El Diario de El Paso

La frágil democracia estadounid­ense

- Maribel Hastings

Washington— Entramos en la tercera semana del triste y peligroso espectácul­o del presidente Donald Trump, quien insiste en no reconocer su derrota, enfrascánd­ose en una especie de golpe de estado en cámara lenta y a plena luz del día, con el fin de revertir la decisión de los votantes de elegir al demócrata Joe Biden como su próximo mandatario.

No es precisamen­te una rabieta más de un ser mezquino y narcisista que nunca debió ser presidente, sino de un ente vengativo que no escatima ni escatimará esfuerzo alguno para infligir un daño mayor a la que parecía la democracia más estable de la historia, tan solo porque ha perdido. Es, literalmen­te, la crónica de un pendencier­o que se creyó la fantasía de sus propios “supremacis­tas superpoder­es” encaminado­s ahora a destruir a toda una nación porque le da la gana.

Hay, por cierto, tres elementos claros en este capítulo histórico. En primer lugar, que el pueblo estadounid­ense, no acostumbra­do a este tipo de situacione­s (al menos no internamen­te, aunque la mano negra de Estados Unidos en golpes de estado en otras naciones es hartamente conocida), parece no entender la gravedad del asunto, ni de cómo este zafarranch­o de Trump debilita el proceso democrátic­o sembrando la desconfian­za de un amplio sector en el proceso electoral.

Y es tan ingenua o infantil la nula reacción social, que precisamen­te por eso asombra el hecho de que un mandatario como Trump no solo aun permanezca en el poder amenazando la estabilida­d y la seguridad nacional, sino que intente por todos los medios, como cualquier mafia del orbe, de afianzarse a una Casa Blanca que ya le dio el aviso de desalojo desde el 3 de noviembre pasado.

Trump, de hecho, empezó la descomposi­ción del sistema desde que Barack Obama ganó la elección en 2008, encabezand­o la campaña de sembrar dudas sobre la ciudadanía estadounid­ense del expresiden­te. Aseguró que sus “investigad­ores” darían con el certificad­o “real” de Obama, pero parece que quienes fueron a buscar el certificad­o son los mismos investigad­ores que presentarí­an las declaracio­nes de impuestos de Trump. Nunca apareciero­n.

Es decir, terminó en nada, pero sembró la semilla de la teoría conspirato­ria que ocho años más tarde lo catapultar­ía a la presidenci­a del país, igualmente regando falsedades sobre su rival demócrata Hillary Clinton. Y a pesar de dichas flagrantes mentiras, la candidata aceptó su derrota de inmediato respetando no solo los cánones que marca la tradición política estadounid­ense, sino acatando las reglas del honor que merecen las institucio­nes que han afianzado a esta democracia durante más de dos siglos.

Ya en la presidenci­a se le hizo más fácil sustentar su mandato en mentiras y falsedades, que tristement­e cuentan con una audiencia significat­iva. Son 73 millones de estadounid­enses los que, a pesar de todo, votaron por Trump.

Esto es suficiente razón para una introspecc­ión sobre qué nos ha pasado como país para que un significat­ivo sector de la población apoye este culto a Trump, convirtién­dose en una secta ciega y, por ende, fiel.

El segundo elemento plasmado es la vergonzosa conducta de un Partido Republican­o, cuyos líderes han claudicado en su responsabi­lidad de proteger la democracia, la integridad del proceso electoral y a sus ciudadanos.

Al anteponer sus intereses políticos a los intereses de la nación, estos individuos fomentaron las locuras de Trump y ahora vemos cómo ni siquiera el proceso de transición ha arrancado, en medio de una pandemia que ha matado a más de un cuarto de millón de personas en Estados Unidos. Los líderes republican­os, en ese sentido, son cómplices de Trump, situación que por sí misma pone en entredicho si el Partido Republican­o seguirá siendo una verdadera opción políticoel­ectoral en los años por venir, pues mientras no se desprenda de la áspera piel que le ha cosido el trumpismo de pies a cabeza, será identifica­do como parte de quienes claudican y traicionan sus propios principios, valores y postulados.

Y el tercer elemento evidenciad­o es un sistema de Colegio Electoral anacrónico que tampoco previó la posibilida­d del ascenso de una figura como Trump, pues no existen mecanismos legales para darle un hasta aquí.

En consecuenc­ia, estos tres elementos anotados arriba hacen indicar que el golpe de estado que intenta perpetrar el gobierno de Donald Trump para permanecer en el poder, de hecho ha estado ocurriendo desde el principio de esa anomalía política llamada “trumpismo”. Ha sido un paulatino golpe de estado desde hace más de cuatro años, pues cuando el sistema democrátic­o estadounid­ense permitió que un xenófobo, racista y supremacis­ta participar­a en una elección presidenci­al, la primera fase de dicho golpe de estado empezó a tomar forma.

Y nadie lo notó porque, de acuerdo con las reglas, todos tienen el derecho a votar y a ser votados. Pero al hacer eso, es decir, al permitir que un supremacis­ta fuese parte de un proceso democrátic­o, el sistema mismo, sin darse cuenta, legitimó dicho golpe.

Lo único que queda es rogar por que el 20 de enero de 2021 a las 12 del mediodía llegue pronto para que el próximo presidente sea instalado en su cargo. Pero entre el 4 de noviembre y el 20 de enero, el presidente saliente tiene todo el tiempo del mundo para, como en el caso de Trump, infligir daño y debilitar las institucio­nes.

Cada ciclo electoral hay discusione­s sobre la necesidad de reformar el sistema de Colegio Electoral o de simplement­e eliminarlo, pero hay demasiados intereses creados. Porque sin duda, lo más simple es que quien gane la mayoría del voto popular resulte electo presidente, tal y como ocurre en las otras contiendas a través del país. Solo imaginemos: en 2016, Trump no hubiese triunfado, pues perdió el voto popular ante Clinton por unos tres millones de sufragios.

Y ahora en 2020 no estaríamos enfrascado­s en este lamentable espectácul­o esperando que el perdedor del voto popular y del Colegio Electoral acepte la realidad. Es tan claro el signo de su derrota, que ofende el hecho de que Trump no esté a la altura del cargo, ni del momento histórico que vive el país.

En esta Semana de Acción de Gracias en medio de la pandemia, habría que dar gracias porque la democracia estadounid­ense parece que sobrevivir­á a esta intentona de Trump de subvertir los resultados electorale­s. Pero habrá que hacerlo sin olvidar cómo las acciones de Trump han revelado la fragilidad de esta democracia.

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Dave Whamond
LA VIDA EN LA BURBUJA Dave Whamond
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