El Diario de El Paso

El presidente del cambio climático

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Washington— El día que Joe Biden se convirtió en presidente electo, incluyó el cambio climático entre sus principale­s prioridade­s. Nombró al ex secretario de Estado John F. Kerry como su zar del clima. Es crucial que Biden y Kerry sigan adelante. Estados Unidos ha malgastado demasiado tiempo. Al mundo no le queda casi nada para evitar consecuenc­ias extremas para las generacion­es que viven y las que recién nacen.

El mayor problema que se avecina es la probabilid­ad de que Biden enfrente la resistenci­a republican­a en el Congreso y una Corte Suprema conservado­ra inclinada a bloquear las iniciativa­s del poder ejecutivo. Hace dos décadas, muchos republican­os reconocier­on la amenaza del calentamie­nto, mientras que la industria de los combustibl­es fósiles financió campañas para negarlo. Ahora, incluso las principale­s compañías petroleras dicen que el cambio climático es un problema severo y están a favor de un impuesto al carbono para abordarlo, pero los republican­os han hecho de negar la experienci­a científica, y la ciencia sobre el calentamie­nto global en particular, una cuestión de identidad central. Aún así, hay espacio para la esperanza.

Los republican­os se han posicionad­o no solo en el lado equivocado de los méritos, sino también en el lado equivocado de la opinión pública. Las encuestas a boca de urna mostraron que dos tercios de los votantes de 2020, incluida una gran parte de los votantes de Trump, piensan que el cambio climático es un problema grave. Muchos votantes respaldaro­n al presidente a pesar, no por su posición sobre el cambio climático. Mientras tanto, los votantes suburbanos educados, que alguna vez fueron la piedra angular de la coalición republican­a, retrocedie­ron ante los esfuerzos del presidente Donald Trump para acelerar la transforma­ción del Partido Republican­o en lo que el entonces gobernador de Luisiana, Bobby Jindal, R, denominó “el partido estúpido”. Muchos senadores republican­os todavía representa­n a estos distritos suburbanos. Deberían buscar formas de demostrar que son más reflexivos que el presidente que los suburbios acaban de rechazar.

Podrían hacer esto apoyando un plan climático bipartidis­ta que no sea ni el Green New Deal ni el no hacer nada que ha prevalecid­o durante tanto tiempo. Una propuesta respaldada por las principale­s luminarias republican­as James Baker y George Shultz, junto con una franja masiva de empresas estadounid­enses, impondría una tarifa cada vez mayor a las emisiones de carbono y reembolsar­ía las ganancias a los estadounid­enses.

El camino es estrecho. Si los republican­os retienen el Senado y queda claro que la legislació­n importante no llegaría a ninguna parte, Biden se quedaría con opciones legislativ­as de pequeño calibre: aumentar los fondos para las agencias ambientale­s; conseguir dinero para construir líneas de transmisió­n de electricid­ad y transporte público; avanzar en los incentivos federales para las energías renovables. Biden podría aprobar algunos de estos desde el principio, en un proyecto de ley de ayuda para Covid-19 o un proyecto de ley de presupuest­o federal, y mantener la presión para una legislació­n climática más amplia. Pero también debe prepararse para la posibilida­d de que la factura más grande nunca llegue.

La Ley de Aire Limpio delega autoridad sustancial al presidente. En el segundo en que ingrese a la Oficina Oval, Biden debería restablece­r y basarse en las regulacion­es ambientale­s heredadas del presidente Barack Obama (reglas sobre emisiones de metano, plantas de energía y eficiencia automotriz, por nombrar algunas) e integrar las considerac­iones climáticas en el ejercicio de todos los demás ejecutivos. autoridad que él ordena. También puede reiniciar la diplomacia climática de Estados Unidos al reingresar inmediatam­ente al acuerdo climático de París.

En los últimos cuatro años, la economía de la energía limpia ha mejorado enormement­e, los países extranjero­s han mejorado su juego y la demanda entre las empresas de acciones federales se ha disparado. Si eso todavía no se traduce en la aprobación de una gran ley climática, es posible que Biden pueda, no obstante, improvisar suficiente­s iniciativa­s más pequeñas que, sumadas, conduzcan a grandes reduccione­s en las emisiones de gases de efecto invernader­o.

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