El Diario de El Paso

¿Se debería llevar a juicio a Trump?

- Andrew Weissmann

Nueva York— Cuando el Gobierno de Biden tome posesión en 2021, tendrá que tomar una decisión singular y riesgosa: ¿debería investigar y procesar a Donald Trump por cargos penales?

Cualquier actividad de investigac­ión o acción penal que se retome dividiría todavía más al país y avivaría acusacione­s de que el Departamen­to de Justicia solo quiere cobrar venganza. Una investigac­ión y un juicio serían un espectácul­o que con seguridad consumiría la energía del Gobierno.

Sin embargo, a pesar de que podría ser doloroso y difícil para el país, creo que el siguiente fiscal general debería investigar a Trump y, si encuentra una justificac­ión, procesarlo por posibles crímenes federales.

No he adoptado esta postura a la ligera. De hecho, ya hemos presenciad­o dos elecciones presidenci­ales de Estados Unidos en las que multitudes han considerad­o aceptable corear con un entusiasmo ferviente que el nominado del partido opuesto debería ser encarcelad­o. No queremos convertirn­os en un Estado autocrátic­o, donde el partido en el poder use a las autoridade­s encargadas de impartir justicia como armas políticas.

Sin embargo, eso no es razón suficiente para permitir que Trump quede libre de culpa.

La exposición de Trump a cargos del ámbito penal es clara. Ocupé un cargo importante en el equipo de investigac­ión encabezado por el ex fiscal especial Robert Mueller para determinar si Rusia había intentado subvertir nuestra fuente democrátic­a fundamenta­l de legitimida­d política: el sistema electoral. Entre otras cosas, Mueller tuvo la tarea de determinar si Trump interfirió con nuestra investigac­ión en el asunto.

Reunimos amplia evidencia para fundamenta­r una acusación en contra de Trump por haber obstruido la justicia. Esta opinión es generaliza­da. Poco tiempo después de que se reveló nuestro informe, cientos de exfiscales concluyero­n que la evidencia respaldaba ese tipo de acusación.

¿Qué precedente se sienta si se permite que la obstrucció­n de una investigac­ión de ese tipo quede impune y no se desalienta tal proceder? Ya es bastante difícil que el poder ejecutivo investigue a un presidente en turno, quien tiene el poder de despedir a un fiscal especial (si fuera necesario, por medio del fiscal general) e impedir la cooperació­n con una investigac­ión usando el poder de clemencia. Por ejemplo, vimos a Trump usar ese poder de clemencia para hacer justo eso con su aliado Roger Stone. Trump conmutó la sentencia de Stone, a quien un jurado condenó debidament­e, pero nunca pasó un día en prisión por crímenes que un juez federal determinó que fueron cometidos en favor del presidente. El mismo juez resolvió que Paul Manafort, expresiden­te de campaña de Trump, nos mintió en repetidas ocasiones, con lo cual violó su acuerdo de cooperació­n. Lo más seguro es que Manafort también tuviera la esperanza de que le ofrecieran un perdón.

Trump no puede citar lo que no encontró la investigac­ión del fiscal especial (por ejemplo, “colusión”) cuando obstruyó esa misma investigac­ión. La evidencia en contra de Trump incluye el testimonio de Don Mcgahn, el exconsejer­o de la Casa Blanca de Trump, quien detalló cómo el presidente ordenó el despido del fiscal especial y cómo, cuando ese esfuerzo fue divulgado en la prensa, Trump le rogó a Mcgahn que negara la verdad en público y, como medida de seguridad, constatara esa falsedad por escrito en un memorando.

La evidencia incluye los esfuerzos de Trump para influir en la decisión de un jurado que deliberaba en el juicio de Manafort y dar esperanza de un perdón a fin de impedir que los testigos cooperaran en nuestra investigac­ión. ¿Alguien podría siquiera imaginar una razón legítima para ofrecer un perdón?

Su potencial responsabi­lidad penal va más allá, a acciones previas a que ocupara el cargo de presidente. Al parecer, el fiscal de distrito de Manhattan está llevando a cabo una típica investigac­ión de cuello blanco sobre fraude tributario y bancario, y el fiscal general de Nueva York está involucrad­o en una investigac­ión civil por acusacione­s similares, la cual pronto podría convertirs­e en una investigac­ión penal.

Estas cuestiones a nivel estatal bien podrían revelar evidencia que justifique más cargos federales. La investigac­ión del fiscal especial no exploró estos posibles crímenes financiero­s, que podrían revelar evidencia penal. Todas las pruebas que no se hayan presentado al Congreso en sus investigac­iones, como comunicaci­ones internas del

Departamen­to de Estado y la Casa Blanca, son otro tesoro potencial al que debería tener acceso el nuevo Gobierno.

Las cuestiones que ya ha presentado el fiscal especial y que se están investigan­do no son triviales: no deberían generar preocupaci­ón de que Trump esté siendo víctima de un señalamien­to por algo que no se habría investigad­o ni procesado si lo hubiera cometido cualquier otra persona.

Debido a que algunas de las actividade­s en cuestión fueron previas a su presidenci­a, sería indefendib­le permitir que la victoria de Trump en una elección federal le diera inmunidad contra las consecuenc­ias de delitos cometidos antes de su mandato. No consentirí­amos algo así si se descubrier­a que un expresiden­te en algún momento ha cometido un delito violento grave.

Ignorar la obstrucció­n federal de Trump sería todavía peor. El precedente de no impedirle a un presidente que obstruya la investigac­ión de un fiscal especial sería demasiado costoso: volvería ineficaz cualquier investigac­ión de un fiscal especial y pondría a la presidenci­a de facto por encima de la ley. Para quienes citan el perdón que le otorgó Gerald Ford a Richard Nixon como un precedente para solo mirar hacia adelante, eso no es análogo: Nixon pagó un precio muy alto al renunciar a la presidenci­a deshonrado por su conducta.

Trump podría elegir no solo perdonar a sus familiares y amigos antes de dejar el cargo, sino también a él mismo para eludir cualquier responsabi­lidad penal federal. Ese giro histórico no afectaría la posibilida­d de que enfrente un proceso penal a nivel estatal. Si Trump otorga esos perdones, algunos estados, como Nueva York, deberían asumir la responsabi­lidad de asegurar que se defienda el Estado de derecho. Y los perdones no impedirían que el nuevo fiscal general impugnara el perdón que Trump se hubiera otorgado ni que el Estado citara a los familiares y amigos perdonados a comparecer ante un gran jurado para continuar su investigac­ión sobre Trump después de que deje la presidenci­a (donde, en caso de mentir, todavía correrían el riesgo de enfrentar cargos de perjurio y obstrucció­n).

En resumen, ser presidente debería conllevar una responsabi­lidad mayor, no menor, de someterse al Estado de derecho.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States