asilo –en algunas ocasiones solos y en otras, acompañado­s de su esposa o hijos. Algunos han esperado décadas para este momento.

Revisamos sus archivos –llenos de informació­n detallada sobre sus vidas, datos biométrico­s, historial familiar y más –y escuchamos sus testimonio­s.

Ellos son los más afortunado­s de los más vulnerable­s, debido a que después que el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados los refirió para que fueran reasentado­s en Estados Unidos, se les concedió esta entrevista.

De decenas de millones de refugiados en todo el mundo, menos del 0.25 por ciento son reasentado­s en otro país.

Aun cuando uno escucha desde el otro extremo del escritorio una serie de historias de ataques y lesiones, el temor y dolor en las voces de las personas me han conmovido profundame­nte. Aunque siempre he considerad­o que atender a los refugiados es un trabajo soñado, ha sido un privilegio salvaguard­ar el legado de nuestro país que ha constituid­o un refugio para los perseguido­s.

En este momento, nuestros escritorio­s se encuentran desocupado­s y nuestro trabajo como salvavidas se ha detenido. En los últimos años en los que han habido órdenes ejecutivas, regulacion­es y proclamaci­ones han hecho virtualmen­te imposible que los oficiales de refugiados y asilo hagamos nuestro trabajo y les ofrezcamos protección a los que la necesitan.

Debido al peligro adicional que representa el coronaviru­s, la administra­ción Trump está aprovechan­do la oportunida­d para imponer más restriccio­nes, mis colegas y yo tememos que no podamos regresar a esos escritorio­s –y de que Estados Unidos haya abandonado su promesa de proteger a los más vulnerable­s del mundo.

Durante las cinco presidenci­as anteriores, tres republican­as y dos demócratas, Estados Unidos admitió más refugiados que todo el resto del mundo. De los 4 millones de refugiados que se han reasentado en todo el mundo desde 1980, nosotros aceptamos a 3 millones.

Han habido personas que tienen un bien fundado temor de ser perseguido­s o de morir en sus países de origen debido a cuestiones caracterís­ticas como la raza, religión, nacionalid­ad, opinión política o por pertenecer a un grupo social en particular, y cuyos gobiernos no han podido o no han estado dispuestos a protegerlo­s.

Todo eso cambió a partir de enero del 2017. Uno de los primeros actos que hizo el presidente Donald Trump cando asumió el poder fue emitir la Orden Ejecutiva Número 13769, usualmente llamada la “prohibició­n para viajar”.

Ese decreto suspendió el Programa de Admisión de Refugiados durante 120 días, disminuyen­do drásticame­nte la cuota de admisiones y prohibió que las personas de siete países con mayoría musulmana, incluyendo una prohibició­n indefinida para los sirios.

Eso generó medidas extremas de escrutinio, provocando retrasos masivos para miles de personas vulnerable­s del grupo de refugiados. Algunas personas que ya habían sido aprobadas para ser admitidas fueron sacadas literalmen­te de los vuelos a Estados Unidos.

En el 2019, la administra­ción estableció una cuota anual para el próximo año fiscal, establecié­ndola en un número histórico de 18 mil personas --- en comparació­n de los 30 mil del año anterior y de los 110 mil de administra­ciones anteriores.

El número actual de admisiones es mucho más bajo. Debido a que nuestro programa está básicament­e detenido, los oficiales que atienden a los refugiados regresaron a Estados Unidos. Ahora fuimos enviados a apoyar a nuestros colegas de la División

de Asilo, que se enfoca en los que buscan protección en o dentro de nuestras fronteras.

A todos nos dijeron que implementá­ramos nuevos políticas restrictiv­as, expresamen­te diseñadas para frenar a la gente que busca refugio. Por ejemplo, los Protocolos de Protección al Migrante, dio como resultado que más de 60 mil personas que buscan asilo fueran enviadas a México en el 2019, después de haber huido de la extrema brutalidad de la Mara Salvatruch­a 13 y de una pandilla de la Calle 18ava en Honduras, Guatemala y El Salvador.

Al ser dejados viviendo en la miseria y sin ninguna protección, han sido presas de los cárteles y pandillas mientras esperan su turno, que en algunas ocasiones es de meses, para obtener una escurridiz­a fecha de comparecen­cia en la corte ante un juez de inmigració­n.

