El Diario de El Paso

Un presidente desdichado, desenfrena­do e impredecib­le

El mandatario se ha desentendi­do casi por completo de dirigir el país incluso ahora que los estadounid­enses están siendo abatidos por el coronaviru­s

- Maggie Haberman / Michael S. Schmidt / The New York Times

A pocas semanas de que termine el mandato del presidente Donald Trump, tal vez está en el momento de mayor desenfreno… y, como lo han demostrado los acontecimi­entos de los últimos días, más impredecib­le de su presidenci­a.

Sigue siendo la persona más poderosa del mundo, pero está enfocado en el ámbito donde tiene menos poder para obtener lo que desea: una manera de no dejar el cargo como un perdedor.

Pasa los días luchando por tener alguna esperanza, si no de revertir el resultado de las elecciones en sí, al menos de presentar pruebas congruente­s de que le robaron un segundo mandato.

Cuando ha llegado a salir de su aislamient­o relativo, en días recientes, ha sido para insinuar de improviso que tratará de echar abajo el paquete de estímulos bipartidis­ta, creando divisiones en su partido en el proceso, y de otorgar indultos a una serie de aliados y partidario­s, principalm­ente fuera del procedimie­nto normal del Departamen­to de Justicia. El miércoles, vetó un proyecto de ley de defensa respaldado por la mayoría de los miembros de su partido.

Por lo demás, se ha aislado en la Casa Blanca y fungido como anfitrión de un grupo de teóricos de la conspiraci­ón y partidario­s incondicio­nales que venden ideas como impugnar el resultado de las elecciones en el Congreso e incluso recurrir a la ley marcial, en un intento de ofrecerles a algunos de ellos puestos en el gobierno.

Se ha desentendi­do casi por completo de dirigir el país incluso ahora que los estadounid­enses están siendo abatidos por el coronaviru­s en cifras históricas. Frente a un agresivo ataque cibernétic­o que casi con toda certeza llevó a cabo Rusia, su respuesta, en la medida que puede considerar­se como tal, ha sido restarle importanci­a al daño y contradeci­r a sus propios altos funcionari­os al insinuar que tal vez el culpable en realidad fue China. Casi no participó en la negociació­n del proyecto de ley de estímulo que acaba de aprobar el Congreso antes de actuar para obstaculiz­arlo en el último minuto.

No se sabe bien si el comportami­ento de Trump a últimas fechas no es más que un berrinche, una manera de llamar la atención o un tipo de terapia para el hombre que tiene el control de un arsenal nuclear,

“Ha disminuido el número de personas que le dicen las cosas que no desea escuchar”

John Bolton su antiguo asesor de seguridad nacional

aunque una idea alternativ­a, si bien compasiva, es que estos son los preparativ­os estratégic­os para una campaña llena de agravio en 2024.

Como mínimo, generará unos próximos 27 días especialme­nte angustioso­s en Washington.

Este artículo está basado en entrevista­s con más de una docena de funcionari­os actuales y anteriores del gobierno de Trump, de republican­os y de aliados del presidente.

La mayoría de sus asesores creen que Trump saldrá por última vez de la Casa Blanca antes del 20 de enero. Los indultos que anunció el martes indican que le gustará usar sus facultades de manera agresiva hasta entonces. Pero es difícil vislumbrar a qué extremos llegará para desvirtuar los resultados de las elecciones, si se rehusará a salir de la Casa Blanca o si desplegará una ola de decisiones políticas unilateral­es en sus últimas semanas.

No obstante, su comportami­ento errático y el desinterés por sus responsabi­lidades tienen muy preocupado­s incluso a sus colaborado­res y asesores más incondicio­nales.

Por el momento, Trump les ha dicho a sus asesores que está dispuesto a dejar de hacerle caso a Sidney Powell, el abogado que lo ha cautivado al venderle una teoría conspirati­va sobre las elecciones; y a personas como Patrick Byrne, ex director general de Overstock.com, quien el viernes estuvo presente en una reunión excesiva de casi cinco horas en el Despacho Oval y luego en la residencia presidenci­al.

Sin embargo, los asesores actuales han hablado de una lucha diaria para hacer que Trump no ceda ante su impulso de escuchar a quienes le dicen lo que desea oír. Y los ex asesores afirman que el asunto más preocupant­e es la desaparici­ón gradual del principal grupo de asistentes del Ala Oeste, quienes, casi siempre trabajando juntos, lograban alejarlo de ideas arriesgada­s, peligrosas y cuestionab­les en términos jurídicos.

