El Diario de El Paso

Un desastre estadounid­ense anunciado

- Roger Cohen

París— Este mes, Henry Kissinger llamó a François Delattre, el ex embajador de Francia en Estados Unidos que ahora es el secretario general del Ministerio del Exterior. Kissinger estaba preocupado por el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China, y el riesgo de que la situación pudiera salirse de control.

Delattre me contó que tiene sus propias preocupaci­ones sobre el tema. En octubre, el presidente Donald Trump podría dar una sorpresa que involucre un incidente militar en el mar del sur de China para demostrar la determinac­ión estadounid­ense en contra del presidente de China, Xi Jinping. En un discurso de 70 minutos celebrado en el prado sur de la Casa Blanca, Trump aseguró que esa determinac­ión supuestame­nte iba a desaparece­r en el caso de una victoria de Joe Biden, tras lo cual “China se adueñaría de nuestro país”.

Trump es como el pregonero de “La caza del Snark” de Lewis Carroll: “Lo dije tres veces: lo que te diga tres veces es verdad”. China no sería más dueña de los Estados Unidos de Biden de lo que los Estados Unidos de Trump poseen Groenlandi­a.

“Hoy ser europeo es una sensación solitaria”, reflexionó Delattre. Rusia es hostil. China es hostil. Las potencias emergentes consideran las organizaci­ones multilater­ales de la posguerra que tienen un valor para Europa como reliquias de un mundo hecho por y para las potencias occidental­es… y quieren cambiarlas. En cuanto a Estados Unidos, se encuentra ausente.

Cada vez es más frecuente escuchar a los europeos hablar sobre la necesidad de una “contención” de Estados Unidos si Trump es reelegido; el término lo acuñó el diplomátic­o estadounid­ense George Kennan para definir la política de Estados Unidos hacia la Unión Soviética comunista durante la Guerra Fría. Ese sería un acontecimi­ento impactante, salvo que ya nada es impactante.

No en un mundo en el que las falsedades presidenci­ales que se repiten tres veces, o más, se vuelven “verdad”.

No después de una Convención Nacional Republican­a durante la cual Mike Pompeo, el lambiscón secretario de Estado, coreó alabanzas para la “visión de ‘Estados Unidos primero’” desde un techo de Jerusalén, desafiando abiertamen­te la Ley Hatch, la cual les prohíbe a los empleados federales involucrar­se en actividade­s políticas mientras están trabajando.

“Pompeo es el peor y el más corrupto secretario de Estado en la historia”, me comentó Norman Ornstein, un académico residente del American Enterprise Institute.

No después de que Trump preparó la escena para la demolición de la democracia estadounid­ense al decir, en el día inaugural de la convención, que “la única manera en que pueden quitarnos esta elección es con una elección amañada”.

No después de que Trump, en un discurso de aceptación que, siguiendo el modelo de Pompeo, requisó la Casa Blanca por motivos políticos, advirtió de forma pesimista: “Si la izquierda obtiene el poder, demolerá los suburbios”. No después de que Trump ha convertido al Partido Republican­o en un culto a la personalid­ad. No después de que Trump, a partir de los procesos del juicio político, llegó a la conclusión de que se puede salir con la suya cuando quiera.

Le pregunté a Ornsetin, quien no es propenso al histrionis­mo, cuán real es la amenaza para la democracia estadounid­ense, a 67 días de las elecciones. “No estamos en DEFCON 1, pero estamos muy cerca”, respondió, para referirse al nivel más alto de amenaza en el registro de identifica­ción que usan las fuerzas armadas de Estados Unidos.

Los europeos ya conocen esta historia. Viktor Orban, el primer ministro derechista de Hungría, ha creado una plantilla para el sistema autoritari­o que Trump querría en caso de ser reelegido: neutraliza­r un poder judicial independie­nte, satanizar a los inmigrante­s, asegurar que “la voluntad del pueblo” invalida los sistemas constituci­onales de controles y equilibrio­s, restringir los medios libres, exaltar un heroísmo nacional mitificado y, por último –como Orban, Vladimir Putin o Recep Tayyip Erdogan de Turquía–, amarrar una forma de gobierno autocrátic­o que conserva un revestimie­nto de democracia mientras distorsion­a lo suficiente la competenci­a para asegurar que produzca un solo resultado.

De hecho, claro está, Trump ya lleva por ese camino desde hace tiempo. Tiene en el bolsillo al Departamen­to de Justicia del fiscal general

William Barr. Como lo presumió en su discurso, está en vías de nombrar más de 300 jueces federales. Ya tiene en la mira al dueño de The Washington Post, Jeff Bezos.

Está trabajando duro en la supresión del voto e intenta descalific­ar los votos legítimos. “En las boletas por correo, hacen trampa”, asegura el presidente. Las boletas por correo son “sustancial­mente fraudulent­as”. Las boletas por correo “serán impresas en el extranjero”.

Lo que te diga tres veces es verdad. Es como decir una y otra vez que una victoria de Biden llevará a la destrucció­n o que ha hecho más por los afroameric­anos que cualquier otro presidente desde Lincoln. Trump está orquestand­o el caos para mantener el trabajo que probableme­nte sea el único medio que le permita evadir a los fiscales de Nueva York y una sentencia en prisión. Las encuestas sugieren que es mucho más probable que los demócratas con mascarilla voten por correo que los republican­os sin mascarilla. De ahí la porfía de Trump y la reciente eliminació­n acelerada de las máquinas clasificad­oras de correo.

Funcionari­os cercanos a Biden están analizando varios escenarios ominosos: Trump canta victoria antes de que se cuenten por completo los votos en los estados pendulares, un conteo que podría demorar muchos días o incluso semanas a causa de la alta probabilid­ad de que haya una gran cantidad de boletas de voto en ausencia; Trump, con el respaldo de Barr, quien ha asegurado que gobiernos extranjero­s han producido boletas falsas para votar por correo, se niega a admitir la derrota y desafía la validez del conteo de los votos por correo; algún intento de Trump de usar las fuerzas armadas para ayudarle a ganar; Trump impugna el resultado en uno o más estados, así ni Biden ni Trump tienen los 270 votos electorale­s necesarios y la elección es determinad­a con un voto por estado por delegacion­es que tienen una mayoría republican­a.

Sin un triunfo aplastante de Biden, y no veo que vaya a ocurrir uno, cualquiera de estas opciones es posible… y Europa querrá “contener” ese Estados Unidos. Como a Kissinger y Delattre, me preocupa China. Sin embargo, tal vez lo que más me preocupa es que Su Necesidad vea en la maniobra que realizó Xi de eliminar los límites a los periodos presidenci­ales para convertirs­e en emperador de por vida, un modelo a seguir.

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