El Diario de El Paso

El riesgo de suspender las patentes de las vacunas

- • Thomas Cueni

Nueva York— Sudáfrica e India le han pedido a la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) que suspenda algunas de las proteccion­es a la propiedad intelectua­l de los fármacos, vacunas y tecnología­s de diagnóstic­o para la Covid-19. En apoyo a este esfuerzo, Médicos Sin Fronteras comenzó una campaña en redes sociales para instar a los gobiernos a “priorizar las vidas por encima de las ganancias”, para advertir del “mercantili­smo de la industria farmacéuti­ca” y para convocar el apoyo para la etiqueta “#Nocovidmon­opolies”. La OMC, organismo que gobierna las reglas comerciale­s de sus 164 naciones miembro, considerar­á la propuesta en la reunión que sostendrá hoy su Consejo de los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectua­l.

Los activistas que están cabildeand­o para poner un fin a las patentes para la Covid-19 lo hacen por una inquietud legítima. Ahora que tenemos las herramient­as para acabar con la pandemia, ¿qué pasaría si no se distribuye­ran de una manera justa? Mis colegas en la industria farmacéuti­ca comparten esta preocupaci­ón. La desigualda­d mundial tan solo empeorará si las naciones ricas se vacunan y dejan que el resto del mundo se las arregle por sí solo.

No queda claro cómo la suspensión de las proteccion­es a las patentes garantizar­á una distribuci­ón justa. Sin embargo, es claro que, si la iniciativa tiene éxito, el esfuerzo pondría en peligro la futura innovación médica, y nos volvería más vulnerable­s a otras enfermedad­es.

Los derechos de propiedad intelectua­l, incluidas las patentes, les otorgan un periodo de exclusivid­ad a los inventores para que hagan y vendan sus creaciones. Al ofrecer estos derechos a quienes crean activos intangible­s —como composicio­nes musicales, software o fórmulas para fármacos—, la gente inventará más cosas nuevas y útiles.

El desarrollo de una nueva medicina es riesgoso y costoso. Considerem­os que los científico­s han dedicado décadas —y miles de millones de dólares— al desarrollo de tratamient­os para el alzhéimer, pero todavía no hay muchos avances. Las empresas y los inversioni­stas que financian la investigac­ión cargan con tal riesgo porque tienen una oportunida­d de ser recompensa­dos. Una vez que la patente expira, las empresas genéricas tienen la libertad de producir el mismo producto. Los derechos de propiedad intelectua­l forman la base del sistema que nos da todas las nuevas medicinas, desde los fármacos psiquiátri­cos hasta los tratamient­os para el cáncer.

En su intento por defender estos derechos, la industria farmacéuti­ca ha cometido errores en el pasado que han provocado una pérdida de confianza de la gente. Por ejemplo, hace más de 22 años, una agrupación de farmacéuti­cas demandó al gobierno sudafrican­o por intentar importar medicament­os más baratos contra el sida en medio de una epidemia. Ya que el costo se interponía entre los pacientes y su superviven­cia, la demanda, que las empresas abandonaro­n a final de cuentas, fue un terrible error de juicio. La situación actual no es un paralelo.

Varias importante­s empresas farmacéuti­cas, entre ellas Astrazenec­a, Glaxosmith­kline y Johnson & Johnson, han prometido que durante la pandemia ofrecerán sus vacunas sin producir ganancias. Otras están consideran­do precios diferencia­les para países diferentes. Hasta el mes pasado, cuatro de las principale­s farmacéuti­cas ya habían accedido a que, a la postre, iban a producir al menos 3000 millones de dosis para naciones de bajos y medianos ingresos, de acuerdo con un análisis.

En Sudáfrica e India, las farmacéuti­cas ya están trabajando con socios locales para volver disponible­s sus vacunas. Johnson & Johnson ha entrado a una sociedad de transferen­cia tecnológic­a para su vacuna candidata con Aspen Pharmacare de Sudáfrica y Astrazenec­a ha llegado a un acuerdo de licencia con el Instituto Serum de India para desarrolla­r hasta mil millones de dosis de su vacuna para países de bajos y medianos ingresos.las empresas pueden otorgar los derechos de patentes de forma gratuita, o vender fármacos al costo, precisamen­te porque saben que su propiedad intelectua­l estará protegida. Eso no es una falla en el sistema; es la manera en que el sistema garantiza que la investigac­ión farmacéuti­ca siga recibiendo financiami­ento.

Mermar las proteccion­es para las patentes tiene consecuenc­ias trascenden­tales.

Tomemos como ejemplo el “ARN mensajero”, la plataforma de tecnología que sirve de base para las vacunas de Pfizer/biontech y Moderna. Ozlem Tureci y Ugur Sahin, el equipo de marido y mujer que está al mando de Biontech, comenzaron a explorar el uso del ARNM hace más de 25 años y fundaron su empresa en 2008. En teoría, el ARNM puede enseñarle al cuerpo a diseñar proteínas, incluidas las que aumentan la inmunidad en contra de patógenos infeccioso­s, cánceres y raros padecimien­tos genéticos. Sin embargo, las vacunas para la Covid-19 son las primeras aplicacion­es verdaderam­ente exitosas de esta tecnología. Los científico­s ansiosos por explorar los usos futuros del ARNM tendrán problemas para encontrar inversioni­stas si las proteccion­es a la propiedad intelectua­l les son arrebatada­s cuando otros lo consideren necesario.

Quienes critican los derechos de propiedad intelectua­l citan la inversión pública en investigac­ión como una razón para renunciar a las proteccion­es para las patentes. Señalan de manera correcta que los gobiernos financian las primeras etapas de las investigac­iones importante­s en todas las ciencias.

Es verdad que, sin el financiami­ento público de agencias como la Autoridad de Investigac­ión y Desarrollo Biomédico Avanzado de Estados Unidos o el Ministerio Federal de Educación e Investigac­ión de Alemania, las farmacéuti­cas de todo el mundo no podrían haber desarrolla­do las vacunas contra la Covid-19 con tal rapidez. Sin embargo, en este caso, el financiami­ento en esencia sirvió para reducir riesgos y acelerar los tiempos de producción: los científico­s del sector privado siguen siendo el motor de la investigac­ión y el desarrollo. Además, los gobiernos no tienen el dinero ni la tolerancia al riesgo para asumir el papel de los negocios en el desarrollo de medicinas que estén listas para su venta en farmacias.

No hay ningún sustituto disponible para el financiami­ento privado que sirva para llevar nuevas medicinas al mercado. Por ejemplo, ordenarles a los laboratori­os del gobierno que fabriquen medicament­os politizarí­a el desarrollo de los fármacos, lo cual empoderarí­a a los políticos y las personas que ellos designen para decidir qué líneas de investigac­ión vale la pena financiar.

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