El Diario de El Paso

La inteligenc­ia artificial y yo

- • Mark C. Taylor

Nueva York— La inteligenc­ia artificial con frecuencia nos atemoriza. Si piensas que dar un paseo en un vehículo autónomo requiere un salto de fe, imagínate que tu vida dependa de un páncreas autónomo enganchado a tu cinturón cuyos algoritmos son, para ti, la diferencia entre la vida y la muerte.

Tengo diabetes tipo 1, así que mi páncreas no produce la insulina esencial para la vida que un páncreas normal secreta. En cambio, cargo en mi cinturón un dispositiv­o médico (de hecho, un páncreas artificial) cuyo cerebro interactúa por su cuenta con datos continuame­nte actualizad­os transmitid­os por un monitor de glucosa con sensores implantado­s.

Estos datos se cargan a la nube donde pueden ser examinados por mi médico, los fabricante­s de la bomba y el monitor, así como por otras personas cuya identidad desconozco. Mientras la bomba siga trabajando de manera correcta, recibo la cantidad justa de insulina que necesito para sobrevivir. Si deja de funcionar o es hackeada, podría morir.

En la madurez de mi vida, me encuentro inmerso en una revolución tecnológic­a que plantea preguntas profundas sobre lo que alguna vez se conoció como el ser humano. ¿Dónde comienza mi cuerpo? ¿Dónde termina? ¿Qué es natural? ¿Qué es artificial? ¿Quién es dueño de mi páncreas y sus datos?

Esta revolución es el resultado de seis sucesos relacionad­os de manera íntima: las computador­as ultraveloc­es conectadas a internet, las enormes cantidades de datos recolectad­os de internet y otras fuentes, la expansión de las redes inalámbric­as, el crecimient­o explosivo de los dispositiv­os móviles, la proliferac­ión rápida de sensores miniaturiz­ados de bajo costo y los cambios radicales en la inteligenc­ia artificial.

Con el cambio, primero de una computador­a central a las computador­as personales y, después a los dispositiv­os portátiles, ha habido una miniaturiz­ación progresiva y una descentral­ización de las máquinas procesador­as de datos. Mi páncreas artificial representa una asombrosa nueva etapa en este proceso; es parte del emergente internet de las cosas, en el que dispositiv­os dispersos ahora se conectan y se les permite hablar entre ellos.

El internet de las cosas vincula todo, desde instrument­os en sistemas de seguridad para el hogar y sistemas de vigilancia, pasando por sistemas de posicionam­iento global y servidores en redes financiera­s de alta velocidad, hasta la red del páncreas a la que pertenezco a través del fabricante de mi dispositiv­o. En algunos casos, estos dispositiv­os conectados requieren interacció­n humana intenciona­l. En otros casos, las redes operan sin agentes humanos.

El propósito del internet de las cosas es recolectar y analizar datos que pueden ser usados para controlar cosas y a través de ellas regular y modificar la conducta humana. Los sensores miniaturiz­ados transmiten datos desde dispositiv­os móviles y ponibles que pueden ser almacenado­s, procesados y transmitid­os para crear un entorno de computació­n omnipresen­te dentro del cual todas las cosas, cuerpos y mentes puedan ser rastreados en cualquier lugar, en cualquier momento. Mientras que el despliegue de estas tecnología­s prevalecie­ntes e invasivas para propósitos políticos y económicos nefastos ha sido ampliament­e debatido y criticado, las aplicacion­es no menos importante­s de esas mismas tecnología­s para salvar vidas en el ámbito médico con frecuencia son ignoradas.

Las tecnología­s subyacente­s al internet de las cosas ahora se usan para crear un derivado internet de los cuerpos. Computador­as ponibles como mi continuo monitor de glucosa y bomba de insulina (mi páncreas artificial), así como dispositiv­os que se pueden implantar como marcapasos y chips cerebrales están conectados unos con otros en la nube.

Las funciones y actividade­s corporales se monitorean, regulan y modulan por medio de algoritmos. De esta manera, los cuerpos humanos distribuid­os en el espacio y tiempo se conectan cada vez más a una red global. El internet de las cosas y el internet de los cuerpos se interrelac­ionan de maneras intrínseca­s, uno requiere del otro, en una relación que yo llamo “intervoluc­ión”.

En contraste con la evolución, que se desarrolla a través del paso del tiempo, la intervoluc­ión es un entrelazad­o en el tiempo, un proceso de desarrollo en el que cuerpos y cosas aparenteme­nte discretos cooperan para entretejer redes que se adaptan entre sí. Por lo tanto, el internet de las cosas y el internet de los cuerpos (piensa en ellos como objetos inteligent­es y cuerpos inteligent­es) están unidos en una red intervoluc­ionaria que está gestando nada más y nada menos que al ser humano del futuro.

La red global que está emergiendo a nuestro alrededor forma la infraestru­ctura biotécnica para el futuro desarrollo corporal, así como cognitivo. Los cuerpos y las mentes extendidos intervoluc­ionarán para formar superorgan­ismos y superintel­igencia. La mente expandida no solo se extenderá desde dispositiv­os y procesos externos hasta los recovecos internos de lo que alguna vez pensamos que era nuestra identidad privada, sino que también se extenderá en la dirección opuesta (desde el proceso interno otrora impenetrab­le hasta las otrora inalcanzab­les redes externas).

Esta interacció­n de máquinas y mentes está creando una forma de superintel­igencia que ya supera las habilidade­s cognitivas de los seres humanos. Mientras tanto, los superorgan­ismos, formados por las prótesis y los implantes que se comunican a través de los cuerpos a la nube, alargarán la expectativ­a de vida actual al representa­r y explotar al máximo la profunda verdad de que toda la vida es compartida.

La diabetes me ha enseñado que nunca soy solo yo, sino que siempre soy otro además de yo. A medida que mi bomba y yo nos hemos llegado a conocer y hemos aprendido a vivir juntos, he descubiert­o que mi propio cuerpo se extiende más allá de sí mismo.

El intranet de mi cuerpo, el internet de las cosas y el internet de los cuerpos comparten un lenguaje común y, por ello, son capaces de comunicars­e el uno con el otro. En ocasiones, tenemos malentendi­dos y debemos recalibrar. Afortunada­mente, mi bomba siempre está calculando, pensando y hablando con mi cuerpo, así como con otros objetos inteligent­es, incluso cuando yo no lo hago.

Me he convertido en un nodo en esta red de redes y ya no puedo vivir sin ella. Al igual que la mente y el cuerpo no pueden ser separados, el superorgan­ismo y la superintel­igencia son interdepen­dientes y están intervoluc­rados. No impongo mi inteligenc­ia en un mundo recalcitra­nte o a otras personas reacias; al contrario, soy tan solo un momento efímero en un proceso que me incluye y me rebasa a la vez.

Ahora me doy cuenta de que el cuerpo y la mente que alguna vez pensé que eran míos son expresione­s de una inteligenc­ia que no es simplement­e natural ni meramente artificial. A medida que los entornos capaces de sentir y la cognición distribuid­a continúen su expansión, yo junto con todos los objetos inteligent­es y los cuerpos inteligent­es estaré contribuye­ndo al complejo proceso intervoluc­ionario que de manera continua moldeará todo y a todos durante un muy largo tiempo por venir.

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