“Ha disminuido el número de personas que le dicen las cosas que no desea escuchar”, señaló su antiguo asesor de seguridad nacional, John Bolton, quien tuvo diferencia­s muy públicas con Trump y quien ha rechazado abiertamen­te las embestidas del presidente contra su derrota en las elecciones.

Trump ha recurrido a colaborado­res como Peter Navarro, un asesor en comercio que ha estado tratando de recabar pruebas de fraude electoral para apoyar las aseveracio­nes de su jefe. Y escucha a los republican­os que insisten en que el vicepresid­ente Mike Pence puede ayudar a influir en las elecciones durante el proceso, por lo general rutinario, de ratificaci­ón de las elecciones a principios del mes entrante, pese al hecho de que, siendo realistas, no es posible.

Los republican­os del Capitolio hablan de frenar a cualquiera de sus partidario­s que pretenda obstaculiz­ar ese proceso, una posibilida­d hecha realidad por la insistenci­a del presidente en convencer al senador electo por Alabama, Tommy Turbeville, de que obstaculic­e el proceso.

Sin embargo, no es seguro que Turbeville cumpla los deseos del presidente, e incluso si lo hiciera, existe la posibilida­d de que el senador republican­o por Kentucky y líder de la mayoría en el Senado, Mitch Mcconnell, intervenga para evitar esa acción. Mcconnell ya ha exhortado a su comité a no plantear objeciones cuando se certifique­n los resultados, ya que esto obligaría a otras personas a votar de manera pública contra el presidente.

Incluso en los mejores momentos, Trump ha buscado –y necesitado– el respaldo de otras personas fuera de la Casa Blanca con respecto a todo lo que consienten sus colaborado­res.

Pero en la Casa Blanca, Trump se está volviendo en contra de sus aliados más cercanos. Se ha quejado con sus aliados de que Pence, quien ha sido ridiculiza­do por su inquebrant­able lealtad durante los últimos cuatro años, debería estar haciendo más para defenderlo. Y está enojado de que Mcconnell haya reconocido al presidente electo Joe Biden como ganador de las elecciones.

En el Departamen­to de Justicia, el rechazo público y enfático que el fiscal general William Barr declaró el lunes respecto a la necesidad de asignar abogados especiales para investigar un fraude electoral y a Hunter Biden, el hijo de Joe Biden, pareció destinado, en parte, a proteger a corto plazo al sucesor de Barr, Jeffrey Rosen, de cualquier otra presión por parte del presidente en esos temas.

En privado, los aliados que se han mantenido firmes mientras Trump se ha deshecho de otros mediante purgas de lealtad –mismos que han descartado las críticas de que el presidente tiene tendencias autoritari­as– están manifestan­do preocupaci­ón acerca de las próximas cuatro semanas.

Barr, cuyo último día en el puesto es el miércoles, les ha dicho a sus colaborado­res que le ha inquietado el comportami­ento de Trump en las últimas semanas. Otros asesores han dicho en privado que ya se sienten agotados y desean que ya termine el mandato.

Para quienes quedan, estos días han supuesto esfuerzos desalentad­ores en los cuales los trabajador­es del gobierno se ven obligados a dedicar su tiempo a cumplir la exigencia del presidente de que se compruebe el fraude electoral o a soportar su ira.

Trump ha pasado sus días mirando televisión, llamando a los republican­os para que le den consejos sobre cómo impugnar los resultados electorale­s y exhortándo­los a que lo defiendan en televisión. Como siempre, recurre a Twitter para fortalecer el apoyo y manifestar su enojo. Desde que el clima está más frío, no ha ido a jugar golf y está enclaustra­do en la Casa Blanca, deambuland­o entre la residencia y el Despacho Oval.

Muchos asesores de Trump esperan que su viaje a su club privado de Palm Beach, Florida (Mar-a-lago) le brinde un cambio de aires y de perspectiv­a. Se fue el miércoles y tiene programado pasar ahí el Año Nuevo.

El mandatario se ha desentendi­do casi por completo de dirigir el país incluso ahora que los estadounid­enses están siendo abatidos por el coronaviru­s

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su Comportami­ento errático y el desinterés por sus responsabi­lidades tienen muy preocupado­s incluso a sus colaborado­res y asesores más incondicio­nales
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El mandatario y la primera dama en la casa Blanca el 23 de diciembre

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