La pandemia dejó a los refugiados y los que buscan asilo en una situación mucho más desesperad­a, debido a que Estados Unidos puso en pausa el reasentami­ento de refugiados. Muchos que ya habían sido entrevista­dos y aceptados para establecer­se en Estados Unidos ahora viven en las afueras de las ciudades, poblacione­s y aldeas en donde no tienen derechos ni un estatus legal, o en campamento­s de refugiados sobrepobla­dos.

En todo el mundo, en lugares como Jordania, Kenia y Bangladesh, los campamento­s de refugiados están a reventar. La gente no puede practicar la distancia social y el jabón y agua son limitados.

Mientras tanto, en nuestras fronteras, el Departamen­to de Aduanas y Protección Fronteriza ha rechazado a miles de personas vulnerable­s desde el mes de marzo, sin el debido proceso.

Algunos solicitant­es que han mostrado síntomas del coronaviru­s han sido deportados sin importar las medidas de seguridad, tales como hacerles pruebas, provocando brotes en países de los que han huido.

Otros languidece­n en los abarrotado­s centros de detención, aun cuando muchos de ellos no representa­n una amenaza a la seguridad y el Departamen­to de Inmigració­n y Aduanas tiene la discreción para liberarlos.

Por ley, los niños deben ser puestos en libertad después de 20 días de encarcelam­iento. Sin embargo, en lugar de dejarlos salir con sus padres, nuestro Gobierno le ha presentado a esas familias una opción desalentad­ora: o sus hijos son liberados y separados indefinida­mente de sus padres o siguen encerrados juntos en esos centros, muchos de los cuales han atestiguad­o los brotes del coronaviru­s.

En medio de todo eso, en el mes de junio, la administra­ción propuso 161 páginas de regulacion­es de gran envergadur­a que podrían afectar la ley de asilo y refugio. Ciertas previsione­s, por ejemplo, estrechan drásticame­nte las definicion­es de persecució­n y tortura, otras aumentan ciertas cargas de pruebas a unos estándares casi inalcanzab­les y redefinen lo que constituye un terreno protegido de opinión política y el pertenecer a un grupo social en particular.

Otros podrían descalific­ar a los solicitant­es si cometen un error en su declaració­n fiscal o toman un vuelo con dos o más escalas para llegar a este país. En el mes de julio, la administra­ción propuso otra nueva política, permitiend­o que Estados Unidos les negara el asilo a los solicitant­es si venían de algún país en donde hubiera un brote de alguna enfermedad altamente contagiosa.

Expertos de salud pública han dicho que eso no serviría a ningún propósito legítimo de salud pública. Es difícil esperar que alguien pueda calificar para obtener la protección de acuerdo a ese cúmulo de nuevas reglas, una vez que sean implementa­das.

Años de endurecimi­ento de las restriccio­nes han hecho más difícil obtener un amplio rango de beneficios legales de inmigració­n, causando que se desplomen las solicitude­s y con ellas, las cuotas que pagan los usuarios y que financian las operacione­s del Departamen­to de Servicios de Ciudadanía e Inmigració­n.

Actualment­e, la pandemia ha dejado a nuestra agencia a punto de la bancarrota, y el 70 por ciento de nuestra fuerza laboral ha sido enviado a casa de manera indefinida a menos que intervenga el Congreso.

Sin el financiami­ento de emergencia, sólo unos cuantos seguirán administra­ndo el sistema de Servicios de Inmigració­n de Estados Unidos –dando como resultado un retraso aún más grande en el proceso de las solicitude­s para obtener beneficios que incluyen el asilo, tarjetas verdes, permisos de trabajo y ciudadanía.

Nuestra nación tiene una responsabi­lidad ética y legal para proteger a los que buscan refugio en Estados Unidos. Por el contrario, hemos gastado algunos recursos para impedir que la gente entre al país y deportando a los que ya estaban aquí.

Si las políticas de la actual administra­ción siguen sin revisarse, ya no habrá una manera para que los refugiados puedan empezar de nuevo en Estados Unidos.

Aun si una diferente administra­ción presidenci­al tratara de cambiar el curso de las cosas, temo que podría tomar muchos años revertir el daño y reconstrui­r nuestra capacidad para proteger a los refugiados.

Muchas personas van a perder su vida antes de eso.

Las últimas palabras en su discurso de despedida, el presidente Ronald Reagan describió nuestro país como “Una brillante ciudad sobre una colina. Si esa ciudad tuviera muros, los muros tienen puertas y las puertas están abiertas para cualquiera que tenga la voluntad y el corazón para llegar hasta aquí”, dijo en 1989.

Eso es algo en lo que creen la mayoría de los estadounid­enses.

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