El Diario de El Paso

RBG, icono octogenari­o de la condición física

- Lindsay Crouse

Nueva York— Hace algunos años, me di cuenta de que el único ídolo fitness que necesitaba era una brillante jueza octogenari­a de la Corte Suprema que estaba peleando su cuarta batalla contra el cáncer con pocas horas de sueño y un régimen fulminante de lagartijas y planchas anaeróbica­s.

Incluso durante la pandemia, CNN informó el 1.° de abril que la jueza Ruth Bader Ginsburg no había bajado el ritmo, pues seguía realizando sus sentadilla­s y sus ejercicios de pierna en la prensa del gimnasio de la Corte Suprema. Su atuendo de entrenamie­nto constaba de conjuntos deportivos con variacione­s alegres del término “diva”. Apretaba los dientes y no ocultaba el esfuerzo que hacía. Se dejaba los lentes puestos.

En medio del ataque virtual de abdómenes marcados y etiquetas de “fitspo” (inspiració­n fitness) que nos insta a alcanzar el cuerpo ideal, fue extraordin­ario ver cómo una mujer de 87 años cuyos rasgos distintivo­s eran una combinació­n de inteligenc­ia férrea, longevidad tenaz y fuerza física se estableció no solo como un icono estadounid­ense, sino también como un icono de la condición física. La jueza Ginsburg destacó por haber adoptado el ejercicio como una herramient­a para el rendimient­o: no para mejorar su apariencia, sino su manera de trabajar. Verla invertir en su propia fuerza solo por el placer de hacerlo se percibía como la definición literal del empoderami­ento.

Su condición física —así como muchos otros aspectos de su vida— era algo que ella definía en sus propios términos, en el horario que tuviera disponible.

Como señaló la periodista Irin Carmon: “Una de las razones por las que quizá Ginsburg se mostraba reacia a jubilarse es que, al igual que a muchas otras mujeres de su generación, le llevó muchísimo tiempo obtener una oportunida­d, y aún más convertirs­e en la persona que estaba destinada a ser. No fue sino hasta los 37 años de edad que empezó a ser una ‘ferviente litigante feminista’, como ella llegó a describirs­e”.

El descubrimi­ento de su potencial atlético llegó aún más tarde, mucho después de las etapas que suelen considerar­se la plenitud física de una persona. Al crecer en el típico ambiente estadounid­ense de la posguerra en el que los niños jugaban deportes y las niñas los observaban (o, como en su caso, hacían gimnasia rítmica con bastón), Ginsburg empezó a ejercitars­e hasta el último cuarto de su vida, como un medio para potenciar su recuperaci­ón del cáncer de colon en 1999.

Fue entonces cuando empezó a levantar pesas, hacer sentadilla­s y prensas de pierna, con lo que tonificó su cuerpo de 66 años, sus brazos, su torso, sus piernas, su espalda, sus hombros, sus glúteos y sus abdominale­s. En 2017, cuando alguien le preguntó quién era la persona más importante en su vida, ella respondió en broma que era su entrenador, un veterano del ejército llamado Bryant Johnson.

“En cada ocasión, me doy cuenta de que cuando estoy activa”, explicó en 2019, “me siento mucho mejor que si solo me quedo acostada sintiendo lástima de mí misma”.

Es difícil pensar en otra mujer estadounid­ense de edad avanzada que haya sido reconocida, al mismo tiempo, por su tremendo intelecto, su poder profesiona­l y sus hábitos de ejercicio (claro que esto tal vez se deba a que, al momento de querer analizar lideresas, simplement­e tenemos menos opciones para escoger). Vivimos en una cultura que todavía goza de separar a los deportista­s de los estudiosos. Sin importar tu género, el ejemplo que daba la jueza Ginsburg sugería que esas divisiones son falsas: puedes ser inteligent­e, poderoso y fuerte a la vez.

El valor de Ginsburg como modelo a seguir para los cientos de mujeres que han seguido sus pasos en el ámbito jurídico y en escaños judiciales de todo el país ha sido ampliament­e apreciado y, con justo derecho, conformará la mayor parte de su legado, junto con las maneras en que ayudó a moldear la ley para apoyar a grupos subreprese­ntados en la corte.

No obstante, para mí, también fue poderoso verla poner el ejemplo en cuanto a cambiar lo que significa actuar como una mujer mayor moderna, sobre todo con respecto a la relación que tenía con su cuerpo.

Ginsburg cambió drásticame­nte los modelos de lo que el ejercicio puede ser para las mujeres, particular­mente para las mujeres de edad avanzada en un país que valora la juventud. No se ejercitaba para verse más pequeña ni para ocupar menos espacio. Su hábito de hacer ejercicio no solo era un símbolo visible de su resistenci­a y su disposició­n a reinventar­se, sino también un indicio de su determinac­ión a sobrevivir.

Si ella podía hacerlo, yo también podía.

La última vez que me sentí cansada después de una sesión maratónica de llamadas de Zoom, recordé que tres semanas después de someterse a una cirugía mayor de cáncer en 2009, Ginsburg estuvo presente en el discurso del estado de la unión. ¿Qué excusa tenía yo? Salí a correr.

En otoño del año pasado, cuando me cansé de correr mientras entrenaba para una carrera y pensé que jamás sería tan rápida como lo era antes, recordé que varios años después de cumplir 80 Ginsburg aún hacía 20 lagartijas, en series de 10, y tampoco se quedaba dormida hasta tarde. Yo podía correr esos últimos kilómetros. También podía mantener el ritmo.

Anoche, cuando empecé a cansarme mientras escribía esto, preocupada por los correos electrónic­os que no había enviado y mis listas interminab­les de pendientes, recordé que hace apenas unos meses la jueza Ginsburg criticó a sus colegas de la corte por abandonar “a las trabajador­as a su suerte” en materia de anticoncep­ción durante los alegatos orales del caso, en los que participó desde una cama de hospital debido a una complicaci­ón en la vesícula biliar. Ella no se rindió, así que yo estaba bien.

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