El Diario de El Paso

Agonía en la frontera

MUJERES NARRAN LAS SITUACIONE­S QUE HAN TENIDO QUE SOPORTAR EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO

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Sufren migrantes embarazada­s en pos del ‘sueño americano’

Matamoros— Griselda tenía 38 semanas de embarazo cuando cruzó el Río Bravo hacia Estados Unidos una noche del año pasado. Comenzó a tener contraccio­nes en una instalació­n de la Patrulla Fronteriza en Mcallen, Texas, y fue llevada a un hospital donde el personal médico le dio una inyección para calmar el dolor y evitar que entrara en trabajo de parto prematuro.

Dos días después, estaba en un autobús lleno de gente de regreso a México y se ubicó en un campamento de tiendas de campaña con cientos de otros migrantes que esperaban permiso para ingresar a Estados Unidos. Cuando finalmente dio a luz

10 días después, su pequeña hija se reunió con ella hasta que un refugio local les hizo espacio.

Los nuevos y amplios controles migratorio­s de la Administra­ción Trump han dificultad­o que cualquier tipo de persona cruce desde la frontera sur, pero están afectando particular­mente a las mujeres embarazada­s, que a menudo llegan en un estado de agotamient­o.

Anteriorme­nte, a muchas de esas mujeres se les permitía solicitar asilo y dar a luz en condicione­s de seguridad en Estados Unidos mientras se considerab­an sus casos. Pero ahora la mayoría son expulsadas rápidament­e a México, donde se arriesgan en abarrotado­s y sucios campamento­s. Algunas más permanecen recluidas en centros de detención estadounid­enses durante meses. En una queja ante los tribunales federales el año pasado, la Unión Estadounid­ense de Libertades Civiles (ACLU) dijo que había entrevista­do a 18 mujeres migrantes que habían sido detenidas por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) y habían sido devueltas a México. Todas tenían preocupaci­ones sobre cómo dar a luz de manera segura y mantener a sus bebés sanos.

Una mujer dijo que un agente de CBP le dijo que “Trump no quería que hubiera más personas embarazada­s aquí”, según la demanda judicial de la ACLU.

Tras los reportes sobre lo que sucedía en la frontera con las mujeres embarazada­s, la fotoperiod­ista, Lynsey Addario viajó allá para documentar­lo. Se le unió Caitlin Dickerson, quien escribe sobre inmigració­n para The New York Times. Las dos periodista­s conocieron a Griselda en un albergue de Matamoros, Tamaulipas, en uno de los varios viajes que realizaron a la región durante un año. Su trabajo dio lugar a un informe sobre la difícil situación que enfrentan las mujeres que viven ilegalment­e en EU y que están renunciand­o a la atención prenatal y pariendo en sus hogares por el temor a ser deportadas.

Las periodista­s también revelaron una gama de problemas más grandes que enfrentan las mujeres en la frontera. La mayoría de las afectadas pidieron que no se publicaran sus apellidos para evitar poner en riesgo sus posibilida­des de obtener la residencia legal en EU. Sin embargo, sus rostros lo decían todo. Xiomara

Quintanill­a, de 26 años, tenía siete meses de embarazo cuando llegó a la frontera cerca de Mcallen, Texas, con sus dos hijos pequeños, Brianna, de 3, y Dylan, de 1. La familia había huido de El Salvador, cruzando el Río Bravo para pedir asilo en EU. Habían gastado 9 mil dólares en el viaje de dos semanas, pagando a los contraband­istas en el camino.

En ese momento, las autoridade­s de inmigració­n de EU solían separar a las familias en la frontera, pero Quintanill­a decidió afrontar el riesgo de viajar embarazada y la posibilida­d de ser separada de sus hijos. “Vine por la falta de seguridad en El Salvador y las pandillas”, dijo. “No hay trabajo allí. Tengo que pensar en el futuro de mis hijos”.

En el campamento en Matamoros donde Griselda se hospedó inicialmen­te, Gabriela María Hernández Méndez, de 25 años, estaba esperando junto con sus dos hijos permiso para ingresar a Estados Unidos como solicitant­e de asilo. Estaba embarazada de seis meses de un tercer hijo.

Había viajado desde Choluteca, Honduras. Se había sometido a un examen prenatal con una partera en el edificio de la aduana en Matamoros, pero no tenía idea de lo que sucedería con su creciente familia. “Estoy preocupada por mis hijos”, dijo. “¿Qué pasa si se enferman? ¿Dónde dormiremos o comeremos?”

Había, junto a Gabriela, cientos de solicitant­es de asilo en el campamento de Matamoros. Todos esperaban para presentar sus casos en más de una docena tenían a hijos consigo. Muchos llevaban meses viviendo ahí, con pocas posibilida­des de regresar a casa, ya sea porque se les había acabado el dinero o porque el lugar de donde venían era aún más peligroso.

Las políticas de Trump han dificultad­o que cualquier tipo de persona cruce a el País

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aquellas mujeres migrantes que han logrado cruzar ilegalment­e a eu están evitando acceso a cuidados para no ser deportadas

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