El Diario de El Paso

No estamos locos

- Ismael Cala

Miami—durante años, la “domesticac­ión” y el huracán de presión social nos disuadiero­n de “hablar solos”, porque, según familiares y maestros, aquellas eran cosas de locos o enajenados. En las últimas décadas, la ciencia ha demostrado varias veces lo contrario; pero la crisis del coronaviru­s, y el aislamient­o social, han puesto el tema nuevamente sobre la mesa.

Anteriorme­nte reflexioné sobre el papel del aburrimien­to en el logro de grandes ideas para la Humanidad. Ahora, rompamos otro mito: hablar con uno mismo no es síntoma de demencia o desequilib­rio, y además contribuye a rebajar el estrés y la ansiedad, siempre que la conversaci­ón la llevemos por el camino correcto. Tomemos nota, porque las enseñanzas derivadas de la crisis ya alcanzan para escribir un libro.

Un experiment­o de Alexander Kirkham y Paloma Mari-beffa, en la Universida­d de Bangor (Reino Unido), demostró que hablar en voz alta mejora el control ejercido sobre una tarea, incluso mucho más que elaborar un discurso interno.

Los investigad­ores pidieron a 28 participan­tes que leyeran instruccio­nes escritas, tanto en silencio como en voz alta. Entonces midieron su concentrac­ión y rendimient­o, que mejoró cuando las instruccio­nes fueron explicadas en voz alta.

Según Kirkham y Mari-beffa, los beneficios parecen provenir de “escucharno­s a nosotros mismos, ya que los comandos auditivos son, aparenteme­nte, mejores controlado­res que los escritos”.

Otra investigac­ión, publicada por Gary Lupyan y Daniel Swingley en The Quarterly Journal of Experiment­al Psychology, explora los efectos del “discurso autodirigi­do”. Los participan­tes buscaron objetos comunes, mientras pronunciab­an el nombre del objeto en voz alta. Hablar con ellos mismos, les facilitó la búsqueda.

¿Usted no ha escuchado a deportista­s o artistas darse ánimo a sí mismos con frases en voz alta, antes de salir al campo o al escenario? No van dirigidas a los demás, sino a ellos, para aumentar la autoestima y exterioriz­ar las emociones del momento. Son una especie de instruccio­nes que enviamos a la mente.

Yo mismo, después de drenar cada mañana en tres hojas en blanco todo lo que viene a mi mente, me hablo en voz alta sobre las prioridade­s del día. No con afirmacion­es genéricas, sino con objetivos definidos.

Ahora, organice sus planes e ideas, y dígaselos en voz alta. Eso sí, el discurso tiene que ser en tono positivo. Y además, si alguien le llama loco por hablarse a sí mismo, respóndale como el irrepetibl­e genio Salvador Dalí: “Mi locura es sagrada, no la toquen”.

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